El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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empírica que sólo se le «aproximaría». En absoluto, porque lo que dice Galileo es que si una esfera real rodara sobre un plano real indefinido, seguiría rodando eternamente (o, en efecto, «mientras durara su materia»). Lo que ocurre es que no hay esferas reales ni planos reales. Pero no porque, sobre el terreno real, estemos ante el ámbito de lo impreciso e inexacto. Lo que no estamos es en un universo de figuras regulares.

      Más arriba ya habíamos hecho hincapié en este punto: el rodar de la bola no se opone al chocar contra el aire y al rozar contra el plano, al modo en que lo «platónicamente ideal» se opondría al sombrío mundo de las realidades materiales. El chocar o el rozar no son realidades ni más ni menos precisas que el rodar. En el momento en que la física decida ocuparse del rozamiento tendrá que operar del mismo modo matemático que ha actuado hasta el momento: tendrá que aislar algo así como un «rozamiento puro» para no confundirlo, por ejemplo, con otra realidad distinta, como, por ejemplo, el choque con el aire o la dilatación de los cuerpos. Se buscarán y se encontrarán, así, coeficientes de rozamiento absolutamente precisos. Lo mismo habrá que hacer cuando de lo que se trate sea de estudiar las leyes del choque entre los cuerpos, así sea con el aire o con un muro de hormigón. Frente a una realidad concreta cualquiera, como una bola de billar rodando por un tapete, habrá que investigar los distintos fenómenos que se están ensamblando ahí, el rodar de la bola, el rozar con el tapete, el chocar contra el aire, las precisas irregularidades de todos estos elementos, etcétera.

      El que las cosas que «ruedan» por el mercado de la sociedad capitalista no sean mercancías y nada más que mercancías, sino mercancías que, antes de ser mercancías, han tenido ya que ser otra cosa, a saber, productos de capitales, no transforma la investigación del Libro III en más vacilante, oscura, ambigua o imprecisa. Quizá lo único que ocurre es que ahí se llega a hacer el descubrimiento de que, bajo condiciones capitalistas de producción, las cosas no pueden «rodar» como mercancías sin «chocar» al mismo tiempo como productos de capitales. Pero, como es obvio, nada de esto es la solución, sino tan sólo una manera de presentar el problema.

      Un problema, por otro lado, que a la luz de cuanto acabamos de apuntar, ha aumentado, más bien, su carácter enigmático. ¿Cuál es la razón por la que Marx sigue considerando que sin la teoría del valor la economía política ni siquiera tiene sentido, cuando sabe perfectamente que en la sociedad capitalista las mercancías no se intercambian en tanto que mercancías (y por tanto, según la ley del valor), sino en tanto que productos de capitales (y, por tanto, a su precio de producción)?

      ¿O puede ser que, en el fondo, el intercambio de mercancías a sus precios de producción siga respondiendo, de todos modos, a la ley del valor, aunque de un modo encubierto? Ricardo había señalado ya que la divergencia de los precios de producción respecto del valor era aproximadamente de un 7 por 100 (lo que motivó el jocoso comentario de que Ricardo creía en la teoría del valor en un 93 por 100). Muchos economistas marxistas han trabajado en el problema de la transformación de valores y precios, intentando siempre defender que, siendo ambas cosas transformables, eso basta para demostrar que la teoría del valor sigue rigiendo, enmascarada, allí donde las mercancías se intercambian en tanto que productos de capitales. Por otra parte, desde el primer momento (desde antes incluso de que Engels publicara el Libro III con diez años de retraso sobre lo anunciado, es decir, en 1894) los marxistas se afanaron en demostrar que ocurriera lo que ocurriera con los intercambios individuales de mercancías, de todos modos, la suma de todos los valores y de todos los precios de producción coincidían, por lo que se podía decir que los capitalistas lo único que hacían es distribuirse el plusvalor pro rata del capital invertido, sin que eso cambiase para nada la naturaleza del asunto. Este recurso a los totales (incansablemente discutido) fue contestado muy pronto por Böhm-Bawerk (1896) en un texto clásico y con un argumento en cierta forma demoledor: aunque fuera verdad que los totales coincidieran, los totales, precisamente, no tienen nada que ver con el mercado, porque en el mercado se intercambian cosas individuales. En ese sentido, resultaría de lo más absurdo haber desarrollado una teoría para explicar los intercambios mercantiles que no fuera aplicable a ningún intercambio mercantil.

      Por su parte, en España, Felipe Martínez Marzoa intentó demostrar que el famoso precio de producción no era más que «la verdadera expresión del valor» y que pretender que había una divergencia entre ambos era no haber comprendido hasta sus últimas consecuencias el concepto de trabajo «socialmente necesario», que es el único que cuenta a la hora de fijar el valor de una mercancía. A lo largo de las páginas de este libro, el lector podrá irse forjando una idea sobre tales distintas opciones. Ninguna de ellas es, sin embargo, la que se va a defender aquí.

      El esquema que ofrecemos a continuación puede servir como un primer punto de referencia (que iremos completando progresivamente) para una localización somera de las distintas piezas del problema. No todos los elementos que figuran en él pueden ser entendidos mediante las explicaciones anteriores. Por el momento, su funcionalidad se propone resaltar los dos puntos neurálgicos en los que el itinerario de Marx se vuelve problemático y desconcertante. Lo interesante es advertir, ya desde ahora, que el modo en que se resuelva el

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