El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

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El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria Pensamiento crítico

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una idea de la magnitud del problema, vamos a adelantar algunos apuntes sobre la estructura de esta obra, unos apuntes que, por supuesto, sólo con el tiempo se irán llenando de contenido.

      El itinerario teórico seguido por Marx (y del que ya hemos tenido un primer esbozo al hilo del comentario de Schumpeter) puede resumirse de un modo en el que resalte lo que tiene de sorprendente y, quién sabe, si de contradictorio (lo cual, por otro lado, para un pensador supuestamente dialéctico no tenía por qué aparecer necesariamente como una objeción fatal). Tras aislar el concepto de valor en tanto que cantidad de trabajo contenido en una mercancía y enunciar la «ley del valor» como la ley de intercambio de equivalentes de trabajo, parece claro que el concepto de valor deberá en adelante funcionar como la base a partir de la cual explicar el precio al que se vende cada mercancía. La ley de la oferta y la demanda, por ejemplo, puede hacer oscilar el precio, pero siempre lo hará –según la ley del valor– en torno a un nivel marcado por la cantidad de trabajo que se ha invertido en esa mercancía. Si un lapicero cuesta diez mil veces menos que un ordenador, será entonces porque cuesta diez mil veces menos trabajo el producirlo. Ya sabemos de muchas de las objeciones que se pueden inmediatamente verter sobre esta teoría. Recordemos también que, al pasar a la Sección 2.ª, Marx se empeña en deducir el concepto de plusvalor sin necesidad de suponer que los capitalistas violan la ley de intercambio de equivalentes, es decir, la ley del valor. A partir de ese momento nos encontramos con una monumental paradoja que, por otro lado, Marx no se ocupa para nada de disimular, pues piensa haberla resuelto perfectamente mirando entre los intersticios del ciclo D-M-D’: sin violar la ley del intercambio de equivalentes, el capitalista se apropia continuamente de trabajo ajeno, sin aportar como equivalente ningún trabajo propio. Esta aparente paradoja es, por supuesto, aparente, pero plantea ya un problema muy profundo respecto a la estructura del Libro I, un problema sobre el que también se ha discutido interminablemente: ¿en qué sentido la Sección 2.ª (y el resto de las secciones del Libro I) se «sigue», o se «deduce» de la Sección 1.ª? ¿Cómo se puede deducir de la ley del valor algo que la contradice? Ésta será una de las preguntas más específicas a las que tiene que dar respuesta este libro: ¿es realmente cierto que la Sección 2.ª se deduce de la Sección 1.ª? Y si se diera el caso de que no es así, si se diera el caso de que la Sección 2.ª y todo el resto de El capital no se deducen de la 1.ª, ¿en qué sentido, entonces, podríamos seguir manteniendo, así por las buenas y como lo que nadie ha puesto todavía en duda, que Marx es uno de los seguidores de la teoría del valor? ¿Se podría seguir manteniendo que la teoría del valor es el punto de partida de Marx, o incluso la teoría misma de Marx en tanto que economista?

      En todo caso, no parece caber duda de que Marx ha considerado imprescindible exponer antes la teoría del valor para construir el concepto de plusvalor y desarrollar su teoría sobre la explotación capitalista. No parece caber duda de que, a partir de ahí, en los tres libros de El capital, jamás se perderá este punto de referencia. Ahora bien, una cosa es que sea un punto de referencia irrenunciable y otra cosa muy distinta es pretender que es la premisa a partir de la cual se deduce el edificio teórico de El capital. Que, como dijimos, la economía no tenga derecho a perder la perspectiva de la ley del valor no significa que el capitalismo se pueda deducir a partir de ella. Muy al contrario, la economía podría acabar por concluir por qué precisamente no es así (incluso si, en general, se pretende que sí lo es en el montaje propagandístico del capitalismo).

      La cosa se vuelve especialmente llamativa en un punto culminante del Libro III. Tan llamativa que, en efecto, la discusión al respecto es, sin duda, de las más extensas y profundas entre los economistas marxistas. En el Libro III, Marx elabora su teoría de la ganancia capitalista y su teoría de los precios de producción. Las mercancías en la sociedad capitalista –nos demuestra– se venden en torno a lo que en este momento está llamando su «precio de producción». ¿Cómo se relacionan «valor» y «precio de producción»? ¿En qué sentido la teoría de los precios de producción invalida la teoría del valor de la que ha partido toda la investigación? Todos estos problemas los vamos a ver luego desarrollados con detalle. Pero lo que tiene que llamar ahora nuestra atención es una cuestión de actitudes; en particular, la curiosa actitud que adopta Marx, justo en el momento en que, en el corazón mismo del Libro III, acaba de demostrar incontrovertiblemente que las mercancías de la sociedad capitalista (aquella sociedad que se supone que está estudiando desde el principio) no se intercambian a su valor, es decir, que su precio no responde a la cantidad de trabajo invertido en ellas, sino, más bien, a su «precio de producción», que a su vez responde a la cantidad de dinero que se ha invertido en ellas, más la ganancia media que se suele obtener con una cantidad semejante de dinero.

      En realidad, esto último, que parece más difícil de entender a simple vista, es mucho más sensato y cualquier inversor lo comprende ipso facto. La teoría del valor puede resultar muy de sentido común, pues es razonable que la gente quiera cambiar su trabajo por trabajo ajeno en cantidades equivalentes. Pero también es muy de sentido común que al vender mercancías haya que compensar la inversión y ganar algo, algo más, o al menos lo mismo, que se ganaría invirtiendo a plazo fijo en cualquier oferta bancaria. La cuestión (que sería crucial desde el punto de vista de la teoría del valor) de cuánto trabajo han costado esas mercancías, de si han sido el producto de largas jornadas laborales de un ejército de obreros, o más bien de una tecnología punta japonesa, no tiene aquí la menor relevancia. El factor determinante será el monto de la inversión que se ha realizado, independientemente de en qué se haya invertido. Las cosas acaban inevitablemente por funcionar así debido a la competencia de los capitales entre sí. Si hubiera un sector productivo en que se obtuviera mucha más ganancia que en otros, los capitales migrarían hacia ese sector, y no dejarían de migrar hasta que la situación se estabilizara en una especie de ganancia media entre todos los sectores. Así pues, aunque las empresas que utilizan más mano de obra produjeran más plusvalor, de todos modos, la ganancia que rendirían los capitales en ellas invertidos sería igual que en los otros sectores. Pero esto es tanto como decir que los precios a los que se van a vender las mercancías no van a depender ya del trabajo cristalizado en ellas, sino del monto de capital adelantado para su producción. Todos estos problemas se discutirán con detenimiento en la segunda parte de este libro. Ahora nos podemos conformar con una visión superficial del asunto.

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