Puedo porque pienso que puedo. Carolina Marín
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Esto desencadenó el que tampoco estuviera a gusto conmigo misma. No llegaba a disfrutar, pero, por otra parte, estaba obligada a acudir a los torneos, porque por el reglamento hay que ir a un determinado número de ellos al año cuando estás entre los diez mejores. Como no podía mejorar había tenido que entrenar con dolores y eso me impedía evolucionar, poder prepararme bien y al final me llevaba a una especie de conflicto interior que me hacía sentir insatisfecha.
Por mucho que intentes engañar a tu cerebro y saltar a la pista como si nada, cuando los dolores aprietan te das cuenta de que tu mejor versión no aparece, eres un espejismo de ti misma y lo defiendes como puedes, pero nada más. Y eso contagia toda tu vida. Lo que vives en la pista se arrastra a tu vida personal, te ofusca y te cuesta pensar con claridad también fuera. Necesitas poder moverte como si no pasara nada. Y eso no ocurre. Y así un día y otro, y otro más.
El cambio de año me vino bien y en enero ya empecé a entrenar y a competir con regularidad.
Si antes os he dicho que las lesiones avisan es porque he sido capaz, en este periodo de reposo, en este tiempo muerto, de echar para atrás en la máquina del tiempo, y darme cuenta de cuándo fueron esas llamadas de atención que, en su momento, yo no quise atender.
Aquel 27 de enero de 2019 era el último día de un periodo de dos meses que yo había pasado fuera de Madrid. Primero fui a China diez días por compromisos publicitarios, luego estuve otro mes disputando la liga india y posteriormente jugué otros torneos durante dos semanas más.
Fueron alrededor de ocho semanas muy exigentes fuera de casa. Sin estar acompañada de mi entorno; mis entrenadores iban y venían, pero en general todo resultaba un poco irregular.
El desgaste resultó mayúsculo, tanto en lo físico como en lo mental. Tenía la sensación de no parar. A veces, entras en una rueda de exigencia máxima en la que no tienes la posibilidad de bajarte y solo te queda la opción de asumirlo y llevarlo de la mejor manera posible. Son bucles, etapas, que acaban por pasarse, pero que pueden llegar a hacer bola. Si lo reflexionaras sobre el terreno, en el mismo momento, pudiendo valorar lo cansado que estás o cómo te sientes físicamente, puede que tomaras otra decisión, pero ya te has comprometido y hay que tirar para adelante. La dinámica es tan brutal que no te permite pararte y decir: ¡hasta aquí!
El deportista de alto nivel vive una vida de exigencia tremenda. Muchas veces solo se transmite de nosotros la imagen de los resultados, cuando tienes la gran fortuna de conseguirlos, claro que no siempre es así. Cuando logras las medallas o alguna victoria importante. Pero luego hay otra realidad que pasa desapercibida a ojos de la mayoría, y es que entre un torneo y otro hay un trabajo increíble. Y muchísimos viajes, que acaban por invadir esa relación entre tu espacio y tu tiempo. Lo acotan de tal manera que a veces no sabes ni dónde estás, ni qué hora es e incluso si te toca desayunar o comer. Hasta ese punto puedes llegar a perder el rumbo. Y es difícil mantener las coordenadas de tu cuerpo, que son tan vitales para mantenerlo a punto para que luego, cuando lo necesitamos, nos responda.
Como ahora usamos herramientas muy precisas para tenernos controlados, ya me lo iba diciendo el análisis biométrico diario de mi estado físico. Me avisaba ya de unos valores muy bajos de descanso, de músculos y otros aspectos en general. Sabía que debía tener cuidado. Tenía unas ganas tremendas de regresar a Madrid y descansar.
Todo esto eclosionó brutalmente con la lesión que me paró en seco. Era la demostración de que a pesar de que a veces nos pensamos que somos superhéroes, no somos máquinas, y el cuerpo viene con sus limitaciones incorporadas y el nivel de exigencia al que le sometemos es muy elevado. Hay que aceptar que puede llegar un punto en el que tú le pidas al cuerpo y el cuerpo no te lo dé. Y, si te lo da, te arriesgas a que eso acarree más tarde unas graves consecuencias.
«Recuerdo que, cuando me propusieron comenzar a trabajar con Carolina, ella acababa de ser campeona del mundo por primera vez, era muy joven y creí que sería un trabajo duro en su inicio. Pensé que su ego estaría por las nubes en ese momento. La sorpresa fue mayúscula. Me encontré a una persona agradable en el trato y simpática, receptiva a la hora de seguir pautas de trabajo.
Si tuviera que destacar una característica diferenciada de Carolina con respecto al resto es su fortaleza mental a la hora de realizar el trabajo planteado, lo que la lleva a una capacidad de tolerar el esfuerzo, disciplina y perseverancia que hacen de ella una deportista diferente y un referente.
Fuera de la pista es una persona pausada y calmada, y hasta a veces despistada, y cuando entra en la cancha y se activa se convierte en una auténtica máquina».
Diego CHAPINAL,
fisio.
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