Dijo el Buda.... Osho
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El inglés se rió y dijo:
–¿Alguna vez ha pensado en que Dios pudiera no entender el japonés?
El Buda le quita la personalidad a Dios. Entonces no es necesario que nadie entienda japonés, inglés, hebreo, o sánscrito. Los hinduistas dicen que el sánscrito es el lenguaje genuino de Dios… devavani, la lengua de Dios. Todas las otras lenguas son simplemente humanas, pero el sánscrito es divino. Y ese mismo tipo de desatino existe en todo el mundo. El Buda liquida la base de todo eso. Dice que Dios no es una persona, que es una ley. Síguela, obedécela, y te recompensarás a ti mismo. No la sigas y sufrirás.
«Por el eso sabio nunca saldrá herido, pues la maldad acabará destruyendo a los propios malvados.»
Así que recuérdalo como una regla fundamental: todo lo que hagas a los demás en realidad te lo estarás haciendo a ti mismo… Todo, digo, lo que le hagas a los demás te lo estarás haciendo a ti mismo. Así que cuidado.
Dijo el Buda:
«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás. Si observas el camino con un corazón sencillo, grande será en verdad este camino».
Este camino, este dhamma, esta ley, esta ley esencial de la vida, no puede ser comprendida mediante el estudio, leyendo escrituras ni memorizando filosofías. Para conocerlo hay que vivirla. La única manera de conocerlo es vivirlo. La única manera de conocerlo es existencial, no intelectual.
Me han contado una anécdota muy famosa:
Hace años se rumoreaba entre las comunidades académicas acerca de un joven erudito de una universidad talmúdica de Polonia. Se le exaltaba a causa de sus grandes conocimientos y su concentración en los estudios. Los visitantes se iban impresionados.
Un día llegó una importante autoridad talmúdica y le preguntó al decano acerca del joven:
–¿Sabe ese joven tanto como dicen?
–La verdad –contestó el viejo rabino con una sonrisa– es que no lo sé. El joven estudia tanto que no puedo entender cómo encuentra tiempo para saber.
Si te ocupas demasiado con el intelecto no tendrás tiempo para emplearte con todo tu ser. Si estás demasiado en tu cabeza pasarás por alto mucho de lo que es asequible. El camino sólo puede conocerse si participas profundamente en la existencia. No puede comprenderse desde fuera; hay que ser un participante.
No hace mucho vino a verme un profesor de psicología. Enseña en Chicago. Es indio y vive en los Estados Unidos. Vino de visita. Llevaba escribiéndome desde hacía casi dos años: «Iré dentro de poco, no tardaré». Finalmente vino, y quería saber cosas sobre la meditación. Se quedó aquí diez o doce días y observó meditar a los demás, y decía: «Estoy observando».
¿Pero cómo puedes observar meditar? Puedes meditar, ésa es la única manera de saber al respecto. Puedes observar a un meditador desde fuera –puedes ver que baila, o que permanece en silencio, o que sí, que está sentado–, ¿pero qué vas a hacer con eso?
La meditación no es sentarse, no es bailar, no es estar inmóvil. La meditación es algo que sucede en el hondón de la persona, en lo más profundo. No puedes observarlo, no existe el conocimiento objetivo de la meditación.
Así que le dije:
–Si realmente quiere saber… baile.
Y él contestó:
–Primero tengo que observar, primero debo autoconvencerme de que es algo, y luego lo haré.
Entonces yo le respondí:
–Si se apega a su condición nunca lo hará. Porque la única forma de saber es hacerlo, y usted dice que lo hará sólo cuando lo sepa. Es imposible. Se pone una condición tan imposible que nunca sucederá.
Es como si alguien dijese: «Amaré sólo cuando sepa qué es el amor». ¿Pero cómo puedes conocer el amor sin amar? Puedes observar a dos amantes de la mano, pero eso no es amor. También dos enemigos pueden tomarse de la mano. Aunque dos personas se tomen de la mano, eso no significa que se amen, pueden estar simplemente fingiendo.
Aunque veas a dos personas haciendo el amor, puede que no se trate de amor. Puede ser otra cosa; puede ser simplemente sexo y no amor. No hay manera de conocer el amor desde fuera. Hay cosas que sólo te son reveladas cuando eres un participante.
Dijo el Buda:
«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás».
Hay cosas que pueden aprenderse estudiando… Son cosas externas, cosas objetivas. Esa es la diferencia entre ciencia y religión. La ciencia no necesita experiencia subjetiva. Puedes seguir fuera y observar; es un enfoque objetivo de la verdad.
La religión es un enfoque subjetivo. Has de entrar, has de penetrar; es introspectiva. Has de sumergirte profundamente en tu propio ser. Sólo entonces puedes saber. Sólo a partir de tu propio centro podrás comprender qué es el camino, qué es el dhamma –o qué es la santidad–, pero deberás participar.
Sólo puedes conocer la santidad convirtiéndote en un dios, no hay otra manera. Sólo puedes conocer el amor convirtiéndote en amante. Y si crees que es muy arriesgado sin antes conocerlo –y enamorarse es arriesgado–, entonces te quedarás sin amor, seguirás siendo un desierto.
Sí, la vida es riesgo, y uno debe ser lo bastante valiente para aceptarlo. No siempre hay que ser calculador. Si no dejas de calcular toda la vida, te lo perderás todo.
Acepta riesgos, sé valiente. Sólo hay una manera de vivir, y es peligrosamente. Y ése es el peligro, que uno ha de actuar sin saber, que hay que pasar a lo desconocido. Por eso se necesita confianza.
Dijo el Buda:
«Si te esfuerzas por entrar en el camino a través de mucho estudio, no lo comprenderás».
Un gran erudito, un clérigo, un pundit, se detuvo en una tienda de animales domésticos y preguntó el precio de un loro. El dependiente dijo que no le vendería aquel loro porque todo lo que decía eran blasfemias. «Pero –dijo el dependiente– tengo otro loro que viene de Sudamérica. Cuando lo tenga enseñado le avisaré para que pase a buscarlo.»
Al cabo de algunos meses, el pundit, el gran especialista, pasó de nuevo por la tienda para ver el loro que tenían para él. El dependiente llevó al pundit a la trasera de la tienda, donde el loro se hallaba encaramado a una percha, con una cuerda en cada pata. El propietario tiró de la cuerda del pie derecho y el loro recitó el Padrenuestro de principio a fin.
–¡Es una maravilla, y muy edificante! –exclamó el predicador, el pundit. Eso era precisamente lo que él llevaba haciendo toda la vida. Luego tiró de la cuerda del pie izquierdo y el loro se arrancó cantando “Más cerca de ti, mi Dios”.
–¡Es asombroso! –gritó el predicador–. Ahora dígame, ¿qué pasará si tiro de las dos cuerdas a la vez?
Antes de que el tendero pudiera contestar, el loro dijo:
–¿Serás capullo? ¡Me caería de culo!