Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018). Carlos Medina Gallego

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Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018) - Carlos Medina Gallego

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“Significado político-militar del Manifiesto de Simacota”. En él, el ELN, reivindica la toma de esa población santandereana y le da una dimensión político-ideológica en el universo de un tipo de representaciones a través de las cuales va creando su propio imaginario revolucionario, dentro de un contexto social e histórico específico, que no solo busca explicar, sino transformar radicalmente.

      El documento tiene varios aspectos de los que se podrán enumerar al menos tres, pues en ellos se encuentran las definiciones esenciales de la concepción políticomilitar del ELN, que en gran medida aún prevalecen:

      Primero, declara inaugurada una modalidad de lucha revolucionaria, la lucha guerrillera, concebida como una guerra popular, en la que el pueblo, y en particular la Organización como vanguardia, decide confrontar a quienes “mediante el engaño, la traición y la explotación han sumido en la miseria y el abandono a los pobres de Colombia” (ELN, 7 de enero de 1965, Manifiesto de Simacota).

      Segundo, define su objetivo estratégico, a la vez que señala el blanco político de sus acciones: la obtención del poder por las clases populares y la derrota de la oligarquía nacional, de las fuerzas armadas que la sostienen y de los intereses económicos, políticos y militares del imperialismo norteamericano.

      Tercero, señala la vía política electoral como equivocada y propia de “los politiqueros profesionales que salen a engañar al pueblo y a pedirle votos para beneficiarse con ellos, mientras a los campesinos y obreros se les extiende la violencia” (ELN, 7 de enero 1965, Manifiesto de Simacota).

      Esto significa que sobre el ELN pesa, en particular sobre sus bases, el principio del abstencionismo beligerante en el que se descarta cualquier salida política al problema de la violencia70.

      El ELN nace a la vida política del país a través de un discurso radical, que se va afianzando con el tiempo y que se constituye en su elemento más cohesionador, pero a la vez, el que define con mayor agudeza el carácter de sus contradicciones internas; la verticalidad, cierto grado de mesianismo político, y las posturas fundamentalistas y vanguardistas se conjugaron en una práctica revolucionaria que en los primeros años habría de marcar profundamente el acontecer cotidiano de la vida guerrillera. De ahí que la lectura que está haciendo el ELN de la toma y del manifiesto de Simacota, no sea otra cosa que la maduración de un discurso en el que comienza a encontrarse en símbolos, significados y sentidos que definen su cultura política y su práctica revolucionaria en esos primeros años, pero que se constituirá en un presupuesto de saberes y sentires que permanecerán en el tiempo.

      El ELN después de Simacota

      En los días que siguieron a la toma de Simacota, la reacción de las fuerzas armadas no se hizo esperar; el hostigamiento militar al grupo obligó prácticamente a la realización de una nueva acción, llevada a cabo por los grupos de apoyo, que en la zona urbana de Barrancabermeja dirigía Juan de Dios Aguilera.

      Pese a la distante y accidentada relación que mantenía la ciudad y el campo, dada la naturaleza diferente de sus tareas —la primera de tipo logístico y la segunda de crecimiento y expresión de tipo político-militar como guerrilla propiamente dicha—, el trabajo de aglutinamiento y politización se desarrollaba a distinto nivel en las más importantes ciudades del país.

      El proceso de nucleación se fue produciendo en el interior de las organizaciones gremiales, principalmente obreras y estudiantiles en la ciudad y posteriormente de las organizaciones campesinas y populares. En esta medida, el ELN contó desde su comienzo con una importante red de trabajo de apoyo político y militar en la ciudad, que en algunas ocasiones se vio en la necesidad de realizar tareas militares para dispersar las acciones de las fuerzas militares concentradas en los puntos golpeados por la Organización.

      Así, en Barrancabermeja, que era la puerta de entrada a la zona de implantación, existía desde muy temprano una red urbana que se constituyó en requisito esencial para que el proyecto pudiese sostenerse, pero igual la había en Bucaramanga, Bogotá, Cali, Medellín y otras ciudades del país.

