El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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href="#ulink_f0996c2e-7183-5ade-b7d3-8e5734eb3d2f">[75] Fenomenología del espíritu, Madrid, FCE, 1978, p. 11.

      Capítulo II

      El Prefacio al Libro I (1867): la normalidad de la ciencia

      2.1. El Prólogo de Engels al Libro II (1885): Marx y Rodbertus

      En el capítulo I hemos utilizado a Schumpeter para situar a Marx en la arena de la economía contemporánea y diagnosticar así el tipo de problemática que plantea o plantearía, si fuese posible, en ella. De este modo, hemos asistido a un tipo de reproches y de discusión que, cuando menos, encerraba una enorme semejanza con aquella que marcó, en torno al juicio de Galileo, el comienzo de la ciencia moderna. En todo caso, como es obvio, y aunque la comparación pudiese ser considerada absolutamente exacta, todo ello estaría, de todos modos, muy lejos de despejar todas las posibles dudas respecto al tipo de intervención que supone no ya la revolución científica de la que es Marx protagonista, sino cualquier revolución científica. La epistemología todavía discute incansablemente, y nunca dejará de hacerlo, sobre el sentido de la revolución galileana, de la que, sin embargo, es indudable que el conjunto de nuestra comunidad científica depende. Una vez que la ciencia ha logrado imponer su normalidad (y la ciencia de Galileo y de Newton fue acompañada de las revoluciones históricas, económicas, sociales y políticas que hacían eso posible), deja de ser imprescindible que, al mismo tiempo, se hayan decidido las batallas epistemológicas al caso. La ciencia entonces deja de consultar a la filosofía y se olvida de esos campos de batalla. Pero lo que ocurrió históricamente entre Galileo y Newton respecto a la naturaleza fue, precisamente, lo que no ocurrió, en el terreno de la economía, respecto de la historia. La economía, más bien, consideró la teoría del valor a la que Marx se había aferrado como un callejón sin salida, y siguió su propio camino, al parecer, por las sendas de la observación y la experiencia (acompañada siempre de la estadística), aunque, como veremos más tarde, tampoco se resistió a proponer sus propios «modelos filosóficos». Por ello mismo, y como contrapartida, en el interior de la tradición marxista se discutió desde el primer momento y se siguió discutiendo incansablemente, al menos hasta la década de 1970, sobre el sentido epistemológico de la intervención de Marx. Y en ese terreno se libraron algunas batallas que, retrospectivamente, no sólo tenían interés para el marxismo, sino también para la epistemología general. A este respecto, hubo un momento especialmente señalado, en el que se dieron la mano la epistemología que se había desarrollado en torno a Bachelard, Canghilhem (y, después, cierto Foucault) y la hermenéutica de El capital que se desarrollaba, por su parte, en torno al seminario de Althusser Lire Le Capital (1965).

      El texto de Engels en cuestión es el Prólogo a su edición del Libro II de Das Kapital (1885). Antes que nada, vamos a decir cuatro palabras sobre el contexto. Como sabemos, Marx muere en 1883, dejando los libros II y III de El capital sin terminar (y un montón de borradores que pretendían haber sido el Libro IV y que serían publicados por Kautsky entre 1905 y 1910 bajo el título de Teorías sobre la plusvalía). Tras presentar el Libro II y exponer los problemas que ha tenido para la edición de los manuscritos que había dejado Marx, Engels anuncia que, probablemente en pocos meses, tendrá ya lista la edición del Libro III, pues, aparentemente, éste presentaba menos dificultades. La cosa transcurrió de forma bien distinta. El Libro III presentó problemas gravísimos y Engels no pudo prepararlo para su edición hasta nueve años después, en 1894.

      El caso es que en el Prólogo al segundo libro Engels se ocupó de defender a Marx de las acusaciones de un economista llamado Rodbertus, quien le había acusado poco menos que de plagio. Para ello, planteó a Rodbertus y su escuela una pregunta sobre la compatibilidad de la ley del valor con la teoría de los precios de producción, augurando que serían incapaces de dar con una respuesta satisfactoria. Anunció que, con la publicación del Libro III (que entonces se consideraba inminente), se descubriría la solución.

      En concreto, Engels desafía a la escuela de Rodbertus a explicar el hecho de que la competencia entre capitales tendiera a formar una tasa de ganancia media para cualquier capital invertido. Ya hemos apuntado –aunque esto se tratará con precisión en la Segunda Parte– que la formación de esta tasa de ganancia media para cualquier tipo de capital (sea de capitales que contratan mucha mano de obra o de capitales que, en su lugar, emplean mucha maquinaria) parecía dar al traste con la idea de que las mercancías se intercambiaran a su valor, es decir, según la cantidad de trabajo cristalizada en ellas. Por la misma razón, parecía quedar arruinado uno de los teoremas fundamentales del Libro I, según el cual sólo el capital invertido en salarios puede producir plusvalor y puede, por tanto, estar en el origen de la ganancia capitalista. En realidad, este teorema se deducía casi tautológicamente de la ley del valor, ya que el plusvalor, al fin y al cabo, no es más que valor y, por lo tanto, «trabajo cristalizado». Por tanto, sólo el trabajo genera plusvalor, no la maquinaria.

      Ahora bien, la formación de una tasa de ganancia media implicaba –como ya se señaló antes– que montos iguales de capital obtendrían ganancias iguales, independientemente de si movilizaban mucho o poco trabajo humano. ¿Suponía esto una especie de enmienda a la totalidad de lo expuesto en el Libro I? ¿O en qué medida la contradicción era sólo aparente? Puesto que Rodbertus alardeaba de haber explicado la teoría del plusvalor mejor que Marx, quien no habría hecho otra cosa que copiarle, Engels le retaba a resolver ese enigma, advirtiendo de que, «en pocos meses», publicaría la respuesta del propio Marx en el Libro III de El capital. Como este reto se lanza al aire en 1885 y Engels se demora ¡casi diez años! en ofrecer la «genial solución» para el gran público de los economistas, no pocos de éstos, marxistas y no marxistas, se ponen manos a la obra. Así, cuando finalmente Engels publica el Libro III, hay ya varias soluciones para escoger a la carta respecto de lo que luego sería el interminable problema de la compatibilidad entre la teoría del valor y la de los precios de producción. Hay que decir que, ciertamente (Engels no deja de reconocerlo, aunque a medias), algunas de ellas son en todo semejantes a la que el propio Marx presentaba en el Libro III. Con la pequeña salvedad de que, todavía hoy, no podemos estar del todo seguros de lo que Marx dice realmente en el Libro III, pues el resultado final de los desvelos de Engels dista mucho de ser un texto acabado y sin ambigüedades y los borradores originales son un verdadero barrizal. Así es como nació esta famosa polémica a la que ya hemos aludido repetidas veces: la polémica de la compatibilidad entre la teoría del valor expuesta en la Sección 1.ª del Libro I y la teoría de los precios de producción y la ganancia media expuesta en el Libro III.

      Pasó el tiempo y la escuela de Rodbertus, nos cuenta Engels, nunca respondió a esta pregunta (a la que, en cambio, sí respondieron otros economistas, como Karl Schmitt, Peter Fireman o Wilhem Lexis). Todo esto tiene un enorme interés para discutir, en último término, el estatus de la teoría del valor en Marx. Pero, por el momento, podemos centrarnos en el carácter general de la discusión.

      Rodbertus pretendía que en un escrito suyo había «descubierto» y expuesto con mucha más claridad que Marx el origen de la renta o la ganancia de los capitalistas,

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