E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
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Apartando de su mente las dudas que le rondaban sobre si Brooke no estaría fingiendo su amnesia, Lorenzo le puso la mano en el hombro y le dijo:
–No estás sola.
–Siéntate a mi lado –le pidió Brooke, dando un par de palmadas en el colchón con mucho esfuerzo.
Él dio un respingo, como si le hubiese pedido que se metiese en la cama con ella, y acercó una silla para sentarse. Parecía que era muy reservado y muy seco, pensó Brooke. De hecho, le costaba imaginar haber tenido relaciones íntimas con alguien así, y la sola idea hizo que se le subieran los colores a la cara.
–¿Cuánto tiempo llevamos casados? –le preguntó.
–Tres años.
Entonces sí que debían haber tenido relaciones, pensó, sintiéndose incómoda de nuevo. Claro que él también debía sentirse incómodo, viendo que su esposa no se acordara de él.
–Siento mucho todo esto –murmuró–. Siento no poder acordarme de ti, y haberte dado tantos problemas.
–No me has dado ningún problema –replicó Lorenzo, sorprendido por sus disculpas.
No parecía la misma. Brooke siempre había sido muy egoísta y no pensaba en los demás salvo cuando podía utilizarlos para sus propósitos. Al verla bostezar, decidió que quizá deberían dejar las preguntas para otro momento.
–Creo que necesitas descansar; será mejor que me vaya y vuelva mañana –le dijo levantándose–. Además, tengo que hacer los trámites para que te trasladen a otra clínica más adecuada a…
–Pero es que yo lo que quiero es irme a casa –protestó ella–. No quiero quedarme aquí
–Me temo que eso es imposible. Necesitas rehabilitación para recuperar la movilidad y los consejos de un profesional especializado para tratar la amnesia –le explicó Lorenzo.
–¿Y no podrías quedarte un rato más? –le suplicó ella–. ¿No podríamos hablar un poco más? Hay tantas cosas que necesito saber…
Lorenzo se quedó callado un momento antes de volver a sentarse con un suspiro.
–De acuerdo. ¿Qué quieres saber?
–Pues, no sé… ¿Cómo nos conocimos? –inquirió ella. Se notaba cansada, pero su mente no podía parar; era un hervidero de preguntas.
–En una fiesta, en Niza. Yo había ido allí por negocios.
–¿Eres empresario? –inquirió Brooke.
–Banquero.
–No me gustan los bancos –murmuró ella. ¿Por qué había dicho eso?, se preguntó sorprendida.
Lorenzo también frunció el ceño.
–¿Por qué no te gustan los bancos?
A Brooke le pesaban los párpados.
–No lo sé –reconoció con una sonrisa soñolienta–. No sé por qué se me ha pasado ese pensamiento por la cabeza y lo he dicho en voz alta.
–Se te cierran los ojos. Te dejo para que descanses –insistió él, levantándose de nuevo–. Mañana nos vemos.
–¿No vas a darme ni un beso de despedida?
Aquella pregunta, hecha con una ingenuidad casi infantil que era risible, teniendo en cuenta que Brooke nunca había sido precisamente recatada, dejó a Lorenzo descolocado.
–Nada de besos –respondió–. Te estás cayendo de sueño y a mí, cuando beso a una mujer, me gusta que esté bien despierta.
–Eso es cruel –murmuró ella, cerrando los ojos.
Lorenzo vio que se había dormido. Debería estar buscando en Internet clínicas para periodos de convalecencia. Debería estar buscando al mejor psiquiatra para que la tratara de la amnesia. Pero en vez de eso se quedó allí de pie, observándola en silencio y sintiéndose mal porque le había mentido: al día siguiente no iría a verla porque tenía que volar a Milán para asistir a una conferencia internacional sobre banca.
Además, a pesar de llevar tres años casado con Brooke, de repente tenía la sensación de que no la conocía de verdad. Claro que a veces las personas se comportaban de un modo distinto dependiendo de las circunstancias. Quizá Brooke era así cuando se sentía insegura, y era normal, porque en ese momento ni siquiera sabía quién era. Seguro que cuando volviera a disponer de su fabuloso vestuario, de su maquillaje, y ocupara de nuevo los titulares de la prensa del corazón, volvería a ser la mujer a la que recordaba.
Brooke se dejó caer en la silla frente al escritorio del doctor Selby, su psiquiatra, y dejó a un lado el bastón que usaba para caminar. Después de la sesión de fisioterapia siempre se encontraba dolorida y la leve cojera que aún sufría entorpecía sus movimientos, pero no se quejaba porque el simple hecho de poder volver a andar ya le parecía una bendición.
–¿Cómo has estado estos últimos días, Brooke? –le preguntó el psiquiatra, mirándola por encima de la montura de sus gafas.
–Muy bien, aunque sigo sin tener ningún recuerdo –respondió ella con incomodidad–. Todo se me hace aún muy extraño. Hace unos días Lorenzo me regaló un maletín de cosméticos para reemplazar el que se destruyó en el accidente. Tuve la sensación de que esperaba que la sorpresa me entusiasmara, pero no sé para qué sirven la mitad de las cosas que trae el maletín. Aun así, me maquillé un poco para su siguiente visita. No quería que pensara que no apreciaba su regalo.
–Parece que la opinión de Lorenzo te importa mucho –observó el doctor.
–Bueno, es normal, ¿no?, es mi marido.
–Claro, claro. El caso es que ahora mismo dependes por completo de él, pero sería más sano para ti que intentaras recobrar poco a poco tu independencia a medida que vayas recobrando las fuerzas.
Brooke asintió con tirantez. En los últimos dos meses había aprendido a ignorar los consejos que no le hacían gracia. Y es que todo el personal de la clínica de rehabilitación parecía querer darle consejos. Y no solo eso; desde su llegada había ido de sorpresa en sorpresa: había descubierto que el hombre con el que estaba casada era extremadamente rico, que antes del accidente había sido famosa, una conocida influencer y aspirante a actriz que solía despertar la atención de los medios.
Esas revelaciones la habían chocado porque se veía como una persona introvertida y con poca confianza en sí misma. Le había preguntado a Lorenzo cuándo podría disponer de un teléfono móvil o un portátil para buscar información en Internet sobre su vida antes del accidente, pero él había insistido en que no era buena idea, que había más posibilidades de que recuperara sus recuerdos si no los forzaba.
–¿Qué haré si no recupero la memoria? –le preguntó al psiquiatra.
–Lo superarás volviendo a empezar de cero. Has tenido mucha suerte. Los daños que sufriste en el accidente fueron graves, pero aparte de la amnesia no te han quedado secuelas –le recordó el doctor Selby.
Sí,