Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018). Carlos Medina Gallego

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Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018) - Carlos Medina Gallego

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y el compromiso

      Una vez se establecieron en el cerro de los Andes, organizaron el campamento y se inició el proceso de capacitación y acomodamiento a la vida militar y política en medio de cotidianos contratiempos y grandes limitaciones63. El grupo era relativamente heterogéneo, jóvenes cargados de expectativa, fantasía y en alguna medida una dosis considerable de deseo de aventura se encontraban con hombres formados, que como Luis José Solano Sepúlveda, Jorge González, Domingo Leal, Hernán Moreno y Jacinto Bermúdez habían sido jefes de grupos guerrilleros en la cercana violencia liberal-conservadora. A ellos se sumaban Fabio Vásquez Castaño, Luis Rovira y José Ayala, cuya visión revolucionaria se había consolidado en el conocimiento de la reciente Revolución cubana.

      Durante las primeras semanas Fabio se preocupó por crear una mística revolucionaria, sobre la base del estudio de dos materiales que marcaron profundamente la actividad y las costumbres del grupo por más de diez años: el Manual de táctica guerrillera y el Código del guerrillero. Durante los seis primeros meses, los documentos fueron estudiados hasta que, interiorizado su contenido, se hizo de obligatorio y riguroso cumplimiento.

      El Manual de táctica guerrillera educó militarmente al grupo en los fundamentos esenciales de la guerra irregular, los instruyó en técnicas de combate y les fue creando una mentalidad de guerra que debía funcionar las 24 horas del día; por su parte, el Código del guerrillero se desarrollaba a través del reglamento interno que distribuía el tiempo y las actividades diarias, normatizaba y penalizaba la conducta militar y política del grupo (Rodríguez, 1990). Los espacios de motivación revolucionaria que trabajaba a diario Fabio Vásquez se confundían con el imaginario cristiano que fundamenta un idealismo religioso en el que la mayoría de los jóvenes inspiraba sus acciones64.

      En medio de la educación política, militar e ideológica se fue perfilando una práctica cotidiana en que la autoridad y la posibilidad del mando, se construía en un reconocimiento del trabajo diario, de la capacidad de entrega y de servir de ejemplo a los demás. Las condiciones para que madurara el espíritu de sacrificio, sobre el cual se reconocía el carácter revolucionario, estaban presentes en cada momento: grandes limitaciones materiales y una extrema pobreza económica se pudieron superar porque se predispuso el espíritu de cada uno para probarse en la dificultad (Rodríguez, 1990).

      Después de algunas semanas de entrenamiento militar, de recibir formación política e ideológica, incluso de alfabetizar a los que no sabían leer y escribir para hacer más fácil la tarea de formación, se produjo el juramento de bandera, como se hace en el Ejército regular, en el que se comprometía cada cual a ir hasta las últimas consecuencias según lo establece la consigna tomada del movimiento de Los Comuneros de 1789: Ni un paso atrás, liberación o muerte (Nupalom). El ritual en alguna medida se constituía en un pacto de muerte, de entrega total y desprendimiento absoluto, porque hecho el juramento, el compromiso con la Organización, y a través de ella con la revolución, se hacía irreversible (Entrevista a Nicolás Rodríguez, 1992-3).

      En síntesis, en los primeros meses, los integrantes de este núcleo guerrillero del ELN se dedicaron a asimilar el manual de táctica, a ganar disciplina, a cumplir e interiorizar el código guerrillero66, a estudiar política e ideología y a prepararse para trabajar la base campesina, lo que por las condiciones del grupo resultaba más angustioso y difícil que pasar las pruebas forzadas por las limitaciones materiales.

      El trabajo campesino se erigió sobre algunas temáticas centrales, que buscaban educar y construir bases de apoyo en el reconocimiento de diferencias substanciales con otros proyectos políticos y militares precedentes. Era necesario, entonces, explicarle a la población que no se trataba de “chusmeros”, sino, de guerrilleros que luchaban contra el Gobierno y en favor de los pobres; que su lucha no se circunscribía a la vieja confrontación liberal-conservadora y que en esa medida no era una lucha partidista, porque para ellos liberales y conservadores eran igualmente pobres; que respetaban las creencias religiosas de cada cual; que el comunismo no era malo, como se le había hecho creer a la gente, sino, que era un sistema social que buscaba el bienestar colectivo; que la lucha estaba dirigida contra los gringos que se llevaban los recursos y las riquezas de los colombianos y contra los ricos y el Gobierno que lo permitían; que esa lucha necesitaba de la unión de liberales y conservadores, de católicos y protestantes, de todos los pobres de Colombia, para hacer efectivo el cambio; que por medio de las elecciones era imposible tomar el poder, “porque los candidatos eran de los mismos ricos, ellos controlaban el sistema electoral y si alguien que estuviese de acuerdo con los pobres tuviese oportunidad de ganar lo asesinarían como hicieron con Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Rangel Gómez; que el ELN era un ejército para la defensa de todos los pobres de Colombia” (Rodríguez, 1990, pp. 14-19).

      Este tipo de enunciado elemental, expresión más del sentido político común que de una concepción elaborada o un proyecto político estructurado, fue el que guió el trabajo con la base campesina, antes de que apareciese públicamente la Organización. Después este sería reemplazado por los principios programáticos que sirvieron de sustento político a la Organización, hasta que se realizó la primera Asamblea Nacional del ELN, en 1983.

      Pese a las limitaciones del momento y a las dificultades para acceder a recursos básicos de subsistencia, se impuso como norma mantener con la población unas relaciones de fraternidad y cooperación permanente. La mayor parte de los integrantes del grupo iban a trabajar a las parcelas de los colonos con el objeto, no solo de realizar el trabajo político sino, además, de ganarse la comida. De todas maneras, en la medida en que pasaba el tiempo las condiciones de existencia se hacían más precarias. En esos primeros meses la dirigencia del ELN que buscaba apresuradamente darle un perfil al grupo que lo distanciara del bandolerismo y las prácticas de cuatrerismo, se opuso al secuestro y al robo de ganado, insistiendo en la necesidad de contar con la solidaridad de la gente de la región como base fundamental para el apoyo logístico de subsistencia. El hambre y el desabrigo pusieron a prueba el compromiso del grupo durante ese tiempo (Rodríguez, 1990).

      En el mes de septiembre de 1964, se articula Víctor Medina Morón al grupo, como segundo al mando. Una serie de atentados contra los institutos colombo-americanos, realizados en los días anteriores en Bucaramanga y Bogotá, lo ponen al descubierto frente a las autoridades y lo obligan a marchar a la guerrilla (Entrevista con Nicolás Rodríguez, 1992-3). La llegada de Medina a la guerrilla del ELN como segundo responsable fue generando una contradicción que maduraría con el tiempo, y cuyo desarrollo acarrearía lamentables consecuencias. Por una parte, sin existir realmente, se generaría una doble división entre lo urbano y lo rural y, entre lo político y lo militar. El papel asignado a la ciudad, en el desarrollo de la guerra, se ubicaba en el orden logístico para esa época y, en lo fundamental a lo largo de toda la historia del ELN, fue siempre insuficiente y contó con grandes limitaciones para desarrollarse. Prácticamente el campo tuvo que asumir, con el tiempo, la responsabilidad de mantener viva la actividad en la ciudad e incluso sostenerla económicamente (Medina, 1996).

      Las limitaciones, que en el aspecto militar tenía Medina Morón, lo llevaron a desarrollarse con

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