Dijo el Buda.... Osho
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Dijo el Buda:
«En una ocasión llegó un hombre ante mí y me denunció por seguir el camino y practicar gran benevolencia».
Parece absurdo. ¿Por qué nadie ha de ir a otra persona, que no le ha hecho nada, para denunciarla? ¿Por qué van a denunciar al Buda? No le ha hecho ningún daño a nadie. No se interpone ante nadie… ha renunciado a toda competitividad. Respecto a los intereses mundanos podría decirse que casi es un muerto. ¿Por qué la gente se entromete para denunciarle?
Su presencia les resulta insultante. La posibilidad de que un hombre pueda ser tan bueno les hace daño. ¿Por qué no lo son ellos? Crea culpabilidad. Por eso a lo largo de los siglos la gente continúa escribiendo que el Buda nunca existió, que Jesús es un mito, que no son más que fantasías. Esas personas no existieron nunca, sólo son deseos, fantasías humanas; nunca llegaron a existir. O aunque lo hiciesen no eran como se dice; no son más que ilusiones, más que sueños. ¿Por qué?
La gente sigue ahora escribiendo contra el Buda, contra Jesús. Sigue doliéndoles. Han pasado veinticinco siglos desde que ese hombre despertó, pero sigue habiendo gente que no se siente cómoda con él. Si existió de verdad, históricamente, entonces están condenados. Han de demostrar que ese hombre nunca existió, que sólo es un mito. Entonces se quedan tranquilos.
Una vez que han demostrado que nunca existió un Buda, un Jesús, un Krishna, entonces descansan. Entonces pueden seguir siendo lo que son, porque desaparece la comparación. Son lo último en existencia. Pueden seguir siendo lo que son sin ninguna transformación. Pueden seguir haciendo lo que hacen. Pueden seguir creando basura y recogiendo basura, y pueden seguir siendo los borrachos inconscientes que son. Pero si resulta que en alguna ocasión hubo un hombre como el Buda que vivió en la tierra –con esa luz, con esa luminosidad, con tal gloria–, entonces se sienten heridos.
«En una ocasión llegó un hombre ante mí y me denunció por seguir el camino y practicar gran benevolencia. Pero permanecí silencioso y no le respondí.»
Eso es lo que quiero decir cuando digo que hay que salirse del triángulo dramático. Porque si respondes, reaccionarás. Has de permanecer tranquilo, en tu centro; no te distraigas. Limítate a permanecer en silencio, sereno, recogido, en calma.
«Pero permanecí silencioso y no le respondí.»
Hay que entenderlo bien entendido. ¿Qué sentido tendría responder a ese hombre? En primer lugar no entendería nada. Y en segundo, es posible que lo interpretase equivocadamente.
Poncio Pilatos le preguntó a Jesús en el último momento, antes de ser crucificado: «¿Qué es la verdad?», y Jesús permaneció en silencio, no dijo ni una sólo palabra. Habló de la verdad toda su vida, esa misma vida que iba a ser sacrificada al servicio de la verdad… ¿Por qué guarda silencio en el último momento? ¿Por qué no responde? Sabe que la respuesta carece de importancia, que no llegará a su destino. Existen todas las posibilidades de que sea mal interpretada.
Su respuesta es el silencio, y el silencio es más penetrante. Si alguno de sus discípulos se lo hubiera preguntado, Jesús habría respondido, porque un discípulo es alguien que está preparado para comprender, que es receptivo, que prestará atención a todo lo que se le diga, que se alimentará de la respuesta, que la digerirá. El verbo se hará carne en él.
Pero Poncio Pilatos no es un discípulo. No pregunta con actitud humilde y profunda, no está dispuesto a aprender. Sólo pregunta, tal vez por curiosidad, o bromeando, o tratando de convertir a ese hombre en un hazmerreír. Pero Jesús guarda silencio, y el silencio es su respuesta.
Y dijo el Buda:
«Pero permanecí silencioso y no le respondí. La denuncia cesó.»
