Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa. Emilia Pardo Bazán

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Emilia Pardo Bazán: Obra literaria completa - Emilia Pardo Bazán biblioteca iberica

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      —Ahora...—repitió él con voz lenta—. La palabra....

      —¡De casarte conmigo! Me parece que me sobra derecho para pedir....

      —Mujer...—contestó Baltasar reposadamente, sacudiendo la ceniza del pitillo—, no todas las cosas salen a medida del deseo. Las circunstancias le obligan a uno a mil transacciones, que.... Yo quisiera, lo mismo que tú, que fuese mañana, pero ponte en mi caso.... Mi madre... mi padre... mi familia....

      —¡Tu familia, tu familia! ¿Pues no dijiste que ella era una cosa y tú otra? ¿Le echo yo alguna mancha a tu familia, por si acaso? ¿Soy hija de algún ajusticiado, o de algún capitán de gavilla? ¿No estamos en tiempos de igualdá? ¿No es mi madre tan honrada como la tuya, repelo?

      —No es eso... yo no te digo que....

      —¿Pues qué dices entonces, que te quedas ahí callado? ¿Tienes algo que echarme en cara? ¿No me gano yo la vida trabajando honradamente, sin pedírtelo a ti ni a nadie? ¿Te he pedido algo, te he pedido algo? ¿Ando yo con otros?

      —¿Quién te dice semejante cosa? Pero sucede que hoy por hoy lo que tú deseas, es decir, lo que deseamos, es imposible.

      —¡Imposible!

      —Por algún tiempo no más.... No me hallo todavía en situación de prescindir de mi familia... cuando alcance una graduación superior y pueda vivir con el sueldo....

      —¿No eres ya capitán?

      —Graduado, pero la efectividad.... En fin, te lo repito, hazte cargo; en las circunstancias por que atravieso no cabe una determinación semejante. Sería menester estar loco. Y digo más, créeme, hija; tenemos que ser muy prudentes para no comprometernos.

      —¡No comprometernos!—gimió con amargura la muchacha—. ¡No comprometernos! ¿Pero tú te has figurado—pronunció, reponiéndose y recobrando su impetuoso carácter—que yo soy tonta? ¿Piensas que me puedes meter el dedo en la boca? ¿Qué compromiso ni qué... repelo, te viene a ti de todo esto? ¡La comprometida, la engañada y la perdida soy yo!

      Y dejose caer en el banco de piedras, y apoyando la frente en la fría mesa de granito, rompió en convulsivos sollozos.

      —No grites, hija—murmuró Baltasar, aproximándose—. No llores... que pueden oírte y es un escándalo. Amparo, mujer, vamos, no hay motivo para esos gritos.

      La crisis fue corta. Levantose la oradora con los ojos encendidos, pero sin que una lágrima escaldase su mejilla morena. Indignada, miró a Baltasar y lo encontró sereno, inconmovible, con su fina y sonrosada tez y sus ojos garzos y trasparentes, en los cuales se reflejaba la luz del cielo sin comunicarles calor. Él quiso hacer dos o tres zalamerías a la muchacha para conjurar la tormenta; pero su ademán era violento, sus movimientos automáticos. Amparo lo rechazó, y se colocó por segunda vez delante de él en actitud agresiva.

      —Habla claro... ¿nos casamos o no?

      —Ahora no puede ser, ya te lo he dicho—contestó él sin perder su continente flemático.

      —¿Y cuándo?

      —¡Qué sé yo! El tiempo, el tiempo dirá. Pero has de tener calma, hija... un poco de calma.

      —Pues abur, hasta que me pagues lo que me debes—exclamó ella en voz vibrante, sin cuidarse de que la oyesen desde la casa o desde el camino los transeúntes—. Yo no soy más tu juguete, para que lo sepas: no me da la gana de andarme escondiendo, de ir con estas noches de frío a Aguasanta y a mil sitios así por darte gusto.