      El 5 de febrero de 1965, el ELN se toma la población de Papayal en el departamento de Santander, con un primer objetivo: el de dividir la acción de las fuerzas armadas y llamar la atención de estas sobre esa región. La Dirección del ELN le encomienda al grupo de Barrancabermeja la realización de esta toma. Estudiadas sus posibilidades su ejecución, se escoge el sitio de Papayal, al que se podía llegar rápidamente por carretera, se reunió un grupo de campesinos conocedores de la región y junto con un colectivo de militantes urbanos, sin mayor armamento, se impartió la orden de tomarse el puesto de policía. Esta acción tiene dos particularidades importantes a resaltar: primero, quienes la llevaron a cabo no tenían ni los recursos, ni la capacitación, ni la experiencia suficiente para hacer este tipo de trabajo; lo hacían forzados por las circunstancias y necesidades del grupo que se había tomado Simacota. Segundo, lo que se ponía allí de presente era la disposición alcanzada por los integrantes del ELN para cumplir con las orientaciones, sin temer las dimensiones del riesgo. Así, la acción de Papayal, se presentaba como una misión suicida, pues, por una parte, algunos de los participantes desconocían por completo la zona y, por otra, el armamento era precario y el número de combatientes en disposición de cumplir la orden era mínimo. Todos carecían de experiencia combativa y era la primera acción militar de ese tipo que realizaban.

      La acción estuvo a cargo de cinco militantes de la Organización, coordinada y dirigida por Julio Portocarrero, un estudiante residente en Bogotá, a quien se le asignó esa responsabilidad. Los demás miembros del comando fueron “Ricardo Lara Parada, Heriberto Espitia, José Antonio Rico Valero y Rodolfo León. Armados con un fusil calibre 30, una ametralladora fabricada en San Vicente de Chucurí, una carabina calibre 22 y cuatro revólveres, dieron muerte al inspector y a tres agentes de policía y recuperaron su armamento” (Arenas, 1971, p. 53).

      Motivados por el triunfalismo de las dos primeras acciones, el Estado Mayor del ELN no realiza una reflexión colectiva y crítica de estas, dadas las particularidades operativas en que fueron realizadas y las consecuencias que de ellas se derivaron: la muerte de Pedro Gordillo, la deserción de Samuel Martínez y Manuel Muñoz, la delación y captura de guerrilleros, y el hostigamiento a las bases campesinas, debían haber generado una lectura crítica de ese primer accionar (Entrevista a Nicolás Rodríguez, 1992-3).

      Después de Simacota y Papayal, las identidades de Fabio Vásquez y Víctor Medina Morón quedan al descubierto. Desde entonces se inicia una movilización de gente buscando al ELN por el impacto que provocaron las acciones, pero, sobre todo, por la ola guevarista y guerrillera que recorría toda América Latina y llevaba a los jóvenes a asumir el compromiso de la lucha revolucionaria como una necesidad de existir, en el contexto de una década que los convocaba románticamente a la revolución. La aparición del ELN, en gran medida, ofrecía la posibilidad de concretar ese romanticismo.

      La lectura que realiza la Organización sobre las acciones ejecutadas estaba más cerca de los principios y los imaginarios de la revolución que de la realidad. La atmósfera que respiraba el grupo era la de estar cumpliendo, y el punto de vista que fue estructurando tenía la particularidad de aumentar su autoestima, elevar su moral y mantener su disposición para el trabajo (Entrevista a Nicolás Rodríguez, 1992-3).

      Simacota se convertía en ese tipo de símbolo necesario para que el imaginario revolucionario comenzara a coger la carne de la historia; era algo real de que hablar, algo que mostrar, para ofrecer un discurso que convocara el interés de la comunidad y la sociedad en su conjunto hacia el proyecto armado, discurso que además había que construir desde las particularidades de la nación y desde las posibilidades intelectuales del grupo para comprender e interpretar su realidad.

      Hasta entonces

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