Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington
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–Bienvenida a Paxos –se dijo con una risita y bajó del coche al calor y el crujido de la grava bajo sus pies.
Nada más pronunciar esas palabras, un fino tacón de sus sandalias italianas preferidas resbaló en un adoquín y se le torció el tobillo, lo que la hizo trastabillar contra el metal caliente del coche.
Lo que, a su vez, dejó un rastro de varias semanas de suciedad y de brillante polen verde por todo el costado de su chaqueta italiana de seda y lino.
Con los dientes apretados, inspeccionó el daño a su ropa y el arañazo de su sandalia y maldijo para sus adentros con el extenso vocabulario de una chica criada en el mundo del espectáculo. La piel roja oscura había quedado arrancada a lo largo del tacón.
¡Más valía que ese proyecto fuera urgente!
Aunque fuera fascinante.
En los cinco años que llevaba trabajando como escritora fantasma, era la primera vez que la enviaban a un encargo propio de máximo secreto… de hecho, era tan secreto que el editor que había firmado el contrato había insistido en que todos los detalles de la identidad del misterioso autor debían quedar ocultos hasta que la escritora fantasma llegara al hogar de la celebridad. La agencia de talentos era conocida por su extrema discreción, pero eso era llevarlo un poco lejos.
¡Ni siquiera conocía el nombre de su cliente! O algo sobre el libro en el que trabajaría.
Alzó la vista hacia la imponente villa de piedra con un hormigueo de expectación. Le encantaban los misterios casi tanto como conocer a gente nueva y viajar a lugares desconocidos alrededor del mundo.
Y su mente no había dejado de bullir desde que había contestado a la llamada en Hong Kong.
¿Quién era esa misteriosa celebridad y por qué el extremado secreto?
Pensó en varios artistas pop recién salidos de rehabilitación, aparte de que siempre estaba la estrella de cine que acababa de fundar su propia organización benéfica para luchar contra el tráfico infantil… cualquier editorial querría esa historia.
Solo tenía segura una cosa: iba a ser algo especial.
Se quitó casi todo el polen de la chaqueta, irguió la espalda y cruzó el sendero de grava.
Mientras se acomodaba las gafas de sol sobre el puente de la nariz, pensó que ese tenía que ser el segundo mejor trabajo del mundo. Le pagaban por conocer a gente interesante con vidas fascinantes en lugares hermosos del mundo. Y lo mejor de todo era que ninguna celebridad sabía que empleaba el tiempo que dedicaba a viajar y a esperar en fríos estudios a trabajar en las historias que de verdad quería escribir.
Sus libros infantiles.
Unos cuantos encargos más como ese y al fin podría tomarse tiempo libre para escribir sin traba alguna. Esa sola idea le producía un estremecimiento. Estaba dispuesta a aguantarlo todo con tal de hacer realidad ese sueño.
Magia.
Poniéndose al hombro la correa del bolso rojo, que hacía juego con sus sandalias estropeadas, avanzó con cuidado por las piedras.
Mark Belmont se colocó boca arriba en la tumbona bajo el sol y parpadeó varias veces antes de bostezar y estirar los brazos por encima de la cabeza. No había sido su intención quedarse dormido, pero el calor, mezclado con su último ataque de insomnio, le había pasado factura.
Se sentó y durante unos segundos se frotó los ojos tratando de mitigar sin éxito la molesta jaqueca. El sol resplandeciente y el silencioso y hermoso jardín parecían burlarse de la agitación que bullía en su cerebro.
Ir a Paxos había parecido tan buena idea… En el pasado, la villa familiar siempre había sido un refugio acogedor y sereno, alejado de los ojos curiosos de los medios de comunicación; un lugar donde podía relajarse y ser él mismo. Pero incluso ese emplazamiento tranquilo carecía de la magia suficiente para ofrecerle el sosiego que necesitaba para acabar su trabajo.
Después de cuatro días de repasar la biografía de su madre, sus emociones eran un tumulto de sobrecogimiento ante tanta belleza y talento mezclados con la tristeza y el remordimiento por todas las oportunidades que había perdido cuando estaba viva. Todas las cosas que habría podido decir o hacer y que podrían haber marcado una diferencia en lo que ella había sentido y en la decisión tomada. Quizá hasta convencerla de no haberse sometido a aquella intervención.
Pero ese era un camino muerto.
Y lo peor era que siempre había atesorado la soledad que ofrecía la villa, pero en ese momento parecía reverberar con los fantasmas de días más felices, haciendo que se sintiera solo. Aislado. Su hermana, Cassie, había tenido razón.
Cinco meses no bastaban para desterrar su dolor. Bajo ningún concepto.
Entonces apareció a su lado un estilizado gato negro que maulló pidiendo la comida mientras se frotaba contra la tumbona.
–De acuerdo, Emmy. Lamento la tardanza.
Cruzó el patio descalzo hacia la barbacoa de piedra, atento a las afiladas piedras. De un cubo metálico sacó una caja de galletas para gatos y llenó un comedero de plástico, evitando los dientes del felino mientras atacaba la comida. A los pocos segundos, los dos cachorros blancos que había tenido se acercaron con cautela al plato, con las orejas y la lengua rosadas en total contraste con su madre. Papá Oscar debía de estar en los olivares.
Les llenó el cuenco de agua y les deseó buen provecho.
Al regresar a la villa, suspiró mientras se pasaba una mano por el pelo.
Le había robado diez días a Inversiones Belmont para tratar de ordenar la maleta llena de páginas manuscritas, recortes de prensa, notas personales, diarios de citas y cartas que había recogido del escritorio de su difunta madre. Hasta el momento, solo había experimentado un rotundo fracaso.
Desde luego, no había sido idea suya acabar la autobiografía de su madre. Ni mucho menos. Sabía que únicamente atraería más publicidad a su puerta. Pero su padre se mostraba empecinado en ello. Estaba preparado para dar entrevistas de prensa y convertirse en propiedad pública si con ello ayudaba a desterrar los fantasmas y celebrar la vida de ella del modo que quería.
Por supuesto, eso había sido antes de la recaída.
Además, jamás había sido capaz de negarle nada a su padre. En el pasado ya había apartado a un lado sus sueños y aspiraciones personales por la familia y gustoso volvería a hacerlo sin pensárselo dos veces.
Pero… ¿por dónde empezar? ¿Cómo escribir una biografía de la mujer mundialmente conocida como Crystal Leighton, hermosa e internacional estrella de cine, pero que para él era la madre que lo había acompañado a comprar zapatos y había asistido a cada competición deportiva de la escuela?
La mujer que había estado dispuesta a abandonar su carrera cinematográfica para no someter a su familia a la invasión constante y repetida de intimidad que acarreaba el rango de celebridad.
Se detuvo bajo la sombra de la marquesina del ventanal que daba al comedor y contempló los jardines y la piscina.
Necesitaba