Porno feminista. Группа авторов

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Porno feminista - Группа авторов UHF

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      I. HACER PORNO, DEBATIR PORNO

      1. Porn wars: las guerras del porno

      La artista, autora y educadora betty dodson ha sido una de las principales defensoras del placer y la salud sexuales de la mujer durante más de tres décadas. Después de su primera exposición de arte erótico, que realizó en solitario en 1968, Dodson produjo y mostró en 1973 la primera presentación feminista de diapositivas de vulvas, en la now Sexuality Conference de Nueva York, un acto en el que también presentó el vibrador eléctrico como dispositivo para el placer. Durante veinticinco años dirigió los talleres Bodysex, una iniciativa en la que impartía formación a mujeres sobre sus cuerpos y orgasmos. Su primer libro, Liberating Masturbation: A Meditation on Self Love se convirtió en un clásico feminista. Su obra Sex for One vendió más de un millón de ejemplares. Betty y su joven pareja Carlin Ross siguen proporcionando educación sexual en dodsonandross.com. Este artículo es un extracto de la autobiografía de Dodson, My Romantic Love Wars: A Sexual Memoir.

      A la hora de crear o ver contenidos sexuales, las mujeres están todavía debatiendo qué es aceptable hacer, ver o disfrutar. Estas «guerras del porno» siguen librándose mientras la mayor parte de los tíos se masturban en secreto con cualquier cosa que les ponga. Mientras tanto, demasiadas feministas quieren controlar o censurar la pornografía. La mayor parte de las personas estará de acuerdo en que el sexo es un asunto muy personal, pero ahora que la imaginería sexual está tan extendida y el porno está disponible en internet veinticuatro horas al día, siete días a la semana, yo diría —guste o no— que el porno está aquí para quedarse.

      El hecho de que la pornografía sea una industria de miles de millones de dólares y el motor que puso en marcha internet es una prueba de que la mayor parte de la gente quiere ver imágenes de sexo, lo admita abiertamente o no. Después de la puesta en marcha la liberación sexual femenina en los años sesenta y setenta, las mujeres se volvieron unas contra otras en el debate sobre si una imagen era erótica o pornográfica. Por desgracia, este debate interminable y sin sentido continúa hoy en día.

      La primera vez que dibujé sexo fue una experiencia totalmente reveladora para mí. En 1968 tuvo lugar mi primera exposición en solitario sobre arte erótico, titulada The Love Picture Exhibition. La experiencia me hizo darme cuenta de que muchas personas disfrutaban al ver dibujos bellos de parejas teniendo relaciones sexuales y practicando sexo oral. Con mi segunda exposición —de desnudos con masturbación— llegó el caos. La exposición no solo acabó con mi relación con la galería de arte, sino que hizo que me diera cuenta de lo ignorantes que eran los estadounidenses en lo que concierne a la sexualidad humana. Mi dibujo de 1,80 m de una mujer masturbándose con un vibrador junto al clítoris —en erección, además— puede haber sido la primera aparición pública del clítoris en la historia reciente. Estábamos en 1970, el año en el que me convertí en una activista feminista decidida a liberar la masturbación.

      En 1971 tuve mi primer encuentro con la censura cuando la revista Evergreen publicó imágenes de mi obra artística erótica. Un fiscal del distrito de Connecticut amenazó con pedir medidas cautelares si la revista no se retiraba de la biblioteca pública local. Mi amigo y antiguo amante Grant Taylor nos llevó en coche a una reunión con el fiscal del distrito. Su principal objeción era mi cuadro de una orgía solo con mujeres. Golpeó la página con el puño mientras escupía la frase: «¡El lesbianismo es un síntoma claro de perversión!».

      Al acabar la reunión se me echó encima la prensa. No me recuerdo qué dije, excepto que el sexo estaba bien, que la censura era sucia y que a los niños no les solía molestar mi arte, pero a sus padres a menudo sí. Unas cuantas personas me dieron la enhorabuena por mis palabras y mi arte. Una mujer dijo que consideraba mi obra «asquerosa y pornográfica», pero que tenía todo el derecho a mostrarla. Su comentario fue el que más me afectó. Durante el camino de vuelta a casa, recuerdo haberle preguntado a Grant cómo era posible que alguien considerara asquerosos mis bellos dibujos de desnudos.

