Pasión sin protocolo. Annie West

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Pasión sin protocolo - Annie West Bianca

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mujeres aburridas y corrientes.

      Ni tampoco mezclaba el trabajo con el placer. No salía con sus empleadas.

      Se detuvo delante de ellas y apretó la mandíbula. Ella no era su empleada. Todavía. Era probable que no lo fuese nunca.

      –¿Qué le ha pasado a Maxim? ¿Está bien?

      Ariane levantó la vista y sonrió. Su sobrina se alegraba de verlo, aunque no tanto como para abrazarlo. Jake contuvo una punzada de dolor.

      No la culpaba. Todavía era un extraño para ella. Sus viajes a St. Ancilla no habían sido frecuentes.

      –Se le ha caído el brazo, pero Caro puede arreglarlo. Necesitamos…

      Se giró hacia la mujer.

      –Hilo o lana para coserle el brazo.

      Ariane asintió.

      –Lana. ¿Tienes lana, tío Jake? Por favor. Para que podamos arreglarlo.

      Ariane le rogó con la mirada y él se sintió incómodo.

      La niña necesitaba a alguien que supiese cuidar de ella. Alguien que pudiese llenar vacíos que él, con su falta de experiencia, no sabía llenar.

      –Seguro que podemos conseguirlo –le dijo, agachándose junto a su sobrina y disfrutando de su sonrisa.

      Lo que no había esperado Jake era descubrir el delicioso aroma de la mujer que estaba sujetando el oso de peluche de Ariane. Era el perfume de una mujer sensual, no un perfume pesado, pero mucho más que la colonia con aroma a flores que habría esperado que usase una mujer así. Respiró hondo y deseó no haberlo hecho.

      La miró, pero ella evitó su mirada.

      ¿Sentiría ella también la atracción?

      Intentó apartar aquello de su mente. No había ninguna atracción.

      –Llamaré a Lotte a ver si ella tiene lana, ¿quieres?

      Seguro que su eficaz ama de llaves tenía lana o podía conseguirla.

      –Y una aguja, por favor, a poder ser, grande.

      Oyéndola tan cerca, la voz de Caro Rivage le resultó sorprendentemente sensual. ¿Estaría intentando cautivarlo para que le diese el trabajo? Pues se iba a llevar una sorpresa, si pensaba que iba a impresionarlo con esa voz.

      Jake volvió a mirarla, pero ella no le estaba prestando atención. Estaba sonriendo a Ariane mientras le devolvía el osito.

      Jake se quedó de piedra al ver como la sonrisa transformaba a aquella mujer de aspecto afable en alguien casi… impresionante.

      –Por favor, tío Jake. ¿Puedes preguntarle ahora?

      –Por supuesto.

      Jake se incorporó y llamó a Lotte por teléfono. La entrevista se había visto interrumpida por Ariane y su oso, pero tal vez aquello fuese bueno. A pesar de querer encontrar a una persona cualificada, Jake también quería a alguien cariñoso. Alguien en quien Ariane pudiese verse reflejada.

      Y al observarla con Caro Rivage tuvo la sensación de que había encontrado a la persona adecuada.

      Aunque no quería darle el trabajo todavía, tuvo que aceptar que a Ariane le había gustado. Así que iba a tener que darle una oportunidad.

      Se giró hacia la puerta que se acababa de abrir. Como era de esperar, Lotte traía lana de distintos colores, además de agujas y tijeras. El ama de llaves se ofreció a arreglar a Maxim, pero Ariane insistió en que lo hiciese Caro.

      Las mujeres se miraron y Caro pidió permiso para utilizar los materiales de Lotte y le preguntó su opinión acerca de qué color y tamaño de aguja utilizar. Unos minutos después ambas mujeres se habían convertido en verdaderas aliadas.

      Jake aplaudió en silencio a Caro Rivage, que era consciente de cuál era el territorio del ama de llaves y había conseguido ponerla de su parte en vez de conseguirse una rival. Lotte solía proteger a Ariane como una gallina a un único polluelo, pero en esos momentos estaba sonriendo y asintiendo, alabando las habilidades de la recién llegada con la costura y diciéndole a Ariane que Maxim iba a quedar como nuevo.

      Caro Rivage era muy hábil, capaz de entender a los demás.

      ¿Era eso lo que había hecho con él? ¿Había intentado hacerse pasar por la niñera ideal utilizando aquella caída de párpados?

      Aunque también lo había mirado fijamente a los ojos y Jake había tenido la sensación de que estaba muy nerviosa a pesar de parecer tranquila. Era evidente que deseaba aquel trabajo.

      ¿Estaría en la ruina? La ropa que llevaba puesta parecía nueva, aunque fuese muy corriente. Tal vez pensase que, si trabajaba para él, después se le abrirían muchas puertas.

      La idea alivió un poco su tensión. ¿Por qué no iba a querer Caro Rivage aquel trabajo? La sensación de que había algo más se disipó. Había comprobado las referencias de aquella mujer, que eran buenas, y no tenía antecedentes penales.

      –Ya está Maxim arreglado –murmuró Jake al verla cortar el hilo y darle el muñeco a Ariane.

      –¡Gracias, Caro!

      Jake pensó que Ariane iba incluso a abrazar a la recién llegada, pero abrazó a su peluche mientras Lotte la observaba y sonreía de oreja a oreja.

      Jake se aclaró la garganta.

      –Lotte, ¿podrías ocuparte de Ariane un momento, mientras la señorita Rivage y yo terminamos nuestra conversación?

      Ariane se mostró reacia a marcharse, pero obedeció. Jake observó cómo Caro se ponía en pie, nerviosa, y lo miraba a los ojos. Le sorprendió ver que, cuando se controlaba, era difícil interpretar sus gestos.

      Y no supo si admirarla o sentirse molesto por ello.

      –¿Me siento frente al escritorio otra vez? –le preguntó ella.

      –No, señorita Rivage –respondió Jake–. La entrevista ha terminado.

      Caro se sintió consternada. Se le hizo un nudo en el estómago y sintió náuseas. Se agarró las manos detrás de la espalda para no llevárselas al vientre.

      ¡No podían echarla de allí tan pronto! Solo había empezado a hablar cuando la habían interrumpido.

      –Pienso que debería reconsiderar su decisión, señor Maynard –le dijo en tono calmado, con la voz un poco ronca.

      –¿Reconsiderarla? Si todavía no le he dicho cuál es mi decisión.

      Él la miró divertido, como si le gustase verla incómoda.

      Aquello la enfadó. Se habían reído tanto de ella en su casa, de niña, por su timidez, porque era diferente, porque no encajaba con los demás, que era un tema que la crispaba.

      En realidad, había sido más su madrastra que sus hermanastros

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