Escritos sobre feminismo, ateísmo y pesimismo. Helene von Druskowitz
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En el ensayo de 1887 ¿Cómo son posibles la responsabilidad y la imputabilidad sin suponer la libertad de la voluntad?, Helene se enfrenta al difícil problema de conciliar necesidad y responsabilidad, exponiendo las posiciones de Kant, Schopenhauer, Feuerbach, Paul Rée y Herbert Spencer al respecto. Kant, en la Crítica de la razón práctica, había considerado que el hombre como fenómeno no es libre y está sometido a las leyes naturales, mientras que, como noúmeno, es decir, como ser moral, sí es libre. Schopenhauer, por su parte, en Los dos problemas fundamentales de la ética, evaluaba la libertad como una característica de la voluntad (la cosa en sí), mientras que el querer empírico del sujeto está absolutamente determinado por la combinación del carácter, marcado por la voluntad, y los motivos que a este puedan ofrecérsele. Druskowitz rechaza esta tesis «nouménica» de la libertad; primero porque ese supuesto plano nouménico no puede sondearse y resulta imposible, en consecuencia, juzgar al individuo desde él; y en segundo lugar, porque los actos humanos tienen lugar en el plano fenoménico, empírico, lo que probaría que hay una disposición moral natural en el sujeto, de manera que es en ese plano en el que puede imputársele y exigírsele responsabilidad por sus actos. Es verdad que las acciones humanas están determinadas por una multiplicidad de causas, conscientes o inconscientes, pero el hombre sí es responsable del conjunto de su vida, y esto explica por qué mostramos admiración o indignación éticas ante el comportamiento moral de un sujeto26: justo porque somos conscientes de que el sujeto podría haber actuado de otra manera. Cada sujeto puede ascender o descender en la jerarquía moral desde el momento en que encierra en sí una serie de «potencialidades superiores», que él mismo tiene la responsabilidad de desarrollar o silenciar y postergar.
No cabe detenerse, por consiguiente, en esa concepción de ser humano que considera que todos los actos de su voluntad están determinados por una serie infinita de causas precedentes, por mucho que esto sea evidente. Esta concepción «es solamente el estadio que precede a una concepción superior» en la que el ser humano está llamado, por naturaleza, a desarrollarse hacia la perfección. El ser humano es, como acabamos de decir,
[…] una manifestación de determinadas cualidades y potencialidades de la naturaleza. Sin embargo, la fuerza de la naturaleza, de la cual el individuo aparece como expresión parcial, debe ser considerada como algo autónomo, dotado de autoconciencia. Pero en cuanto el individuo es considerado como representante, dotado de autoconciencia, de determinados aspectos de la naturaleza, pensada de forma autónoma, entonces deja de ser un mero autómata y aparece, también él, como un ser, en cierto sentido, autónomo; y en la medida en que aparece como tal es también el autor responsable y moralmente imputable de sus acciones.27
Un animal bueno y otro malvado son manifestaciones de diferentes potencialidades naturales, y lo mismo le sucede al ser humano, aunque al primero no le atribuimos responsabilidad moral y al otro sí. ¿En qué radica la diferencia? Permítasenos transcribir un par de largas citas de nuestra autora, en la que aparece expuesto su punto de vista sobre la moral:
La diferencia entre el ser humano y el animal en relación con la manifestación, en el carácter, de cualidades buenas o malas, está determinada por la capacidad de discernimiento moral propia del ser humano, especialmente del ser humano mentalmente sano, adulto y civilizado, capacidad que le falta al animal, o se presenta solo de un modo muy escaso, en los animales más inteligentes. Si el ser humano, en relación con su carácter, se siente representante de determinadas cualidades de la naturaleza, también se considera responsable de su actuar, pues, en efecto, ¿qué otra cosa es el sentimiento de la responsabilidad sino reconocerse responsable de las propias acciones? Y autor de sus acciones lo es el ser humano, incluso sin la premisa de la libre voluntad, en cuanto se considera que él mismo ha de considerarse como expresión parcial de un determinado aspecto de la naturaleza. […] El amor que tributamos a todas las fuerzas armónicas que se manifiestan en la naturaleza, frente a la acción buena del ser humano, asume el carácter de admiración ética; el odio que experimentamos por la fuerza destructiva de la naturaleza, frente a la acción malvada del ser humano, asume, respectivamente, el carácter de indignación ética. En la persona buena admiramos el bien consciente; en la persona malvada nos indignamos ante el mal consciente.
