E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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cuenta de que si Brooke, que le había rodeado el cuello con los brazos, se lo estaba permitiendo, era para ponerlo a prueba. Aun así, no había nadie observándolos y solo sería un beso breve, se dijo cuando ella abrió la boca en una muda invitación.

      La pasión con que estaba besándola sorprendió a Brooke. Los labios de Lorenzo acariciaban los suyos con fruición, justo lo que había estado ansiando durante todas aquellas semanas interminables sin ser consciente de ello.

      Se aferró a sus anchos hombros pues sentía que le flaqueaban las piernas, mientras se deleitaba con la embriagadora sensación de los labios de Lorenzo contra los suyos. Le faltaba el aliento, se notaba mareada, y estaba experimentando toda una miríada de sensaciones que eran completamente nuevas para ella.

      No, era imposible que fueran nuevas para ella, se corrigió; era solo que no las recordaba. Y, sin embargo, la chocaban los rápidos latidos de su corazón, lo duros que se le habían puesto los pezones, y lo sensibles que los notaba al roce contra la tela del vestido. También el calor que notaba entre los muslos, como un ansia palpitante, y la incipiente erección de él contra su abdomen.

      Lorenzo despegó finalmente sus labios de los de ella y la hizo sentarse de nuevo. Solo había sido un beso, se repitió. ¿Y qué era un beso? Sin embargo, se sentía tan irritado consigo mismo por haber vuelto a sucumbir a la tentación que apretó los puños y retrocedió un par de pasos.

      –Ha sido maravilloso –murmuró Brooke con una enorme sonrisa, completamente ajena a sus pensamientos–. Ahora me siento mucho mejor con respecto a lo nuestro.

      –Estupendo –respondió él entre dientes.

      Se sentía completamente descolocado. En los tres años que llevaban casados, Brooke jamás lo había besado de ese modo, ni le había mostrado ni un ápice del deseo que había dado por hecho que sentía por él cuando se habían casado.

      Fijó sus ojos en ella y le dijo:

      –No soy un hombre dado a expresar mis emociones.

      –No hace falta que lo jures –apuntó ella–; es bastante evidente. No lo has hecho en ninguna de tus visitas. Me preocupaba que nuestra relación no fuera bien, y ahora mismo estás muy tenso.

      Lorenzo estaba empezando a sentirse como si estuviera sentado en el banquillo de los acusados.

      –No estoy tenso –replicó.

      Pero no tenía razón; sus facciones no podían estar más tensas, pensó Brooke. Y, sin embargo, a pesar de lo reservado que parecía, había demostrado tanta emoción en aquel beso… ¿O habría sido solo deseo? ¿Y cómo podía ser que no fuera capaz de diferenciar entre una cosa y la otra cuando llevaban tres años casados, cuando no había olvidado cosas como los nombres de las estaciones o los días de la semana? Tragó saliva. Tenía miedo de dejarse llevar por sus expectativas, de esperar demasiado de él.

      –¿Me llevarás a casa esta semana? –le preguntó sin rodeos–. Aunque los médicos no estén de acuerdo, yo me siento preparada para irme. No puedo quedarme aquí para siempre… ¿O es que preferirías que me quedase?

      Al oír la ansiedad en su voz, Lorenzo se sintió como si le hubiesen dado un latigazo. Por más que intentase ocultárselo, era evidente que estaba estresada y preocupada, y volvió a maravillarlo ese poder leer en ella como en un libro abierto cuando nunca había podido hacerlo.

      –Pues claro que no; hablaré con ellos.

      Satisfecha con esa respuesta, Brooke lo miró a los ojos.

      –Te prometo que no te causaré ningún problema. No tengo una depresión ni una enfermedad mental; solo he perdido la memoria. Y solo quiero recuperar mi vida… –murmuró. «Y a mi marido», añadió para sus adentros.

      De pronto se encontró sonriendo ante la perspectiva de reunir a Brooke con toda la ropa que tenía en su vestidor, con sus joyas y con los álbumes que atesoraba, llenos de artículos de la prensa rosa que hablaban de ella. Estaba seguro de que eso la ayudaría a recobrar la memoria. ¿Cómo podía haber esperado que la recobrara encerrada en un entorno completamente aséptico, sin el menor estímulo, privada de todo lo que valoraba y de todo aquello con lo que disfrutaba? En aquella clínica privada no había nada que pudiera resultarle familiar ni que respondiera a sus gustos. Sí, la llevaría a «casa» con él, a Madrigal Court, y allí, con toda probabilidad, recobraría la memoria y recordaría que lo odiaba.

      MIENTRAS la limusina avanzaba por el largo camino de acceso hacia el palacete que se divisaba a lo lejos, Brooke lo miraba todo con los ojos muy abiertos, maravillada, aunque tratando de disimular. Parecía que su marido era muchísimo más rico de lo que había dado por hecho. Pero, por extraño que le resultara, aquella era su vida, se recordó, intentando calmarse, y aquel era su hogar.

      El palacete, que Lorenzo le había dicho que recibía el nombre de Madrigal Court, no podría ser más hermoso, pensó admirando los reflejos del sol en la hilera de altas ventanas. Por el intrincado diseño del edificio dedujo que debía ser muy antiguo. ¿De la época de los Tudor, tal vez?

      Alargó el brazo y tomó la mano de Lorenzo, entrelazando sus dedos con los de él. Se sentía tan halagada y agradecida de que se hubiese tomado el día libre para pasar junto a ella el momento de su vuelta a casa.

      Lorenzo, a quien aquel gesto lo pilló totalmente desprevenido, lanzó una mirada furtiva a sus manos unidas e inspiró profundamente para intentar mantener la calma. No podía dejar de imaginarla entrando en el vestidor y chillando de emoción: «¡Estoy en casa!».

      Sin embargo, aquella nueva versión de Brooke no chillaba, y su voz hasta sonaba más suave. Era uno de los muchos cambios que estaba notando en ella y que lo inquietaban. Era como si le hubieran hecho un trasplante de personalidad. ¡Por Dios, si hasta había llorado cuando le había dicho que sus padres habían fallecido antes de que él la conociera y que no tenía otros parientes que pudieran ayudarla a recobrar la memoria! Aunque tal vez hubiera fotos de familia entre sus cosas.

      A petición suya le había llevado el anillo de boda y al ponérselo Brooke lo había hecho con delicadeza, como si fuera algo especial y no la sencilla alianza que había desdeñado años atrás como «poco imaginativa». Una joya sin piedras preciosas no tenía valor alguno para ella.

      Y aquel cambio no era el único que lo sorprendió; ahora Brooke también seguía sus consejos. No había vuelto a pedirle un teléfono móvil ni poder buscar información sobre sí misma en Internet, y lo impresionaba porque antes del accidente vivía enganchada a su smartphone.

      ¿Cómo podía ser que no lo echase de menos? Claro que también podía ser que, por la amnesia, no recordara qué o a quién tenía que echar en falta. Como ese actor casado que había llamado para preguntarle por la salud de Brooke, pensó, notando cómo se endurecían sus facciones. Sin duda había oído los rumores de que estaba recuperándose del accidente. Sospechaba que había habido algo entre ellos, pero se recordó que, por suerte, aunque aún estuviesen casados desde el punto de vista legal, la vida sexual de Brooke ya no era asunto suyo.

      Cuando el mayordomo les abrió la puerta, Brooke le sonrió y le dijo:

      –Disculpe, no recuerdo su nombre. ¿Cómo se llama?

      –Stevens, señora –respondió el anciano.

      Al entrar en el enorme e imponente vestíbulo, Brooke miró a su

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