Por despecho. Miranda Lee
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Apenas pudo llegar al cuarto de baño privado de Lewis. Nada más cerrar la puerta, vomitó sobre la papelera. Incluso después de echar fuera de su cuerpo todo lo que había comido y bebido, sintió nuevos espasmos. Y, sobre su frente, aparecieron gotas de sudor mientras se retorcía de dolor.
Por unos minutos, Olivia pensó que se iba a morir. Y casi hubiera deseado morirse. Así no tendría que salir del cuarto de baño y enfrentarse a Lewis.
Le temblaban las manos todavía cuando alcanzó una toalla para limpiarse. Gimiendo, se acercó hasta el lavabo, donde se enjuagó la boca con agua. Finalmente, se derrumbó sobre el frío suelo. Y se quedó allí tirada mientras oía golpes en la puerta.
–¿Estás bien, Olivia?
¿Estar bien? ¿Cómo podía estarlo después de lo que había hecho? Sólo de recordarlo los ojos se le llenaban de lágrimas y el pecho se le tensaba de remordimiento y vergüenza.
–¿Olivia?
–Vete –gritó–. Te digo que te vayas.
–No seas tonta. Estás enferma. Así que me voy a quedar.
–Si no te vas ahora mismo, no sé lo que soy capaz de hacer.
Se oyó un suspiro de Lewis.
–Ya veo. Ya me imaginaba que te arrepentirías después. Y yo también me arrepiento, diablos. Pero me ha sido imposible detenerte, Olivia.
–Por favor –rogó ella–. Yo… no quiero seguir hablando de esto.
–Quieres olvidar lo que ha pasado, ¿no es eso?
–Sí.
–Yo no estoy seguro de que pueda olvidarme.
–Pues tienes que hacerlo. O yo… presentaré mi dimisión.
–¿Tu dimisión?
–Sí.
–No quiero que dimitas. Así que me marcharé si eso te hace sentirte mejor. Prométeme que pedirás un taxi. Te lo paga la empresa.
–Ya me lo pagaré yo misma, muchas gracias. No necesito que me recompenses. Nunca he estado tan disgustada conmigo misma.
–La culpa ha sido de los dos, Olivia, suponiendo que culpa sea la palabra adecuada.
–¿Y qué otra palabra hay?
–Necesidad, quizá.
–¿Necesidad?
–Sí. Pero podemos hablar de eso otro día. Creo que en este momento tu estado no es el mejor para ponerte a discutir acerca de las complejidades de la vida.
–Sólo márchate. ¡Por el amor de Dios!
–Muy bien. Veo que estás tan trastornada, que no puedes razonar, así que te llamaré mañana a casa y podremos hablar sobre lo sucedido ya más tranquilos.
–De acuerdo –dijo ella entre dientes.
–Buena chica.
¿Buena chica? Él debía estar bromeando. Su comportamiento había sido vergonzoso. Lewis no tenía por qué sentirse culpable. No se había aprovechado de que ella estuviera bebida. Había sido ella la que se había aprovechado del estado de frustración en el que se encontraba él. Olivia estaba segura de que Lewis no había estado con ninguna mujer desde que su matrimonio se rompió. Lo sabía porque ninguna mujer le había llamado y él se había quedado trabajando hasta tarde todos los días. Incluso alguna vez se había quedado toda la noche.
No, él había sido célibe desde que Dinah lo abandonó, así que su reacción había sido normal en un hombre joven y sano. Se entendía que no se hubiera resistido a las insinuaciones de su secretaria. Así que la única culpable era ella y sólo ella debía avergonzarse. Y él había sido muy generoso al tratar de excusarla. Ella no se merecía tanto.
–Dime de nuevo que estás bien –insistió él.
–Me pondré bien –dijo ella débilmente. Luego, se secó las lágrimas que le bajaban por las mejillas.
–Lo siento, Olivia. Pero no pareces estar bien. Y no me perdonaría si te dejara en este estado. Déjame entrar.
–No. No puedo.
–Pues tú lo has querido.
Olivia miró boquiabierta cómo Lewis echaba la puerta abajo con gran estrépito.
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