Por tanto, la responsabilidad y la imputabilidad no dejan de existir si se destruye la hipótesis de una actividad soberana del yo en el acto de la voluntad, sino que se funda en la importancia del individuo como representante autoconsciente de determinadas potencialidades de la naturaleza. Si el individuo, ya sea en su totalidad o en sus pensamientos, sentimientos y actos de voluntad singulares, hay que considerarlo como el efecto de causas que le preceden, él, sin embargo, es, a la vez, más que esto; a saber, precisamente, la expresión parcial autoconsciente de determinadas fuerzas de la naturaleza considerada como autónoma; como tal, el hombre se siente responsable de su actuar y por esto se le tiene por responsable del mundo.28
El sujeto que obra mal no dice:
«No podía actuar de otro modo a como lo he hecho; mi acción era el efecto necesario de mi carácter, que no he causado yo mismo», sino que exclamará: «¡Habría podido actuar de otro modo; habría podido ser una persona mejor!», un disgusto que tendrá una influencia mucho más duradera sobre el comportamiento futuro del autor que aquel que deriva, en la misma situación, del punto de vista de quien supone la existencia de una voluntad libre. Pero quien comparte el punto de vista que hemos expresado no caerá nunca en el indigno pretexto de no haberse creado por sí solo con sus tendencias malvadas, porque reconoce en sí mismo, o al menos en una parte de sí mismo, aquello que lo ha creado; pero, a la vez, reconoce que la fuerza de la naturaleza misma lo llama a convertirse en representante de su potencia superior. […] Pero quien crea que hay que quedarse aquí y considerar el actuar humano sub specie necessitatis, es alguien que no comprende la voz de la naturaleza; no reconoce aquello a lo que la naturaleza apunta con todo su poder, aunque a menudo con una selección y aplicación insuficiente de sus medios.29
En Zur neuen Lehre: Betrachtungen [Consideraciones para una nueva doctrina] (1888), Helene continuó en la línea de desarrollar la moral en una línea evolucionista, adaptando una actitud cada vez más mística hacia la naturaleza, de la que, según ella, debía aflorar un nuevo orden ético mundial.
A la altura de 1905, Druskowitz tenía claro que ese nuevo orden ético debía tener como eje central el feminismo, pero un feminismo que, en su filosofía, basculó cada vez más hacia el pesimismo más intenso. Ya hacia 1888, Helene se había percatado de que la cuestión femenina era un tema de suma importancia y de que «el fenómeno más terrible en la historia del desarrollo humano no han sido las guerras de religión, ni la lucha de clases, ni el sometimiento de una casta a otra, ni tampoco los excesos y abominaciones de la superstición, sino el sometimiento de las mujeres, de manera que solo el hombre goza de sus derechos, mientras que la mujer está condenada a la esclavitud y a una improcedente frustración»30. Pero si a finales de la década de 1880 el pesimismo le parecía, como dijimos, una «concepción injusta y desviada del mundo», y alababa «la noble actitud del optimismo», en sus últimos años se pasó a la línea de Schopenhauer, tendiendo a considerar el optimismo una «ilusión, enormemente perjudicial y tonta»31. Proposiciones cardinales del pesimismo sería el resultado de este cambio de posición.
El proceso de la conversión pesimista de la pensadora de Hietzing debió de abarcar varios años. En el Documento Folio 4 de las actas de enfermos, que se conservan actualmente en el Niederösterreichischen Landesarchiv en St. Pölten, fechado en 1903, aparece un proyecto titulado Philosophische Rundfragebogen [Ronda de cuestiones filosóficas], que estaba destinado al suplemento de la revista berlinesa Die Feder. En él ya aparecen, como ha descubierto Ankele Gudrun, seis cuestiones que esbozan las líneas centrales de las Proposiciones cardinales del pesimismo: el principio supremo, la cuestión gnoseológica referida al papel de la percepción en la construcción del mundo, la cuestión de la moral, la cuestión de la dirección fundamental del pensamiento (según la alternativa del optimismo y del pesimismo), la cuestión del significado de los sexos y, finalmente,