El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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      A la inversa, y esto es lo que más nos interesa aquí, también cabría pensar que es posible reducir el «trabajo» a sus elementos naturales (como parte de la «naturaleza humana» o algo así). Sin embargo, Marx bloquea por completo esa posibilidad. Si se trata precisamente de desarrollar una investigación en el terreno de los asuntos específicamente humanos (que es, en definitiva, a lo que hemos denominado el «continente historia»), nos encontramos con determinadas distinciones que resultan radicalmente irreductibles y que, por lo tanto, no pueden de ningún modo dejar de tenerse en cuenta desde esa perspectiva.

      Así, por ejemplo, resulta fundamental no perder de vista la diferencia entre el trabajo humano y el trabajo animal, del mismo modo que no puede desaparecer la diferencia entre el trabajo de los hombres y el funcionamiento de las máquinas. Ciertamente, desde el punto de vista de la física, quizá no haya que hacer mucho caso a esas diferencias: si nuestro objeto teórico consiste, por ejemplo, en el estudio de los movimientos físicos de los cuerpos, lo mismo nos da que esos movimientos sean realizados por personas, por animales o por máquinas. Pero esa diferencia es, en cambio, fundamental para la objetividad específica que hemos delimitado como propia de la economía política. Sencillamente, sería un disparate hacer economía considerando que no hay por qué distinguir entre el trabajar de niño en una maquiladora Nike y el funcionar de una máquina de coser zapatillas, incluso si desde un punto de vista físico los niños y las máquinas produjeran resultados parecidos.

      Es más, podría incluso ocurrir que ese tipo de diferencias tampoco resultasen de ningún interés para una parte de los agentes implicados en la producción. En efecto, desde la perspectiva del capitalista (tomado nada más que como «personificación de categorías económicas»), lo único que interesa es la cuestión de la productividad y la competitividad, siendo en principio indiferente en qué medida las operaciones productivas son realizadas por la maquinaria que se ha comprado y en qué medida lo son por los trabajadores a los que se ha contratado. Sin embargo, lo importante aquí es señalar que, desde el punto de vista del científico implicado en el estudio de los asuntos humanos, resulta crucial mantenerse en la perspectiva en la que no es posible confundir trabajar con funcionar, ni confundir enfermar con estropearse, ni el descanso de los hombres con el barbecho de la tierra, por mucho que se trate de distinciones bastante irrelevantes, por ejemplo, desde el punto de vista de la física e incluso desde el punto de vista del propio proceso productivo. Y esto, desde luego, tiene efectos fundamentales en el programa de investigación completo. Por ejemplo, desde esta perspectiva, en ningún caso cabrá abandonar la centralidad de la cuestión de en qué relación se encuentran el trabajo humano, por un lado, y la apropiación de la naturaleza, por otro. En este sentido, se genera un espacio teórico en el que, ineludiblemente, ocupará un lugar destacado el análisis de la relación que se establece entre trabajo humano y propiedad sobre los bienes que brinda la naturaleza por mediación de ese trabajo.

      Marx considera que la economía no puede desentenderse de esta cuestión sin perder, simplemente, su objeto de estudio. Se pueden, sin duda, hacer muchas cosas al margen de esta cuestión, pero no «economía», no al menos una economía que no sea una estafa. Esto es algo que resulta muy llamativo hoy en día, cuando vemos llamar economía a tantos trabajos que son puras ensoñaciones matemáticas, a lo mejor muy correctas desde el punto de vista matemático, pero carentes por completo de sentido económico. Resulta inquietante –o criminal, según se mire– la facilidad con la que ciertas mentalidades de economista pasan de los óptimos de Pareto, que son óptimos desde un punto de vista matemático, a los óptimos económicos, y, de éstos, a considerar óptimas medidas económicas que generan verdaderas catástrofes humanas.

