Memorias de un pesimista. Alberto Casas Santamaría

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Memorias de un pesimista - Alberto Casas Santamaría

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es elegido presidente; Álvaro Gómez, con la votación subsiguiente, se convierte en el aliado más importante del gobierno para la convocatoria de la Constituyente, aunque con una diferencia fundamental mediante la cual, mientras el gobierno sostenía que debería ser limitada a los asuntos expresamente señalados en el decreto de convocatoria de la Asamblea, Álvaro Gómez advirtió que la Constituyente era soberana, omnímoda y omnipotente. La Corte Suprema, en apretada decisión, le concedió la razón.

      Sin embargo, continuaron los secuestros y, en un intento de rescate por la fuerza pública, se produjo la muerte de la periodista Diana Turbay. Doloroso episodio que sigue atormentando al periodismo colombiano.

      La campaña por la Constituyente permitió enfrentar el pesimismo y la gente creyó en ella. Instalada la Asamblea con la presidencia compartida de Álvaro Gómez, Antonio Navarro y Horacio Serpa, se demostró la inexistencia de mayorías para aprobar una posición ideológica en la elaboración de una nueva Constitución. El régimen quedó en minoría. El Congreso fue revocado. Ningún partido o movimiento estaba en capacidad de imponer una doctrina en la reforma “soberana, omnímoda y omnipotente”.

      La reforma constitucional promulgada de manera solemne, independiente de lo buena o lo mala que le parezca a la tribuna, fue un verdadero acuerdo de paz. Solo que limitado por no incluir a la insurgencia de las FARC y del ELN. El acuerdo era entre todas las agrupaciones y movimientos legales para modificar la Constitución.

      El éxito constitucional de la reforma del 91 tuvo un costo muy alto: revocatoria sí, pero con inhabilitación de los constituyentes.

      El nuevo Congreso elegido le dio al régimen un aire. Los partidos tradicionales recuperaron el espacio perdido en la Constituyente en detrimento de Salvación Nacional y del M-19. Gómez decidió retirarse de la política y el movimiento bipartidista se fue debilitando.

      La elección del presidente Samper significó una nueva derrota, dado que, desde su retiro, apoyó la candidatura de Andrés Pastrana. Convencido de que el problema de Colombia seguía siendo el régimen, no dejó de repetirlo: se volvió una obsesión… “mientras no se tumbe el régimen nada cambiará en Colombia”.

      Sus editoriales se convirtieron en letanías:

       • Revocar de nuevo el Congreso: para tumbar al régimen

       • Modificar la manera de licitar y contratar del Estado: para tumbar al régimen

       • Acabar con el sistema de complicidades: para tumbar al régimen

       • Recurrir a lo conservador, no al Partido sino a lo conservador: para tumbar al régimen

       • Eliminar los auxilios regionales: para tumbar al régimen

      Dedicado a su cátedra de Historia Constitucional y a opinar en los editoriales de El Nuevo Siglo, fue asesinado al salir de la Universidad Sergio Arboleda que él había fundado. Una ráfaga poderosa le rompió el corazón dejando igual el alma de millones de colombianos que creían que era el presidente que necesitaba Colombia. Muchas de las dificultades que nos aquejan les dan la razón.

      Alfonso López Michelsen dejó un juicio dramático: “(…) a diferencia de lo ocurrido con caudillos liberales y de izquierda en este siglo XX, Álvaro Gómez es el primer jefe conservador eliminado por manos sicarias en los últimos cien años”. Y agregó: “(…) me limito a expresar mi asombro de que semejante suceso monstruoso haya tenido ocurrencia sin que nadie lo hubiera sospechado, para haber aunado esfuerzos con el propósito de conjurar un acontecimiento que seguirá pesando sobre nuestras conciencias democráticas por el resto de nuestras vidas”.

      Eliminado Álvaro Gómez, su asesinato permanece impune; su memoria viva.