      —¿Por qué no puede la gente distinguir entre el arte que es erótico y el arte que es pornográfico?

      —Betty, es todo arte —me dijo—. La belleza o la pornografía estarán siempre en los ojos del que mira.

      Después me advirtió de que era un error intentar definir cualquiera de las dos. Que era una trampa intelectual que llevaba a debates interminables en los que no se llegaría a ningún acuerdo. Tras pensar en ello… ¡supe que tenía razón! Esa noche decidí olvidarme de definir el arte erótico como superior a la imagen pornográfica. En vez de eso, acepté la etiqueta de «pornógrafa». Al instante me sentí entusiasmada con la idea de que podía llegar a ser la primera pornógrafa feminista de los Estados Unidos.

      Al día siguiente busqué en mi diccionario y descubrí que la palabra pornografía tiene su origen en el griego πορνογράφος, «porno-grafos»: los escritos de las prostitutas. Si la sociedad tratara el sexo con algo de dignidad o respeto, tanto las personas que crearan pornografía como las que ejercieran la prostitución tendrían un estatus social, que está claro que tuvieron en un momento dado. Las mujeres sexuales de la Antigüedad eran las artistas y escritoras del amor sexual. Puesto que las religiones organizadas han hecho que todas las formas de placer sexual sean malignas, hoy en día no hay un equivalente moderno. Como resultado, el conocimiento de las estimadas cortesanas se ha perdido, enterrado en nuestro subconsciente colectivo, suprimido por las religiones organizadas autoritarias que de forma sistemática han excluido a la mujer.

      La idea de reclamar el poder sexual de la mujer al crear pornografía era un concepto embriagador. El feminismo podría restaurar las perspectivas históricas de las sacerdotisas de los antiguos templos egipcios, de las prostitutas sagradas, las amazonas de Lesbos, las cortesanas reales de los palacios sumerios. El amor sexual era probablemente lo que la gente anhelaba, así que me di permiso a mí misma para romper las siguientes mil reglas de intimidación social dirigida a controlar la conducta sexual de la mujer. Hice justo eso y sigo haciéndolo a día de hoy. Para que las mujeres progresemos, tenemos que cuestionar toda autoridad, tener la disposición a desafiar cualquier regla cuyo objetivo sea controlar nuestra conducta sexual, y evitar que las cosas sigan como siempre, ya que eso mantiene el statu quo.

      Después de haber disfrutado el breve lapso de tiempo de libertades sexuales en los Estados Unidos que comenzó a finales de los años sesenta, mis gloriosas fiestas de sexo en grupo me permitieron darme cuenta de cuántas mujeres fingían los orgasmos. Así que en 1971 diseñé los Talleres Bodysex para proporcionar formación sobre sexo a las mujeres a través de la práctica de la masturbación. Se creaba autoconciencia sexual en estado puro cuando, sentadas en círculo, cada mujer respondía a mi pregunta: «¿Cuáles son tus sentimientos sobre tu cuerpo y sobre tu orgasmo?». También eliminamos la vergüenza genital mirando nuestras propias vulvas y las de las demás. Para terminar, aprendimos a sacar partido al poder de los vibradores eléctricos con las últimas técnicas de autoestimulación durante nuestros círculos de masturbación solo para mujeres.

      Los talleres Bodysex siguieron celebrándose durante los siguientes veinticinco años. Me costaron mucho: ¡acabé sacrificando mis articulaciones de la cadera por la liberación sexual femenina! Estos grupos también me permitieron realizar un trabajo de campo único sobre la masturbación femenina, un tema sobre el que rara vez se hacen estudios científicos, con lo que acabé con un doctorado en sexología.

      En 1982, a la edad de cincuenta y tres años, me uní a un grupo de apoyo de mujeres lesbianas y bisexuales que practicaban dominación y sumisión consensuadas. Quizá había evitado esta pequeña subcultura porque sospechaba que había algo poco sano en el hecho de mezclar dolor y placer. En vez de encontrar mujeres enfermas y confusas, descubrí un grupo de feministas que disfrutaban del sexo más políticamente incorrecto que se pueda imaginar. Uno de nuestros

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