Por despecho. Miranda Lee
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–No te dejes llevar por el orgullo –le aconsejó la mujer–. Llámale. Dile que lo sientes, aunque pienses que ha sido culpa de él. Si lo quieres, no debe importarte humillarte un poco.
Olivia se quedó perpleja. Ella no se había humillado ante nadie en toda su vida y no iba a empezar a hacerlo a esas alturas. Aunque… la señora Altman podía llevar razón. El orgullo hacía imposible que muchas parejas se reconciliaran. Y había una gran diferencia entre humillarse ante Nicholas y llamarle por teléfono. Podía utilizar la excusa de que quería felicitarle las navidades. Seguramente, él estaría en el trabajo en esos momentos. Sintió que su pena se aliviaba al renacer la esperanza.
Tan pronto como Olivia pasó a la señora Altman con su hijo, marcó el número de Nicholas antes de pensar en lo que estaba haciendo. El teléfono de él sonó varias veces.
–Despacho de Nickie –contestó una voz femenina.
Olivia se quedó desconcertada.
–¿Renee? ¿Eres tú? –Renee era una compañera de Nicholas que algunas veces contestaba el teléfono, cuando él había salido.
–Renee ya no trabaja aquí –respondió la mujer con voz ronca–. Yo soy Ivette, su sustituta.
Así que la sustituta de Renee se llamaba Ivette… Y ella llamaba Nickie a Nicholas.
Oliva comenzó a sentirse mal.
–¿Podría hablar con Nicholas, por favor?
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Luego se oyó un suspiro.
–¿No serás Olivia por casualidad?
–Pásame a Nicholas, por favor.
–No puedo. Él no está aquí. Ha ido al baño. Pero estás perdiendo el tiempo. Él no quiere verte ni hablar contigo nunca más. Ahora me tiene a mí y yo le doy todo lo que él necesita.
Olivia trató de mantener la calma.
–¿Y desde cuándo le das todo lo que él necesita?
–Desde hace más tiempo del que tú piensas. Afróntalo, cariño, tú no has sabido darle lo que necesitaba. Lo que puede hacer feliz a un hombre hoy en día no es la eficacia en el trabajo ni en la organización del hogar. Esas tareas las hacen los ordenadores y las señoras de la limpieza. Lo que un hombre necesita es pasión, espontaneidad y diversión.
–Sexo, querrás decir –añadió Olivia, que ya entendía de dónde había sacado Nicholas todo lo que le había dicho durante su discurso de despedida.
–Es lo mismo.
–¿Y crees que no tenía sexo conmigo?
–No del tipo que él quería, cariño. Bueno te dejo. ¡Felices fiestas!
Olivia se quedó con el auricular en la mano.
De pronto, sintió que la furia la invadía. Colgó de golpe y se levantó bruscamente. Sintió que la sangre corría a toda velocidad por sus venas.
Había decidido ir a la fiesta. ¡E iba a divertirse como una loca! Iba a estar de fiesta todo el día e iba a olvidarse de todo. Iba a olvidarse de Nicholas e Ivette. A olvidarse de que su futuro se había quebrado. A olvidarse de todo salvo de divertirse.
Olivia se quitó la chaqueta y la dejó sobre su silla. Divertirse no sería tan difícil. Al menos después de unas pocas copas de champán.
Seguro que beber le sentaría bien. O eso imaginaba, porque nunca se había emborrachado en toda su vida. Aunque sí que había bebido un par de vasos de vino y recordaba que le habían sentado bien.
Y Dios sabía que necesitaba sentirse bien. ¡Necesitaba sentirse bien desesperadamente!
Se quitó la horquilla que recogía su pelo y agitó la cabeza, con lo que su cabello quedó suelto. Luego se desabrochó los dos primeros botones de la blusa e hizo un gesto desafiante con la cabeza, dirigiéndose hacia donde la música había comenzado a sonar.
Capítulo 2
HACIA las dos de aquella tarde, Olivia estaba bastante alegre. Se sentía realmente bien. Si hubiera sabido que el champán era un antidepresivo tan magnífico, lo habría probado mucho antes. Desde su tercera copa todo había empezado a ir mucho mejor. Su ánimo, la música, los hombres…
Para cuando terminó su primera botella, uno de las representantes, un hombre de unos treinta años llamado Phil con el que jamás había hablado, empezó a resultarle encantador. Llevaba media hora hablando con él cuando Olivia se dio cuenta de que Lewis la estaba mirando con el ceño fruncido. Su jefe estaba con un grupo de la sección de marketing, cerca de una de las mesas llenas de comida. Tenía una vaso de cerveza en una mano y un trozo de tarta en la otra.
La expresión de su jefe provocó en Olivia un oscuro desafío. Lewis no era su guardaespaldas. Ella tenía derecho a divertirse si quería. ¡Por el rostro de él, parecía que ella estaba haciendo algo equivocado, en vez de lo que hacían allí todas las mujeres solteras de la empresa: divertirse un poco y tratar de conocer a algún hombre apuesto!
Cuando Phil le pidió un baile, Olivia no vaciló un segundo. Dejó su copa vacía y tomó la mano que le ofrecían para dejar que la llevaran al centro de la pista. La melodía que sonaba en ese momento dio paso a una música rítmica que encendió su sangre y la sensación de rebeldía que llevaba dentro. Ello hizo que sonriera y bailara con Phil de manera más provocativa.
Olivia descubrió en sí misma un genuino sentido del ritmo. Su cuerpo tomó vida propia, ondulándose con toda la agilidad y sensualidad de una bailarina árabe. Elevó los brazos por encima de la cabeza como dos serpientes bajo la influencia hipnótica de un encantador.
La mirada azul de Lewis, sorprendido ante la sinuosidad de su cuerpo, no pasó desapercibida a Olivia. Inmediatamente, ella tomó conciencia de su femineidad. Notó la manera en que sus pechos redondos se movían bajo su blusa, el balanceo de sus caderas femeninas, el calor que se producía en sus lugares más secretos. Era la experiencia más excitante que jamás hubiera vivido.
Olivia se sentía de lo más provocativa. Tenía una sensación casi de pecado. Podía haberse quedado bailando para siempre, exhibiéndose sin la más mínima vergüenza ante los ojos asombrados de los hombres.
Pero sobre todo de uno de ellos.
Actuar así ante su jefe, sin su habitual complacencia, le resultaba algo verdaderamente divertido. Le gustaba que la mirara por una vez como a una mujer capaz de atraer a los hombres, incluso capaz de atraerlo a él.
La verdad era que no sólo le gustaba, le parecía… excitante.
La música, sin embargo, llegó a su fin y el pinchadiscos anunció que iba a tomarse un descanso.
–No sabía que fueras así –declaró Phil, al sacarla de la pista.
Al pasar por una de las mesas, el hombre tomó una copa de champán y se la