      Apareció en el ruedo Andrés Pastrana. Había sido alcalde de Bogotá y víctima de un secuestro ordenado y ejecutado por el mayor y más peligroso delincuente de la historia de Colombia. Se salvó de milagro. Candidato presidencial en 1994, perdió las elecciones en las que el narcotráfico le metió la mano y la plata a la financiación de su oponente ganador. La investigación de los “narcocasetes” hizo mucho ruido y ningún resultado judicial.

      Pastrana buscó de nuevo la presidencia y abrió la esquiva y difícil posibilidad de la paz, enfrentado al candidato del gobierno, Horacio Serpa, y su propuesta de iniciar un diálogo con el jefe de las FARC lo llevó a la casa presidencial. Se jugó por la paz y ganó.

      Con arrojo, el presidente Pastrana se entrevistó en la selva con el legendario Tirofijo y dio inicio al proceso con ímpetu esperanzador, el cual fue perdiendo velocidad hasta que se detuvo del todo en una pista improvisada de frustración. Concluido el esfuerzo de aclimatar el conflicto, el Gobierno salió fortalecido, pero las FARC también. La guerra continuó.

      El presidente Uribe llegó a la presidencia en el 2002 con la Seguridad Democrática, bandera de su administración. Cosechó aplausos por montones y su repercusión inmediata en las encuestas abría el camino a su reelección. Su propósito de eliminar a las FARC se estaba cumpliendo, lleno de tropiezos, pero avanzaba recuperando la tranquilidad en los campos. Ya reelegido vinieron –como siempre– las dificultades. Un nuevo intento de reelección prendió las alarmas y sus enemigos se alborotaron. La Corte Constitucional resolvió el problema al declarar inexequible la reforma que permitía un referendo para cambiar la Constitución y permitir su tercer periodo presidencial.

      Lo sucede en el poder su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien resulta elegido con el apoyo del presidente Uribe. Más pronto que tarde, esa relación de presidente con expresidente se fue enfriando hasta el rompimiento total; básicamente, la decisión del presidente Santos de perfeccionar un acuerdo de paz con las FARC, la interpretó Uribe como una traición al programa con el que Santos resultó elegido y toma la resolución de crear un nuevo partido, el Centro Democrático, cuyo principal objetivo es impedir la reelección de Santos.

      El presidente Uribe no descansa. Cuando fija una meta, la busca por tierra, mar y aire. Todos los caminos le sirven. Es el jefe de la oposición y rompe la costumbre presidencial del bajo perfil, al menos por un tiempo. Lanza una lista para el Senado, encabezada por él. No tiene antecedentes en la historia de Colombia un fenómeno similar.

      No logra impedir la reelección de su adversario; deja sembrada así la semilla para continuar la lucha. Tampoco evita que se perfeccione un acuerdo de paz con la guerrilla más poderosa del mundo, pero se salió con la suya al ganar con el NO, el plebiscito por la Paz que ratificaba el pacto firmado entre el Estado colombiano y las FARC para poner fin al conflicto de más de cincuenta años de lucha, obligando a renegociar unos puntos del Acuerdo, el cual, finalmente, resultó aprobado por el Congreso y ratificado por la Corte Constitucional.

      Con esta trayectoria de enfrentamientos quedó restablecido el mecanismo del SÍ y el NO que nos persigue desde 1810 y que tantos inconvenientes nos ha causado. A veces se le conoce con el nombre de guerras civiles; otras, con el de La Violencia y ahora, asesinatos de líderes sociales.

      El trabajo consignado en este libro es un esfuerzo para entender este engendro del SÍ y el NO en la historia de Colombia.

      Los Casas y los Sanz de Santamaría pertenecen a familias de gran tradición social, política y cultural. Mi abuelo paterno, Jesús Casas Rojas, fue constituyente del 86, ministro y magistrado de la Corte Suprema. Muy cercano a los presidentes Rafael Núñez y Carlos Holguín.

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