Dijo el Buda.... Osho

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Dijo el Buda... - Osho Sabiduría Perenne

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condenar, de negar. Por eso, siempre que hay alguien como el Buda que está vivo, le condenamos, y cuando muere, le veneramos llenos de culpabilidad. Toda veneración surge de la culpabilidad. Primero denuncias a una persona, sabiendo muy bien que algo ha sucedido, pero no puedes aceptarlo. En lo más profundo de tu ser te das cuenta de que la persona en cuestión está transfigurada, que cuenta con cierta luminosidad. No puedes negarlo; en lo más profundo de tu ser sabes que ha penetrado un rayo de luz. Pero consciente y deliberadamente, no puedes aceptarlo. Sería aceptar tu propio fracaso. Dudas, dudas en lo más profundo; dudas de la condena, pero continúas.

      Luego, un día, esa persona desaparece. Sólo queda su fragancia, el recuerdo. Y cuando una persona muere y no has aceptado su realidad entonces se manifiesta la culpabilidad. Sientes: «Soy culpable. No fui bueno. Perdí la oportunidad». Luego empiezas a sentir remordimientos. ¿Qué hacer? A fin de equilibrar la culpabilidad, te pones a rendir culto.

      Por eso a los maestros muertos se les rinde culto. Rara vez la gente venera a un maestro vivo. Porque cuando veneras a un maestro vivo no es por sentirte culpable, sino por comprensión. Cuando veneras a un maestro muerto es por sentimiento de culpa.

      Por ejemplo, tu padre está vivo y no le respetas, no le quieres. Te has puesto en su contra en muchas ocasiones. Le has deshonrado de muchas maneras, y le has rechazado de muchas formas. Y llega un día en que muere, y empiezas a llorar y a gemir. Y a partir de entonces y cada año harás shraddh.2 Un día al año darás una fiesta para amigos y brahmanes. Todo ello es producto de la culpabilidad. Y encima colgarás un retrato de tu padre en casa, y le pondrás flores.

      Nunca lo hiciste cuando estuvo vivo. Nunca llegaste con flores y las depositaste a sus pies. Ahora que se ha ido te sientes culpable, no fuiste bueno con el viejo. No hiciste lo que había que hacer. No colmaste tu amor ni satisficiste tu deber. Ahora ha desaparecido la oportunidad, él ya no está ahí para perdonarte. Ya no está ahí para que puedas llorar, caer a sus pies y decir: «Me he portado mal contigo, perdóname». Ahora, en cierto modo, te sientes profundamente culpable. Surge el remordimiento… y le pones flores. Respetas su memoria. Nunca respetaste al hombre, pero ahora respetas su memoria.

      Recuerda, si realmente le hubieras querido, si le hubieras respetado de verdad, no habría remordimiento ni culpa. Serías capaz de recordarle sin culpa, y ese recuerdo tendría una belleza. Ese recuerdo es otra cosa, cuenta con una cualidad distinta. La diferencia es tremenda. De hecho, te habrías sentido colmado.

      No lloras por su muerte, sino a causa de la culpa. Si hubieras amado a esa mujer, si realmente la hubieses amado y no la hubieses traicionado, y no la hubieses engañado, cuando ella muriese te sentirías triste, claro está, pero en esa tristeza habría algo de belleza. La echarías de menos, pero sin culpabilidad. La recordarías, siempre la recordarías, sería un preciado recuerdo, pero no exagerarías llorando y gritando y convirtiéndolo todo en un espectáculo. No exhibirías tu tristeza, no habría elementos exhibicionistas. Valorarías el recuerdo en lo profundo del corazón. No llevarías una foto suya en la cartera, y no hablarías de ella.

      Conocía a una pareja, en la que el marido se había portado muy mal con su esposa. Era un matrimonio por amor, una familia muy rica, pero el marido era una especie de Don Juan, y engañaba a su esposa de todas las maneras. Luego ella se suicidó a causa de él.

      Resulta que pasé por donde vivían y fui a verle, porque alguien me había contado que el esposo era muy desgraciado. Desde que la esposa muriera su vida había cambiado. No podía creérmelo. Pensé que debía estar muy contento. Siempre fue una relación miserable, un conflicto continuo.