      Avanzó tres pasos más, y poniendo la mano en el hombro del oficial:

      —El día menos pensado...—pronunció—, cuando te vea en las Filas o en la calle Mayor... me cojo de tu brazo delante de las señoritas, ¿oyes?, y canto allí mismo, allí... todo lo que pasa. Y cuando venga la nuestra... o te hacemos pedazos, o cumples con Dios y conmigo. ¿Entiendes, falsario?

      Y en voz queda, con acento de religioso terror:

      —¿Tú no tienes miedo a condenarte? Pues si mueres así... más fijo que la luz, te condenas. Y si viene la federal... que Dios la traiga y la Virgen Santísima... te mato, ¿oyes?, para que vayas más pronto al infierno.

      Diciendo así, diole un empujón, y le volvió la espalda, saliendo con paso rápido, la frente alta, la mirada llameante, a pesar del peregrino desfallecimiento, de la desusada conmoción interior que le avisaba de que ahorrase tales escenas. Al salir la Tribuna, una ráfaga más fuerte desparramó por la mesa muchas hojas de vid, que danzaron un instante sobre la superficie de granito, y cayeron al húmedo suelo.

      —¿Lo hará?—meditó Baltasar a sus solas—. ¿Me vendrá a marear en público? Tengo para mí que no.... Estos genios vivos y prontos son del primer momento: pasado ese, se quedan como malvas. Quia... no lo hace. Sin embargo, me convendría salir de Marineda una temporada....

      Al pensar esto, miraba maquinalmente a las hojas secas, que valsaban con lánguido y desmayado ritmo.

      —Pero ¿y Josefina? Si las noticias de mamá son ciertas, no va a ser posible abandonar una proporción que tal vez no vuelva a encontrar en mi vida. ¡Qué mil diablos! Y esa chica era guapa.... ¡Lo que es guapa! ¡Qué tonterías! ¿Por qué se buscará uno estos conflictos? ¡Yo que tengo juicio para diez!

      Impaciente, tiró el cigarro que estaba concluyendo. Un átomo de fuego brilló entre las hojas, que crujieron encogiéndose, y a poco la colilla se apagó.

       —XXXIV— Segunda hazaña de la Tribuna

      Frío es el invierno que llega; pero las noticias de Madrid vienen calentitas, abrasando. La cosa está abocada, el italiano va a abdicar porque ya no es posible que resista más la atmósfera de hostilidad, de inquina, que le rodea. Él mismo se declara aburrido y harto de tanto contratiempo, de la grosería de sus áulicos, de la guerra carlista, del vocerío cantonal, del universal desbarajuste. No hay remedio, las distancias se estrechan, el horizonte se tiñe de rojo, la federal avanza.

      La Fábrica ha recobrado su Tribuna. Es verdad que esta vuelve herida y maltrecha de su primer salida en busca de aventuras; mas no por eso se ha desprestigiado. Sin embargo, los momentos en que empezó a conocerse su desdicha fueron para Amparo de una vergüenza quemante. Sus pocos años, su falta de experiencia, su vanidad fogosa, contribuyeron a hacer la prueba más terrible. Pero en tan crítica ocasión no se desmintió la solidaridad de la Fábrica. Si alguna envidia excitaba antaño la hermosura, garbo y labia irrestañable de la chica, ahora se volvió lástima, y las imprecaciones fueron contra el eterno enemigo, el hombre. ¡Estos malditos de Dios, recondenados, que sólo están para echar a perder a las muchachas buenas! ¡Estos señores, que se divierten en hacer daño! ¡Ay, si alguien se portase así con sus hermanas, con sus hijitas, quién los oiría y quién los vería echársele como perros! ¿Por qué no se establecía una ley para eso, caramba? ¡Si al que debe una peseta se la hacen pagar más que de prisa, me parece a mí que estas deudas aún son más importantes, demontre! ¡Sólo que ya se ve: la justicia la hay de dos maneras: una a rajatabla para los pobres, y otra de manga ancha, muy complaciente, para los ricos!

      Algunas cigarreras optimistas se atrevieron a indicar que acaso Sobrado se casaría, o por lo menos reconocería lo que viniese.

      —Sí,

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