En manos del dinero. Peggy Moreland

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pero podrías pasar y cantármela –sonrió Ry.

      Kayla puso los ojos en blanco y lo empujó hacia la puerta.

      –Buen intento, vaquero.

      Ry bajó los dos escalones de entrada de la suite. Antes de cerrar la puerta, Kayla echó una mirada a su alrededor.

      –¿Has cambiado de opinión?

      –No –contestó ella–. Es que desde que empezaron las obras de remodelación del hotel, estoy deseando ver cómo ha quedado.

      –Pues pasa y lo ves –la invitó Ry.

      Kayla lo observó mientras se quitaba la cazadora y, al ver que ni siquiera era capaz de dejarla en el sofá, decidió que estaba a salvo con él.

      Así que entró y recorrió la habitación, fijándose en la preciosa chimenea que había en el centro.

      –Esto es muy bonito –murmuró fijándose en los muebles de estilo victoriano.

      –Es todo de mentira.

      Kayla se giró y vio que Ry se había sentado en el sofá y la estaba mirando.

      –De mentira, pero caro –lo corrigió–. Debe de ser alucinante tener estos muebles tan bonitos en casa –suspiró.

      –Ya te he dicho que son de mentira.

      Kayla tocó uno de los cojines del sofá y acarició el suave cuero de la tapicería.

      –Siéntate –la invitó Ry.

      Kayla dio un paso atrás y negó con la cabeza.

      –No, lo cierto es que me tengo que ir. Tengo que estudiar un par de temas antes de acostarme.

      –Esos dos temas seguirán estando en el mismo sitio mañana.

      –Sí –rió Kayla–. Esos dos y otros cuatro iguales de difíciles –añadió–. Tengo dos temas de anatomía para esta noche y cuatro de estadística para mañana. Tengo que mirármelos todos para la clase del lunes.

      –¿Anatomía y estadística? ¿Qué estudias?

      –Enfermería –contestó Kayla dando otro paso hacia la puerta–. De verdad, me tengo que ir. Gracias por haberme dejado ver la habitación.

      Ry se puso en pie como si tuviera intención de acompañarla, pero sólo dio un paso al frente pues la habitación le daba vueltas.

      –¿Cree que será capaz de llegar a la cama? –le preguntó Kayla preocupada por si se desmayaba y se daba un golpe en la cabeza.

      A Ry se le doblaron las rodillas y se dejó caer en el sofá.

      –Sí, estoy bien –contestó resoplando como si le faltara el aire.

      –Si quiere, lo ayudo a meterse en la cama –se ofreció Kayla yendo hacia él–, pero luego me tendré que ir. ¿De acuerdo?

      Ry tragó saliva, pero no contestó.

      Kayla rezó para que no le vomitara encima, se acercó a él y lo tomó de la mano.

      –Venga, vamos, vaquero –le dijo tirando de él y poniéndolo en pie–. Por aquí –añadió pasándole el brazo por los hombros para sujetarlo.

      Al llegar a una de las dos habitaciones que tenía la suite, Kayla encendió la lámpara que había en la mesilla de noche y dejó caer a Ry sobre el colchón.

      Frunció el ceño y se preguntó si debería quitarle la ropa o no. Al final, decidió que no, que con quitarle las botas sería suficiente.

      –Le voy a quitar las botas, ¿de acuerdo?

      Desde luego, si la había oído, Ry no contestó.

      Kayla tomó una de las botas entre las manos y comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Cuando consiguió quitársela, dio con el trasero en el suelo.

      Acto seguido, hizo lo mismo con la otra.

      Durante todo el proceso, Ry ni se movió.

      Satisfecha por haber cumplido con su deber, fue hacia la puerta, pero entonces se dio cuenta de que Ry llevaba un cinturón con una gran hebilla que probablemente sería muy incómoda.

      Volvió a su lado y se la soltó. Por si acaso, para que no le faltara el aire, también le desabrochó el primer botón de los vaqueros.

      Cuando se disponía a apartarse de la cama, Ry le agarró la mano.

      Lo miró a los ojos y comprobó que los tenía cerrados, pero no se había quedado dormido.

      –No te vayas –le dijo.

      Kayla pensó que debería salir de allí corriendo, pero había algo que la retenía.

      No era su mano, porque no la estaba agarrando con fuerza y, desde luego, no habían sido sus palabras, pues no habían sido una orden sino, más bien, una súplica.

      Aquel hombre parecía desesperado.

      –¿Qué te pasa, vaquero? –le preguntó Kayla sentándose en el borde de la cama–. ¿Te encuentras solo?

      –He estado solo durante toda mi vida.

      –¿No tienes familia?

      –Cuatro hermanos –contestó Ry.

      –Entonces, es imposible que estés solo –rió Kayla acariciándole la mano–. Yo tengo dos hermanos y cuatro hermanas y te aseguro que hubo veces cuando vivíamos todos en la misma casa que habría matado a alguno para tener un poco de intimidad.

      Ry entrelazó los dedos con los de Kayla y ella sintió la poderosa fuerza que emanaba de su cuerpo.

      Lo miró para ver si él también se había dado cuenta, pero Ry seguía teniendo los ojos cerrados y la expresión no le había cambiado.

      Se preguntó quién sería aquel hombre, qué haría en la vida. Desde luego, no tenía manos de obrero. Aunque tenía manos fuertes, las tenía muy cuidadas, con la manicura hecha.

      Al darse cuenta de que tenía la marca de una alianza, suspiró irritada.

      –¿Y tu mujer no te hace compañía?

      –Estoy divorciado.

      Kayla se preguntó si estaría mintiendo. Sabía que había hombres que se quitaban las alianzas cuando salían, pero lo cierto era que su estado civil no le importaba porque no tenía ninguna intención de tener una aventura con él.

      –¿Cómo es que estás siempre contenta?

      Kayla lo miró sorprendida.

      –¿Qué se gana estando triste?

      –A veces,

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