      Así pues, cabe decir que, también en el caso de Marx, el objeto de estudio queda determinado por el propio trabajo teórico con anterioridad a que pueda tenerse sobre él ninguna experiencia. Si no se hiciese así, toda la dedicación del mundo a la observación resultaría estéril, pues se haría sin tener ni idea de qué es lo que se está observando. Sin embargo, una vez fijadas con precisión las determinaciones fundamentales que corresponden al objeto de estudio, tenemos ya establecido todo un programa de investigación que podrá por fin apelar a la experiencia, pero ya con ciertas garantías de no ir a cambiar de tema de un modo incontrolado. Si el tema es, como en el caso de Marx, la ley económica fundamental que rige la sociedad moderna, resultará ineludible explicar qué resultados produce esa ley en lo relativo a la relación entre trabajo y propiedad.

      Todavía no podemos concluir nada sobre el sentido de la decisión de Marx de optar por la teoría del valor para su investigación en economía. De hecho, no llegaremos a conclusiones firmes hasta que, en la segunda parte de este libro, comencemos con la lectura detallada de El capital. Pero lo que sí podemos adelantar es que la decisión en cuestión tiene que ver con la manera en la que Marx ha delimitado el objeto científico de la economía. La economía –si no quiere dejar de ser economía y comenzar a ser otra cosa, quién sabe si matemáticas, física o quién sabe qué (puede que sencillamente un instrumental teórico para los «espadachines a sueldo» del capital)– no puede abandonar la perspectiva en la que el trabajo humano está situado en primer término. Esto es hasta tal punto así que si se da el caso de que el capitalismo consiste en volver irrelevante, por ejemplo, la distinción entre trabajar y funcionar, no por eso la economía que estudia el capitalismo puede encogerse de hombros frente a esa distinción. La ciencia que estudia el capitalismo no tiene derecho a ignorar todas las cosas que el capitalismo mismo consiste en ignorar.

      1.3.5 La pregunta pendiente: una primera presentación del problema de la estructura de El capital

      Nos habíamos preguntado sobre qué ocurría con la obra de Marx cuando la sometíamos al juicio de los economistas. Ante todo, una pregunta ha quedado en el aire: ¿por qué ese trabajador infatigable y erudito sin igual se adhirió, desde el primer momento, a la teoría del valor-trabajo, introduciendo su investigación por unos cauces teóricos que no iban a tener futuro alguno en la posterior evolución científica de la economía?

      Con ello, Marx, en lugar de acumular material empírico para la teoría del futuro, anteponía una especie de disquisición metafísica como condición de las investigaciones en economía, apartando, al parecer, a esta disciplina del terreno propio de las ciencias positivas.

      Ahora bien, tras habernos detenido prolijamente en una reflexión sobre lo que se estuvo jugando en el nacimiento de las ciencias experimentales modernas, nos encontramos con la posibilidad de replantear la pregunta de otro modo. No por eso, desde luego, dejará de ser una pregunta y, en cierto modo, un enigma del que en general toda la tradición marxista procuró hacerse cargo, lo mismo que este libro, que también, por supuesto, intentará resolverlo a su manera.

      Reformulando la cuestión desde la inspiración socrática o galileana que nos ha venido ocupando, el problema puede quedar planteado de este modo: ¿por qué Marx considera absolutamente vital que el tema del valor, en tanto que trabajo cristalizado en las mercancías, quede completamente delimitado, de modo casi podríamos decir que geométrico o ideal? ¿Por qué considera que la economía política tiene que partir de esta exhaustiva clarificación conceptual, para que jamás se deslice un cambio de tema inadvertido en el curso de sus investigaciones? ¿Y por qué precisamente de ese concepto, el de valor, y no de otro (la utilidad marginal, p. e.)? Empezamos, en efecto, a sospechar que el tipo de negocio teórico que Marx emprende en la Sección 1.ª del Libro I no tiene tanto que ver con sus intereses «filosóficos o éticos» (como decía Schumpeter), como con una decisión epistemológica crucial: evitar que la economía política comience razonando sobre un cambio de tema. Así pues, ¿por qué era para Marx tan epistemológicamente importante que el análisis económico comenzara por asegurarse de que el valor, en tanto que trabajo aglutinado en una mercancía, fuera la referencia respecto a la cual la economía no podía permitirse, jamás, operar un «cambio de tema»?

      En cierto sentido, los objetivos de este libro podrían darse por satisfechos con la respuesta a esta pregunta, sobre la cual los mejores

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