Pasión sin protocolo. Annie West

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Pasión sin protocolo - Annie West Bianca

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aunque sueñe con ellos, no tengo miedo. No son de verdad.

      –Es bueno saberlo. Gracias.

      Caro se preguntó si eso significaba que Ariane tenía pesadillas. Volvió a contener las ganas de abrazarla.

      La niña la miró con curiosidad.

      –¿Quién eres? Te pareces…

      Frunció el ceño y la estudió con la mirada.

      –A alguien que conozco.

      –¿De verdad? –le preguntó ella con el corazón acelerado–. ¿A quién?

      –No lo sé.

      Caro tomó aire y se recordó que Ariane era una niña pequeña, que debía de resultarle familiar porque procedían del mismo lugar y hablaban el mismo idioma. Nada más.

      –¿Y qué le ha pasado a Maxim?

      Ariane hizo un puchero.

      –No lo sé. Me he despertado y estaba así.

      –Bueno, es fácil de arreglar –le aseguró Caro.

      –¿De verdad?

      –Por supuesto. Solo necesitamos aguja e hilo para volver a coserlo.

      Ariane se acercó más y le tendió el oso y el brazo que se le había caído.

      –¿Puedes arreglarlo ahora, por favor?

      –Aquí no tengo una aguja, pero podemos hacer un arreglo provisional.

      –¿Sí?

      –Sí. Trae mi bolso, que está junto a la mesa, y veré lo que puedo hacer.

      Vio cómo la niña atravesaba la habitación. Era evidente que quería mucho a Maxim. ¿Quién se lo habría regalado? ¿Sus padres? ¿Tío Jake?

      Caro pensó en el hombre reservado que la había interrogado e intentó imaginárselo con aquella preciosa niña. No lo logró, pero lo había visto protector con ella.

      –Toma –le dijo Ariana, llevándole el bolso.

      –Gracias. Me llamo Caro. A ver si sabes decirlo.

      –Caro. Es muy fácil.

      –¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

      –Ariane.

      –Qué nombre tan bonito.

      –Mi papá me dijo que mamá lo había elegido porque era muy bonito.

      Los ojos de Ariane se llenaron de lágrimas y le tembló la barbilla.

      A Caro se le hizo un nudo en el corazón. Ariane había perdido a sus padres.

      –Sí. En St. Ancilla hay otras niñas que también se llaman así. Es el nombre de una señora muy famosa y muy bella, pero, sobre todo, muy buena y valiente también.

      –¿Sí? –preguntó Ariane con curiosidad.

      –Sí. Vivió hace mucho tiempo, antes de que hubiese buenos hospitales y medicinas. Cuando todo el mundo enfermó, los demás señores se encerraron en sus castillos, pero ella salió a ayudar a los pobres. Se aseguró de que tenían comida y agua limpia y los ayudó a ponerse bien.

      –Yo quiero ser como ella. Quiero ayudar.

      –Bien –le dijo Caro, sacando un pañuelo de su bolso–. Puedes practicar ayudando a Maxim. Toma. ¿Puedes sujetar su brazo así?

      Ariane asintió y se concentró en sujetar al peluche. Caro sintió su mano en la rodilla y notó un escalofrío que le encogió el corazón. Tomó aire y continuó arreglando el osito.

      Ya tendría tiempo para emocionarse, cuando estuviese sola. Aquel no era el momento.

      Pero mientras arreglaba el muñeco prestó más atención a la niña que a él. Ariane necesitaba estabilidad, benevolencia y, sobre todo, amor. Y, costase lo que costase, ella se lo daría.

      Jake se quedó en la puerta, observándolas, inclinadas sobre el oso de peluche.

      No supo el motivo, pero sintió que le faltaba el aire al verlas así.

      Supuso que era porque tenía que haber sido su hermana Connie la que estuviese allí, con Ariane.

      Respiró hondo.

      Habría dado todo lo que tenía porque Connie pudiese estar allí.

      Como estaban hablando en ancillano, no entendía la conversación. Solo había entendido que Ariane se ponía triste y Caro Rivage desviaba su atención para evitar que derramase las lágrimas que habían invadido sus ojos.

      Pensó que, si era capaz de hacer sonreír a Ariane, acababa de ganar muchos puntos. Le gustaba la sensibilidad de la señorita Rivage.

      Aunque todavía no estuviese dispuesto a darle el puesto. Su currículum era ridículo en comparación con el de otras candidatas que llevaban mucho más tiempo en la profesión.

      Jake frunció el ceño mientras veía cómo colocaban algo alrededor del oso y Caro hablaba en voz baja a Ariane.

      Allí había algo, algo que no podía describir. Cierto… parecido entre ambas.

      No era el color de su pelo, ni la forma de su rostro, pero sí la inclinación de los ojos y tal vez la forma de la nariz.

      Jake sacudió la cabeza. No había ninguna relación entre ambas, salvo que hablaban el mismo idioma.

      No sabía por qué, pero su sexto sentido se había vuelto loco desde que Caro Rivage había llegado. Tanto, que después de colgar el teléfono había revisado su candidatura en busca de alguna anomalía, pero todo le había parecido bien.

      Se pasó los dedos por el pelo. Tal vez fuese demasiado exigente a la hora de escoger una niñera para Ariane. No estaba acostumbrado a tomar aquel tipo de decisiones, solo tomaba decisiones en las que lo que había en juego era dinero.

      Sin embargo, con su sobrina no quería correr ningún riesgo. Ya había sufrido suficiente. Pensó en el coche de su hermana y su cuñado, aplastado bajo un enorme árbol. Era un milagro que Ariane hubiese sobrevivido al accidente en el que habían fallecido sus padres.

      Tenía que hacer lo que fuese mejor para ella.

      Entró en la habitación y la mujer vestida de marrón levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

      Tenía algo que hacía que se le erizase el vello.

      Era evidente de que, a pesar de que parecía absorta en la niña, había sentido su presencia. Jake no supo si eso era bueno o sospechoso.

      O tal vez lo que sentía en el pecho no fuese desconfianza. ¿Podía ser atracción?

      Jake

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