En manos del dinero. Peggy Moreland
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Al comenzar el día, le debía cincuenta dólares al casero y ahora tenía para pagarle antes del miércoles y podría mandarle un poco de dinero a su madre.
Al doblar la esquina, se chocó contra un hombre que estaba apoyado en la pared del restaurante, de espaldas a ella.
Al instante, reconoció la cazadora y el sombrero.
–Perdón –se disculpó–. No miraba por dónde iba.
Al ver que no contestaba, lo rodeó y lo miró a los ojos.
–¿Está usted bien? –le preguntó poniéndole la mano en el brazo.
–Sí –contestó el vaquero sonriendo bobaliconamente–. Me parece que habría hecho mejor aceptando la taza de café que me has ofrecido. Creo que he bebido demasiado.
–Es lo que tiene de malo tener una vejiga muy grande.
–¿Cómo dices?
–Si tuviera usted la vejiga más pequeña, habría tenido que ir al baño y, al levantarse, se habría dado cuenta de que no debía seguir bebiendo –le explicó Kayla buscando un taxi–. Espéreme aquí, voy a buscar un taxi.
–No hace falta –contestó Ry–. El Driskill está aquí al lado, a un par de manzanas.
Al oír el nombre del hotel que acababan de reformar, Kayla se quedó con la boca abierta. Aunque pasaba por delante de él todos los días, nunca había estado dentro y le habían dicho que era impresionante.
Sabía que era una locura, pero no perdía nada por acompañarlo y ver el edificio por dentro. Aquel hombre no le parecía peligroso. Si hubiera querido ligar con ella, ya lo habría intentado.
–Si quiere, lo acompaño –se ofreció.
–No hace falta, estoy bien –contestó Ry.
–Insisto, no me desvío en absoluto de mi camino –aseguró Kayla viendo que el vaquero apenas se sostenía en pie–. Paso todos los días por delante del hotel.
–¿Vienes andando al trabajo?
–Es más fácil que intentar encontrar un sitio donde apartar en el centro –afirmó Kayla encogiéndose de hombros.
–Con el frío que hace esta noche, yo me habría arriesgado –contestó Ry metiéndose las manos en los bolsillos y echando a andar.
–El frío no me molesta. De hecho, me ayuda a estar más fresca para estudiar cuando llegue a casa.
–Sabía que eras estudiante.
–¿De verdad? ¿Por qué?
En ese momento, Ry dio un traspié y, suponiendo que estaba más bebido de lo que ella creía, Kayla lo agarró del brazo.
–¿Cómo ha sabido que era estudiante?
–Bueno, sé que muchos estudiantes trabajan en restaurantes y bares del centro y, como eres tan joven, he supuesto que eras uno de ellos.
–No soy tan joven –rió Kayla–. De hecho, suelo ser de las mayores de la clase.
–Me apuesto el cuello a que no tienes más de veintiún años.
–Pues lo va a perder porque tengo veintiséis.
–¿Veintiséis? –repitió Ry parándose y mirándola de arriba abajo–. Casi, pero no –añadió retomando el paso.
–¿Qué ha querido decir con eso?
–Supongo que ir a la universidad y trabajar debe de ser muy duro –apuntó Ry.
Kayla se preguntó si había ignorado su pregunta porque estaba demasiado borracho.
–Siempre he estudiado y trabajado a la vez, así que estoy acostumbrada.
–¿Y tus padres no te pueden ayudar?
–Mi padre murió cuando estaba en el colegio y mi madre me ayudaría si pudiera, pero no suele llegar nunca a fin de mes.
Ry se paró y Kayla se dio cuenta de que estaban frente a la entrada principal del hotel. Ry frunció el ceño y Kayla supuso que era porque había un montón de gente entrando y saliendo.
–Entraremos por la puerta de atrás –le indicó llevándolo hasta allí.
Una vez dentro del hotel, lo condujo hacia los ascensores intentando no comportarse como una chica de campo que jamás ha estado en un entorno tan lujoso.
Se le hizo difícil porque jamás había visto tanta opulencia. El vestíbulo, para empezar, era enorme y de mármol.
–¿Cree que será capaz de llegar a su habitación solo? –le preguntó abriéndole la puerta del ascensor.
–Sí –contestó Ry intentando apretar el botón.
–Me parece que va ser mejor que lo acompañe –dijo Kayla viendo que había dado con el dedo en la pared.
–No estoy tan borracho.
–Aun así –insistió Kayla–. ¿Qué planta es?
–El entresuelo –contestó Ry apoyándose en la pared.
Kayla dio al botón y se colocó a su lado, lo suficientemente cerca como para agarrarlo si se escurría, pero sin tocarlo.
–¿Va a estar mucho tiempo en Austin? –le preguntó para entablar conversación.
–Vivo aquí.
Kayla lo miró sorprendida.
–¿Vive en el hotel?
En ese momento, el ascensor llegó a su destino y Ry se separó de la pared.
–No porque yo lo haya elegido así, se lo aseguro.
Al intentar salir del ascensor, se le enganchó el tacón de la bota y estuvo a punto de caer de bruces, pero Kayla lo impidió.
–¿Cuál es su habitación?
–La 255.
Al llegar a la puerta de la suite, Kayla alargó la mano y Ry le dio la tarjeta para abrirla.
Mientras lo hacía, él se apoyó en la pared y se le cerraron los párpados.
–Pues ya está, vaquero –anunció Kayla abriendo la puerta con una sonrisa–. A partir de aquí, ya puede usted solo.
Ry ni siquiera se movió, se quedó mirándola fijamente.
–Eres verdaderamente guapa.
Kayla se rió y le metió la tarjeta en el bolsillo de la camisa.
–Eso lo dice porque ha bebido mucho.