      Fui a verle. Se hallaba sentado en su estudio rodeado de muchas fotos de la esposa, por todas partes, como si se hubiese convertido en una diosa. Y él empezó a llorar. Yo le dije:

      –¡Deja de hacer el tonto! Nunca fuiste feliz con esa mujer, ni ella contigo, por eso se suicidó. Eso era lo que siempre quisiste. De hecho me dijiste muchas veces que si esta mujer se moría tú serías libre. Ahora ya lo ha hecho.

      Él respondió:

      –Pero ahora me siento culpable, como si yo hubiera sido la causa de su muerte, como si la hubiese matado con mis manos. Nunca volveré a casarme.

      Eso es la culpabilidad, una cosa muy fea.

      Cuando muere un buda son muchos los que le veneran. Estaban ahí en vida, pero nunca se acercaron a él. Cuando muere un mahavira, la gente le venera durante siglos. Esa gente estaba allí cuando vivía, pero ahora se sienten culpables.

      Fíjate, a Jesús le crucificaron. En el último momento incluso le abandonaron sus discípulos. No hubo nadie que dijese: «Soy su seguidor». Incluso el último discípulo… cuando apresaron a Jesús, éste le dijo: «No me sigas porque ya no puedes seguirme». Y el discípulo contestó: «Iré, maestro. Iré adonde te lleven». Jesús dijo: «Antes de que cante el gallo al amanecer me negarás tres veces. No lo hagas, déjame». Pero el discípulo insistió.

      A Jesús le apresaron, sus enemigos dieron con él, y el discípulo siguió con la multitud. La gente se dio cuenta de su pinta extraña y le preguntaron: «¿Quién eres tú? ¿Eres discípulo de ese Jesús?». Y él dijo: «¿Quién es ese Jesús? Nunca he oído ese nombre». Y tres veces, tres veces le negó antes de que cantase el gallo. Y cuando le negó por tercera vez, Jesús se dio la vuelta y dijo: «El sol todavía no ha aparecido por el horizonte».

      Nadie más debió de comprenderlo, pero el discípulo debe haber llorado amargamente al negar a Cristo. Dijo que no conocía a ese hombre, que era forastero, y que se había acercado por curiosidad. En el último momento incluso desaparecieron los discípulos. Jesús fue crucificado. Los discípulos se reunieron, y cada vez fueron más. Ahora casi un tercio de la humanidad es cristiana.

      Da la impresión de tratarse de una culpabilidad tremebunda. Sólo tenéis que daros cuenta de que si a Jesús no le hubieran crucificado, no habría cristianismo. Por eso la cruz se convirtió en el símbolo del cristianismo. Yo al cristianismo lo llamo “cruz-tianismo”, no cristianismo. De hecho es la cruz, es la muerte, lo que creó la culpa. Creó tanta… ¿Y qué se hace cuando surge la culpabilidad? Sólo puedes compensarla venerando a la persona.

      Cuando un maestro está vivo le quieres; tu veneración contiene amor y no exhibicionismo. Es un flujo natural que proviene del corazón. Pero cuando un maestro está muerto y siempre le has negado, entonces le veneras. Tu veneración tiene algo de fanatismo, de exhibicionismo. Quieres demostrar algo. ¿Frente a quién? Frente a tus propias actitudes

      Así me lo han contado:

      –Pareces muy deprimido –le dijo un amigo al mulá Nasrudín–. ¿Qué te pasa?.

      –Verás –empezó el mulá–, ¿recuerdas a mi tía, la que acaba de morir? Yo fui el que la internó en un manicomio durante los últimos cinco años de su vida. Cuando murió me dejó todo su dinero. Ahora he de demostrar que estaba bien de la cabeza cuando redactó el testamento, hace seis semanas.

      Eso es lo que pasa. Primero niegas a un hombre sabio, le niegas que sea sabio. Niegas que esté iluminado, niegas que sea bueno. Luego se muere y te lo deja todo, te deja todo su dinero. Se convierte en tu herencia. Ahora, de repente, todo cambia, todo toma un giro de ciento ochenta grados. Negabas a ese hombre porque hería tu ego, y ahora, de repente, empiezas a venerarle porque te colma el ego. La causa sigue siendo la misma, tanto si le condenas como si le veneras.

      Los hinduistas destruyeron por completo el budismo en la India, pero aceptaron al Buda como el décimo avatara de Vishnú. ¿Por qué? Porque ahora está bien negar el budismo, ¿pero cómo negar el legado del Buda? Fue el indio más grande de toda la historia.

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