Vardo. Kiran Millwood Hargrave
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Es diminuto, tiene la piel arrugada y está pegajoso por la placenta. Sus pestañas oscuras contrastan con sus mejillas níveas. A Maren le recuerda a un pajarillo que encontró en una ocasión. El animal se había caído del nido en el techo de musgo; tenía la piel tan fina que veía cómo se le movían los ojos debajo de los párpados cerrados y los latidos del corazón le sacudían el cuerpecito. En cuanto lo tocó, con la intención de devolverlo al nido, dejó de moverse.
Al gritar, el bebé levanta los diminutos hombros; está claro que la boquita le funciona. Diinna se baja el camisón y le acerca un pezón oscuro a la boca. Tiene una cicatriz sobre una clavícula, una quemadura que Maren recuerda que la causó una olla llena de agua hirviendo, aunque no se acuerda de quién se la arrojó. Quiere besarla también ahí, para suavizar la piel.
Mamá termina de limpiarla. Entre lágrimas, se levanta para tumbarse a su lado y posa la mano sobre la de Diinna, que descansa en la espalda del recién nacido. Maren duda un segundo antes de acercar la suya también. El bebé está sorprendentemente caliente y huele a pan fresco y a tela limpia. Siente que el pecho se le encoge, sus anhelos la hieren.
3 de junio de 1618
Estimado señor Cornet:
Le escribo por dos motivos.
En primer lugar, para agradecerle su generosa misiva del 12 de enero de este año. Aprecio sinceramente sus palabras de felicitación. Me siento honrado de que se me haya nombrado lensmann de Finnmark; como bien dice, esta es una oportunidad de servir a nuestro Señor Dios en ese problemático lugar, que hiede al aliento del Diablo y donde hay mucho trabajo por hacer. El rey Cristián IV busca consolidar la posición de la Iglesia, pero las leyes contra la hechicería se aprobaron hace solo un año y, aunque se inspiran en el Daemonologie, todavía les falta mucho para igualar los logros de nuestro rey Jacobo en Escocia y las islas Exteriores. Ni siquiera se han promulgado todavía en mi nueva provincia. Por supuesto, cuando asuma el cargo el año que viene, procederé a rectificar esta situación.
Lo cual me lleva al segundo motivo de esta carta. Como sabe, admiro mucho su intervención en el juicio de Kirkwall de 1616 contra la bruja Elspeth Reoch, del que se habló incluso aquí. Como le escribí en su momento, aunque los elogios del público se dirigieron al fanfarrón Coltart, soy consciente del apoyo que prestó y de que fue su pronta actuación la que ayudó a detectar el incidente cuando aún había tiempo. Es justo este camino el que debe tomarse en Finnmark: necesitamos hombres capaces de seguir las enseñanzas del Daemonologie para «descubrir, juzgar y ejecutar a quienes practican los maleficios».
Así, le escribo para ofrecerle un puesto a mi lado, a fin de acabar con estos males particulares. La causa de muchos de los problemas se encuentra en un sector de la población local, endémico en Finnmark: una comunidad nómada a la que se refieren como «lapones». En cierto modo, se asemejan a los gitanos, pero su magia se sirve del viento y otras condiciones climáticas. Como ya he mencionado, existe una legislación contra este tipo de hechicería, pero no se aplica con la firmeza necesaria.
Como hombre de las Órcadas, no es necesario que le explique las peculiaridades del clima ni de las estaciones en un lugar como este. Le advierto, empero, de que la situación es grave. Desde la tormenta de 1617 (recordará que se habló de ella en los diarios de Edimburgo; yo mismo me encontraba en ese momento en alta mar y su fuerza se sintió hasta en Spitsbergen y Tromsø), las mujeres han quedado abandonadas a su suerte. La población salvaje lapona se mezcla sin trabas con los blancos. Enfrentarse a su magia no será una tarea fácil. Incluso los marineros acuden a esta brujería del clima. Sin embargo, creo que, con su ayuda y la de un pequeño grupo de hombres capaces y temerosos de Dios, venceremos a la oscuridad incluso en la negrura eterna del invierno. Aun aquí, en los límites de la civilización, las almas deben acceder a la salvación.
Por supuesto, sus esfuerzos se verían recompensados. Tengo intención de instalarlo en una vivienda de tamaño considerable en Vardø, cerca del castillo donde se encontrará el centro de mi poder. Tras cinco años aquí, le escribiré una carta de recomendación adecuada para cualquier empresa que desee emprender.
Por favor, medite bien esta oferta. No dudo de que Coltart lo detectaría, pero no es el tipo de hombre que necesito.
Piénselo, señor Cornet. Esperaré su respuesta.
John Cunningham (Hans Køning)
Lensmann del condado de Vardøhus
Capítulo 5
Para cuando nace su sobrino, el cuerpo de Maren se ha convertido en algo que ella misma carga con esfuerzo, con lástima y cierta repugnancia. Está hambriento y no la obedece. Cuando se pone en pie, siente como si tuviera burbujas entre los huesos que le explotan en los oídos.
El dolor no te alimenta, pero te llena. Lo han ignorado hasta ahora, pero cuando Kirsten Sørensdatter solicita permiso para hablar en la kirke, seis meses después de la tormenta, Maren repara por fin en la piel flácida de la mandíbula de la mujer y en las marcadas venas de su madre, que recorren sus brazos con orgullo. Tal vez las demás también se dan cuenta, porque se deshacen de su habitual postura encogida durante los sermones y la observan con atención, erguidas.
—Las cosas no cambiarán por mucho que esperemos —comienza a decir Kirsten, como si retomase una conversación. Frunce el ceño por encima de sus ojillos azules—. Nuestros vecinos han sido amables, pero todas sabemos que la amabilidad tiene un límite. Debemos empezar a cuidar de nosotras mismas. —Se endereza; algo hace clic—. Ya no hay hielo, tenemos el sol de medianoche y disponemos de cuatro barcos aptos para navegar. Es hora de pescar. Necesitamos veinte mujeres, tal vez dieciséis. Yo seré una. —Mira a su alrededor.
Maren espera que alguien, Sigfrid, Toril o incluso el pastor, diga algo y se oponga. Él también ha adelgazado, a pesar de que tenía poco peso que perder. Lo que Kirsten dice es lógico, aunque se exprese con pocas palabras. Maren levanta la mano junto a otras diez mujeres. Al hacerlo, experimenta la misma sensación de inestabilidad que se produce cuando te inclinas hacia el viento y sientes que este se desvanece justo cuando encuentras el equilibrio. Mamá la observa en silencio.
—¿Nadie más? Con eso, solo podremos sacar dos barcos —comenta Kirsten. Las mujeres apartan la mirada y se remueven inquietas en los bancos.
Creyeron que ya estaba decidido. Sin embargo, aunque el pastor no se opuso en la kirke, Toril llega el miércoles siguiente con la noticia de que el pastor Kurtsson ha recuperado la voz y ha escrito una carta.
—Qué inteligente —dice Kirsten, sin levantar la vista de su tarea: teje un par de guantes de piel de foca; para agarrar mejor los remos, supone Maren.
—Al hombre que pronto se hará cargo de Vardøhus —añade Toril, e incluso Kirsten se queda quieta y levanta la vista.
—¿Se instalará en la fortaleza? ¿Aquí? —pregunta Sigfrid. Los ojos le brillan por la curiosidad—. ¿Estás segura?
—¿Conoces alguna otra? —replica Toril, pero Maren entiende la pregunta. La fortaleza ha estado vacía durante toda su vida.