E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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Además, Lorenzo no se había apartado de ella durante todos esos meses que había estado en coma. ¿Por qué ahora de repente guardaba las distancias con ella? ¿Es que ya no la amaba? ¿Tal vez había dejado de encontrarla atractiva? ¿Estaría pasando su matrimonio por un mal momento?
Esa tarde, después de su sesión diaria de fisioterapia, fue a su habitación a arreglarse. Lorenzo iba a ir a visitarla, y no quería recibirlo en camiseta y pantalón de chándal. Buscó algo que ponerse entre la ropa que le había traído de casa unos días antes, aunque no fue tarea fácil. Todas aquellas prendas le parecían ahora demasiado llamativas y poco prácticas. Finalmente se decantó por un vestido azul. El color era demasiado brillante, casi chillón, pero si se lo había comprado sería porque le había gustado. Lorenzo estaba acostumbrado a verla pintada y a la última moda, y tenía la esperanza de que podría derribar las barreras entre ellos si veía que estaba esforzándose por agradarlo.
Tras darle instrucciones a su chófer para que lo recogiera más tarde, Lorenzo se bajó del coche. Alzó la vista hacia la fachada de la clínica y apretó los labios, preparándose para otra visita a su esposa. Si no recobraba la memoria, antes o después se vería obligado a contarle que antes del accidente habían estado tramitando su divorcio. Pero el psiquiatra le había advertido que no estaba preparada para enfrentarse a esa realidad, que él se había convertido en su punto de apoyo, y que verse desprovista de repente de ese apoyo podría afectar a su estado mental, ya de por sí frágil, y hacer que su recuperación sufriera un fuerte retroceso.
Ya había tenido fuertes disensiones con sus abogados por las advertencias que le habían hecho con respecto a visitar a Brooke. Le habían dicho que yendo a verla solo conseguiría que el juez se convenciera de que concederle el divorcio obstaculizaría lo que podría considerarse como una posible reconciliación.
Y eso no era lo que él quería, desde luego que no. No quería seguir casado con ella. Sabía que tenía que poner un límite a su compasión, pero en el fondo sabía que no era eso lo que lo preocupaba. El verdadero problema era que la deseaba. De hecho, parecía como si de repente la deseara más que nunca. Pero… ¿por qué? Porque estaba distinta, tan distinta que a veces no podía creérselo. Por ridículo que resultara, la Brooke de ahora le gustaba. Tal vez hubiera sido así antes de que él la conociera, antes de que se hubiera apoderado de ella el ansia por ser famosa. Además, ya no parecía obsesionada con su aspecto, y para su sorpresa así, al natural, resultaba incluso más hermosa.
Y era evidente que no estaba fingiendo, porque la Brooke a la que recordaba nunca habría sido capaz de fingir de un modo convincente esa mezcla de inocencia e ingenuidad que ahora exhibía. De pronto veía en ella cualidades que jamás había visto: se preocupaba por él, no se comportaba de un modo egoísta ni caprichoso… Sin embargo, estaba decidido a no caer de nuevo en las arenas movedizas de las que tanto le había costado salir. Brooke se estaba recuperando bien y pronto podría volver a cortar lazos con ella.
Cuando entró en la habitación, Brooke, que estaba sentada en uno de los dos silloncitos que había junto a la ventana, se levantó como un resorte. Parecía como si quisiera que viera que se había arreglado y maquillado, que supiera que estaba haciendo progresos.
–Hoy pareces más… tú –comentó Lorenzo, al ver que estaba mirándolo expectante.
El brillo de emoción en los ojos azules de Brooke lo inquietó.
–Creo que estoy preparada para marcharme… para ir a casa contigo –le dijo–. Estoy segura de que sería mejor para mí estar en un sitio que me sea familiar. Aquí son muy amables conmigo, pero me estoy volviendo loca encerrada aquí. Esto es tan aburrido… Tus visitas son los únicos momentos que espero con ilusión cada semana.
Lorenzo dominó con dificultad su consternación.
–Mañana hablaré con tus médicos. No queremos precipitarnos, ¿verdad? Al fin y al cabo, hace dos meses no podías ni andar.
–¡Pero cada día me siento más fuerte! –protestó ella–. ¿Es que no lo ves?
–Pues claro que lo veo –contestó él con suavidad–, pero hasta que no hayas recobrado la memoria, es demasiado arriesgado.
Brooke apretó los puños, sin poder contener ya la frustración que llevaba reprimiendo durante días.
–¿Y entonces qué?, ¿tendré que quedarme aquí toda mi vida como paciente? –le espetó enfadada–. ¡Porque me han dicho, y supongo que a ti también, que puede que no llegue a recuperar jamás la memoria!
Lorenzo apretó los dientes. Sí, se lo habían dicho, pero había estado ignorando esa posibilidad con la esperanza de que sí recuperara la memoria y así pudieran dar carpetazo a su matrimonio y que cada uno siguiera su camino.
–Siéntate –le dijo–. Vamos a hablar de esto con calma.
Brooke volvió a sentarse y él ocupó el otro sillón y la escrutó en silencio. Parecía que había estado impaciente por que llegara para pedirle que la llevara a casa, y sentía que estaba siendo cruel aunque sabía que no tenía otra opción. Estaba preciosa, con el ensortijado cabello tapándole parte de la cara, los carnosos labios fruncidos en un mohín de enfado y las largas piernas asomándole por debajo del vestido.
–Antes del accidente… –comenzó Brooke en un tono vacilante–… nuestro matrimonio estaba pasando por un mal momento, ¿no es así?
La verdad era que no quería que le respondiera que sí, pero sentía que tenía que preguntarle y ser lo bastante fuerte como para afrontar la realidad por dolorosa que fuera. Si había problemas en su relación, no sería justo ni para él ni para ella que siguieran fingiendo lo contrario.
Lorenzo la miró desconcertado.
–¿Qué te hace pensar eso?
–Tampoco hay que ser un genio para darse cuenta –contestó ella en un murmullo–. No me tocas nunca, a no ser que no puedas evitarlo. Ni tampoco mencionas nunca nada personal, y si te hago alguna pregunta de ese tipo me sales con evasivas. Además, es evidente que no quieres que vuelva a casa. Sé sincero, Lorenzo; lo soportaré. Y luego puedes irte a casa o volver al banco, porque parece que trabajas dieciocho horas al día.
Lorenzo apretó los dientes, lleno de frustración. Habría sido el momento perfecto para hablarlo si no tuviera que tener en cuenta el delicado estado de Brooke. Además, había lágrimas en sus ojos.
Enfadada consigo misma, Brooke se las enjugó con impaciencia con el dorso de la mano.
–Deja de tratarme como a una niña; deja de escoger las palabras cuando me hablas. ¡Tengo veintiocho años, por amor de Dios, no soy una cría! La amnesia es frustrante, pero estar todo el día aquí metida, preguntándome qué clase de relación tenemos es un auténtico suplicio… –exclamó levantándose y dándole la espalda, decidida a no llorar delante de él.
Aturdido, Lorenzo se levantó y le puso una mano en el hombro, pero ella se revolvió, girándose hacia él para decirle con fiereza:
–¡Vete a casa! Ya hablaremos otro día…
Lorenzo