Ese silencio debe haber sorprendido a aquel hombre. Lo que esperaba era una respuesta. Pero el silencio le resultó incomprensible. Debió quedarse parado. Le está denunciando y el Buda permanece tranquilo, en silencio. Le insulta y el Buda permanece imperturbable. Si se hubiese perturbado, si se hubiese distraído, entonces aquel hombre habría entendido el lenguaje. Sí, conocía ese lenguaje, pero desconocía el lenguaje del silencio, de la gracia, de la paz, del amor, de la compasión.
Debió de sentirse perplejo y abochornado. No podía imaginárselo. Estaba perdido. «La denuncia cesó». ¿Qué sentido tendría continuar? Ese hombre casi parecía una estatua. No respondió, no reaccionó.
«Y entonces le pregunté: “Si le llevas un regalo a tu vecino y éste no lo acepta, ¿significa eso que el regalo te es devuelto?”».
En lugar de responderle, cuando cesa la denuncia, el Buda le pregunta.
«“Si le llevas un regalo a tu vecino y éste no lo acepta, ¿significa eso que el regalo te es devuelto?”. El hombre contestó que sí. Entonces le dije: “Tú ahora me denuncias, pero yo no lo acepto, y por ello debes aceptar ese hecho erróneo sobre tu propia persona. Es como un eco tras un sonido, como una sombra que sigue a un objeto. Nunca escaparás al efecto de tus propios actos nocivos. Por tanto, permanece atento y cesa de hacer el mal”».
Ha demostrado algo sin decirlo. Le ha preguntado a ese hombre: «Si le llevas un regalo a tu vecino –lo llama regalo– y éste no lo acepta, ¿qué harás?». Sí, claro, el hombre debe haber dicho: «Me lo volveré a llevar». Ahora estaba convencido y no podía retroceder. El Buda dijo: «Me has traído un regalo –tal vez de insultos, de denuncia– y yo no lo acepto. Puedes traerlo, eres libre de hacerlo, pero el aceptarlo o no forma parte de mi libertad, es de mi elección».
Esto es muy bello si se comprende. Alguien te insulta. Pero el insulto no tiene todavía sentido hasta que lo aceptes. A menos que lo tomes de inmediato, es insignificante, es sólo ruido, pero no tiene nada que ver contigo. Así que de hecho nadie puede insultarte a menos que lo tomes para ti, a menos que cooperes con él.
Por eso, siempre que te insultaron, que te sentiste insultado, fuiste tú, fue responsabilidad tuya. No digas que alguien te insultó. ¿Por qué aceptaste el insulto? Nadie puede obligarte a aceptarlo. El otro tiene la libertad de insultarte, pero tú tienes la de aceptar o no el insulto. Si lo aceptas, entonces es tu responsabilidad; entonces no digas que te insultaron. Deberías decir: «Acepté el insulto». Limítate a decir: «No era consciente; en la inconsciencia lo acepté y me perturbó».
Dice el Buda: «Acepta sólo lo que necesites. Acepta únicamente alimentos». ¿Para qué aceptar veneno? Alguien trae una taza llena de veneno y quiere regalártela. Y tú le dices: «Muchas gracias, pero no lo necesito. Si alguna vez quiero suicidarme se lo pediré, pero ahora mismo quiero vivir». No hay necesidad; sólo porque alguien te traiga veneno no es necesario que te lo bebas. Puedes decir: «Gracias». Eso es lo que hizo el Buda.
Y sigue diciendo: «Pero como no lo acepto, ¿qué harás con él? Deberás llevártelo otra vez. Lo siento por ti. Deberás tomártelo tú, caerá sobre ti… como un eco tras un sonido, como una sombra que sigue a un objeto. Te seguirá para siempre. Tu insulto será como una espina en tu ser. Te perseguirá. A mí no me has hecho nada, te lo has hecho a ti mismo».
El Buda siente compasión por este pobre hombre que ha cometido un acto erróneo contra sí mismo, y dice: «Por tanto, permanece atento y cesa de hacer el mal. Haz sólo aquello que quieras que te siga. Haz sólo aquello que te seguirá y con lo que te sientas feliz. Canta una canción, para que aparezca el eco y te llene de más canciones».
Solía ir de acampada a Matheran, una estación de montaña cerca de Pune. En la primera fui a visitar un lugar