Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington
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¿Huéspedes no invitados? Santo cielo, la situación era peor de lo que pensaba. No parecía estar esperando una visita. ¡No tenía ni idea de que su editorial había enviado a una escritora fantasma a la isla!
Con una gran fuerza de voluntad soslayó la culpabilidad por el dolor que su padre le había causado a la familia Belmont. Lo hecho por este nunca había sido culpa suya y no iba a dejar que el pasado estropeara su trabajo ni que su padre le arrebatara la oportunidad de hacer realidad su sueño.
Se apretó el puente de la nariz.
–Oh, no –con los ojos cerrados, movió lentamente la cabeza–. La agencia no me haría algo así.
–¿La agencia? –preguntó Mark con la cabeza ladeada–. ¿No te has equivocado de villa, de isla, de país?
Ella habló cuando se sintió más serena.
–Deje que lo adivine. Algo me dice que no ha hablado ni se ha comunicado con su editorial en las últimas cuarenta y ocho horas, ¿verdad?
Por primera vez desde que la sorprendiera, vio una expresión de preocupación en la cara bronceada de él.
–¿A qué te refieres?
Lexi hurgó en su enorme bolso, sacó una tableta electrónica y con el pulgar pasó páginas por la pantalla.
–Brightmore Press. ¿Le suena familiar?
–Puede –repuso él–. ¿Y eso por qué iba a importarme?
El cerebro sobrecargado de Lexi funcionó a toda velocidad.
Él estaba solo en la villa. Era la dirección correcta. Y conocía Brightmore Press. La suma de esos tres hechos le dio la conclusión inevitable.
Mark Belmont era la misteriosa celebridad con la que le habían asignado trabajar.
La burbuja de entusiasmo y energía desbordante que no había dejado de crecer durante el largo viaje desde Hong Kong estalló como un globo.
Necesitaba imperiosamente el trabajo. Mantener una casa en el centro de Londres no era barato y esa bonificación marcaría una gran diferencia en la rapidez con la que podría emprender las mejoras. Todos los planes para su futuro dependían de tener un despacho en su casa, desde el que poder dedicar todo su tiempo a escribir los cuentos infantiles.
Lo miró unos instantes antes de suspirar.
–Odio cuando suceden estas cosas. Pero explica por qué no fue a recibirme al puerto.
Mark abrió las piernas y cruzó los brazos.
–¿Recibirte? A ver si puedo dejar esto bien claro. Dispones de dos minutos para dar una explicación antes de que te expulse de mi propiedad. Y, por favor, no creas que no lo haré. He dedicado más tiempo del que me gusta recordar a dar conferencias de prensa. Mi oficina tiene un catálogo con todas las entrevistas y declaraciones que abarcan todos los posibles temas de conversación. Te sugiero que pruebes allí… porque no tengo ninguna intención de concederte una entrevista. ¿Me he expresado con claridad?
–Llamé, pero no recibí respuesta, y la puerta estaba abierta –Lexi se encogió de hombros–. Debería ser más cuidadoso con la seguridad.
–¿En serio? –repuso él con voz gélida mientras asentía–. Muchas gracias por el consejo, pero ya no estás en la ciudad. Por aquí no cerramos las puertas. Por supuesto, de haber sabido que iba a tener visita, quizá hubiera tomado precauciones adicionales. Lo que nos lleva a mi anterior pregunta. ¿Quién eres y qué haces aquí? Estoy seguro de que los dos amables oficiales de policía que cuidan de la isla estarán encantados de conocerte en un entorno más formal. Así que te sugiero que pienses en una excusa muy convincente con suma rapidez.
¿Policía? ¿Hablaba en serio?
Esos asombrosos ojos azules le dijeron que sí.
Respiró hondo y las palabras salieron de su boca más rápidamente de lo que habría imaginado posible.
–De acuerdo. Allá va. Lo siento, pero sus ejecutivos no lo han estado manteniendo al día en algunos asuntos cruciales. Su señor Brightmore llamó a mi agencia de talentos, que me llamó a mí con instrucciones de venir a Paxos porque uno de sus clientes tenía que acabar un libro y, al parecer, lleva un retraso de un mes en la fecha definitiva de entrega, lo que hace que la editorial se sienta un poco desesperada. Necesitan este manuscrito a finales de agosto.
Guardó la tableta otra vez en el bolso antes de volver a mirarlo con las cejas enarcadas y una amplia sonrisa.
–Bien. Ahora que hemos aclarado eso, supongo que debería presentarme –agregó–. Me llamo Alexis Sloane. Por lo general conocida como Lexi. Escritora fantasma extraordinaire. Y he venido a conocer a un cliente que necesita ayuda con un libro. ¿He de suponer que es usted?
–Claro que no te conté lo que había organizado la editorial, querido hermano, porque sabía exactamente cuál sería tu reacción.
Mark se puso a ir de un lado a otro del patio, sintiendo el calor del sol sobre las baldosas bajo sus pies descalzos. La temperatura encajaba a la perfección con su estado de ánimo: incendiario.
–Cassie –le espetó–, podría estrangularte. De verdad. ¿Cómo has podido hacerme esto? Sabes que esta biografía es demasiado personal para pedir la ayuda de alguien. ¿Por qué crees que he venido a Paxos a ponerme a trabajar en el libro? Lo último que necesito es a una desconocida fortuita haciendo preguntas y buscando en sitios a los que ni siquiera sé si quiero ir yo. La comunicación es algo maravilloso, ¿lo sabías?
–Relájate. Lucas Brightmore me recomendó la agencia más discreta de Londres. Su personal firma estrictos acuerdos de confidencialidad y jamás divulgaría nada que les cuentes. Creo que podría funcionar.
–Cassie, eres una amenaza. No me importa lo discreta que pueda ser esta… secretaria. Si quisiera a una ayudante personal me habría traído una. Si no lo he hecho es porque necesito privacidad y espacio para llevar a cabo el trabajo. Ya me conoces.
–Tienes razón. Pero este no es un proyecto de negocios que estés evaluando. Es la historia de la vida de nuestra madre. Debe hacerle justicia y tú eres la única persona de la familia con cierto atisbo de creatividad. Sé que yo jamás podría llevarlo a cabo. No tengo paciencia, y menos cuando llega a las partes difíciles –respiró hondo y suavizó la voz–. Escucha, Mark, esto es duro para todos nosotros. Y eres muy valiente al encargarte del proyecto. Pero eso hace que sea aún más importante que el trabajo se realice lo más pronto posible. Entonces todos podremos continuar con nuestra vida y papá será feliz.
–¿Feliz? –repitió él–. ¿Te refieres a que es feliz con mis planes para rehabilitar esas cabañas destartaladas situadas en nuestras propiedades para convertirlas en refugios de vacaciones? ¿O con los planes de reestructuración para la empresa que lleva bloqueando desde Navidad?
–Probablemente, no –convino Cassie–. Pero sabes tan bien como yo que esto no tiene nada que ver con nosotros. Y sí con el hecho de que está enfermo por primera vez en su vida y que acaba de perder a su mujer en una operación de la que ella jamás le contó nada. No sabe cómo asimilar eso, no más