Pasión sin protocolo. Annie West
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Читать онлайн книгу Pasión sin protocolo - Annie West страница 4
–Pienso que es útil que hable su idioma y conozca su cultura, puede ser reconfortante, sobre todo, en momentos de pérdida.
Hizo una pausa.
–Aunque no vaya a vivir nunca allí. Hay argumentos de peso para que mantenga su lengua materna.
Él asintió despacio, como si le costase darle la razón.
–Si le soy sincero, ese es el único motivo por el que está aquí, señorita Rivage. Porque Ariane necesita a alguien que hable ancillano además de inglés. Ha perdido a sus padres, pero no quiero que pierda sus raíces también.
Su voz se agravó y Caro sintió compasión por el hombre que tenía delante por primera vez desde que había entrado en aquella increíble biblioteca. No le había cambiado la expresión, pero su voz se había quebrado ligeramente.
Podía parecer un sensual ángel caído, masculino y casi arrogante, pero acababa de perder a su hermana y a su cuñado. Y había tenido que asumir la responsabilidad de criar a su sobrina.
Era posible que no estuviese en el mejor momento de su vida.
–Tengo experiencia con situaciones de pérdida de seres queridos, señor Maynard. Si me da la oportunidad, haré todo lo posible por apoyar a su sobrina y ayudarla a crecer.
Él la miró fijamente de nuevo y Caro se sintió esperanzada.
Entonces llamaron a la puerta y esta se abrió.
–Siento interrumpir, Jake, señorita Rivage.
Era el secretario, Neil Tompkins, que la había acompañado hasta allí.
–Tiene que atender una llamada. Sé que no es buen momento, pero es importante.
Jake Maynard se puso en pie.
–Discúlpeme, señorita Rivage. No tardaré.
Y ambos desaparecieron detrás de la puerta.
Caro se puso inmediatamente en pie. Dejó el bolso junto a la silla y paseó por la habitación, atraída por las increíbles vistas de las montañas nevadas, tan diferentes de su casa en el Mediterráneo.
Repasó mentalmente lo que él le había dicho y cómo podía ella haber respondido mejor.
Si había otras candidatas con mucha más experiencia, era poco probable que le diese el puesto a ella, aunque, por otra parte, no había muchas personas que hablasen su idioma. El ancillano era un idioma antiguo, procedente del griego antiguo e influenciado a lo largo de los siglos por el italiano, el árabe e incluso el nórdico. Si ella era la única de todas las candidatas que lo hablaba, tal vez tuviese una oportunidad.
Oyó que se abría una puerta, pero no la puerta por la que habían desaparecido Jake Maynard y su secretario, sino otra, al otro lado de la habitación.
Y en ella apareció una figura pequeña y desaliñada. Llevaba un vestido con volantes arrugado y tenía el pelo cobrizo recogido en unas trenzas deshechas rodeadas por una aureola de rizos.
A Caro se le detuvo el corazón.
Tomó aire, tuvo que hacerlo para no desmayarse, pero no se pudo mover.
La niña la miró con el rostro sucio por las lágrimas y unos enormes ojos violetas.
Caro se puso a temblar y tragó saliva una y otra vez.
Había deseado mucho aquel momento, pero nada la había preparado para enfrentarse a aquellos ojos, a aquel pelo.
Sintió que volvía de golpe a su propia niñez. A la única persona en el mundo que la había querido de verdad. A sus benévolas manos, a sus tiernas palabras y a una espesa mata de rizos de aquel mismo color.
–¿Dónde está tío Jake?
Las palabras de la niña trajeron a Caro de vuelta a la realidad. Sus rodillas cedieron y se sentó en el banco que había delante de la ventana.
–Volverá en un momento –le dijo con un hilo de voz, embargada por la emoción.
–¡Hablas como yo! –respondió la niña sorprendida.
Y Caro se dio cuenta de que había hablado en ancillano.
Entonces, la niña a la que había ido a conocer cruzó la habitación para llegar hasta donde estaba ella.
Caro sintió calor y frío, alivio, incredulidad y asombro. Sintió ganas de sonreír y de llorar.
O de abrazar a Ariane y no dejarla marchar.
Capítulo 2
AJENA a su angustia, Ariane se detuvo delante de ella y le tendió un oso de peluche bastante raído.
–Se le ha caído el brazo a Maxim –le dijo la niña con labios temblorosos–. ¿Me lo puedes arreglar?
Caro tardó un momento en procesar sus palabras. Estaba demasiado ocupada estudiando su rostro en forma de corazón, sus grandes ojos y las pecas que salpicaban su pequeña nariz.
A pesar de todos los indicios, había cabido la posibilidad de que hubiese habido un error.
Pero al ver a Ariane en persona no le cupo la menor duda.
Caro tomó aire y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas por primera vez en años.
La niña retrocedió.
Y ella esbozó una sonrisa.
–Lo siento, no pretendía asustarte –le dijo, limpiándose las lágrimas–. Creo que se me ha metido algo en el ojo. Ahora, háblame de tu osito. ¿Se llama Maxim?
Ariane asintió, pero guardó las distancias.
–¿Sabes que hubo un rey llamado Maxim? Era muy valiente. Luchó contra los piratas que intentaron invadir St. Ancilla.
Ariane dio un paso hacia ella.
–De allí vengo yo –le dijo–. ¿Tú también?
–Sí –respondió Caro, sonriendo más.
Jamás se había imaginado que mantendría aquella conversación.
Fue un momento agridulce. Dulce porque, después de tanto dolor, Caro había encontrado a la niña. Y amargo porque había perdido muchos años.
Pero aquel no era el momento de pensar en el pasado.
–¿Qué le ha pasado a Maxim? ¿También ha luchado contra los piratas?
Ariane sonrió y Caro sintió que un rayo de sol le traspasaba el corazón.
–No, tonta. Los piratas no existen.
–¿No? –le preguntó ella, sintiendo que se derretía