Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl страница 7
Olivia se alisó la chaqueta. Se agarró después al delicado algodón de su vestido favorito, pero se obligó a soltarlo para no terminar arrugándolo de forma irremediable.
–Eh, bueno. Por lo que respecta al porcentaje de fracaso durante el primer año, oiréis que se arrojan muchas cifras, pero no significan nada a no ser que… eh… a no ser que estudiemos de cerca los motivos en cada fracaso.
Retomó por fin el hilo y consiguió superar los noventa minutos de clase con algunos vestigios de su dignidad intactos. Cada vez que miraba de forma accidental hacia Jamie, le veía tecleando con diligencia en el ordenador, tomándose la clase en serio, por lo menos en apariencia. Aquello la ayudó a relajarse, pero la relajación desapareció en un segundo cuando terminó la clase y Jamie comenzó a bajar las escaleras en vez de subirlas.
Gracias a Dios no llevaba falda escocesa alguna a la que asomarse. Aquel día, llevaba unos vaqueros envejecidos y una camiseta con un Correcaminos descolorido en el pecho.
–¡Hola, señorita Olivia!
–No me llames así –le pidió.
Jamie arqueó las cejas.
–Señorita Bishop entonces. Creo que me gusta. Me entran ganas de traerte una manzana.
Olivia no pudo evitar el sonrojo que le cubrió las mejillas, así que se puso a remover los papeles que tenía encima de la mesa, dejando que la media melena cayera hacia delante.
–Estamos en un curso de verano, no es una clase estrictamente académica. Puedes llamarme Olivia.
–De acuerdo, Olivia.
Al igual que la última vez, hizo que su nombre sonara como algo sensual. Olivia se aclaró la garganta.
–¿Vienes a clase por la cervecería?
–Sí, estoy intentando actualizarme un poco.
–¿Y qué te ha parecido la primera clase? ¿Te ha parecido útil?
–Ha sido genial, de verdad. Me preocupaba que fuera una pérdida de tiempo. Que terminara siendo demasiado teórica para lo que yo necesito. Eres… increíble.
Aquello la hizo alzar la cabeza.
–¿Sí?
–Sí. Llevas las riendas de la clase, pero lo haces de una forma muy sutil. Aportas mucha información, pero no eres rígida.
–Gracias.
–Y –se inclinó hacia ella–, eres, con mucho, la profesora más guapa que he tenido.
Olivia dejó caer los papeles, se enderezó en la silla y retrocedió.
–Señor Donovan.
–¿Sí?
–Eso no es apropiado.
–Lo sé –su sonrisa se convirtió en un provocativo gesto.
Olivia fingió no sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo. Aquella sonrisa no tenía nada que ver con ella. Seguro que ya la había utilizado diez veces aquel día. Era una herramienta, aunque Oliva no estaba del todo segura de qué pretendía arreglar con ella.
–Coquetear en este contexto es de lo más inapropiado.
–¿De lo más inapropiado? Vamos, Olivia. Si apenas eres mi profesora. Ni siquiera tienes que ponerme una nota, así que eso de «lo más inapropiado» me parece una exageración. Pero si te gusta ocupar una posición de poder…
Olivia soltó un grito ahogado y alzó la barbilla.
–Sal conmigo –le pidió Jamie.
–¿Qué? ¡No! ¿Es que no has oído lo que he dicho?
–¿Y has oído tú lo que he dicho yo? Dame una buena razón por la que no podamos tener una cita.
–Eres… –señaló el cuerpo de Jamie con un gesto–. Creo que ni siquiera sería legal. ¿Cuántos años tienes?
–Veintinueve. ¿Y tú? ¿Treinta y uno?
–Treinta y cinco –contestó.
Estuvo a punto de romperse los dientes por la fuerza con la que los apretó cuando Jamie soltó un silbido. de admiración
–Treinta y cinco, ¿eh? Podría traer una nota de mi padre, pero mi padre murió hace mucho tiempo. Creo que no le parecería mal que saliera contigo.
Olivia oyó un suave gemido y se dio cuenta de que procedía de su propia garganta.
–No, gracias. Pero te agradezco el ofrecimiento. Ahora, si no te importa, tengo que cambiar de clase.
Era una mentira pura y dura, pero los momentos desesperados exigían medidas desesperadas.
Jamie se encogió de hombros con aquel cuerpo maravilloso, suelto y relajado.
–Si cambias de opinión, dímelo. Ya sabes dónde me siento.
Lo había hecho a propósito. Reconoció el brillo travieso de sus ojos antes de que se volviera para subir las escaleras.
Olivia se había creído a salvo de la tentación de comérselo con los ojos porque no llevaba la falda escocesa, pero su trasero quedó justo al nivel de sus ojos mientras subía las escaleras. Era un trasero de primera. Redondo, tenso y adorable.
Si ella fuera un poco más joven, o un poco menos prudente… Pero no lo era.
Ella solo era Olivia Bishop y estaba aprendiendo a ser feliz siendo tal y como era. No necesitaba ser otra persona. Y Olivia Bishop jamás se acostaría con un alumno. Aunque la hubiera dejado con el cuerpo temblando de excitación.
–Jamás en mi vida –musitó mientras la puerta de la clase se cerraba tras él.
3
Olivia pasó el resto del día cumpliendo con sus obligaciones, tal y como esperaba de sí misma. Limpió su diminuto despacho y archivó los documentos y las notas del semestre de primavera. Llamó al dentista para cambiar una cita que coincidía con una de las clases de la universidad de verano. Después, cruzó el campus para dirigirse a la biblioteca, cargada de libros y trabajos encuadernados. Hacía un día precioso, así que aquella era la única obligación que no le importó. Estaba sonriendo cuando dejó los libros y, después, en vez de dirigirse a la sección de ensayo, revisó la estantería de los últimos superventas y estuvo hojeando libros de ficción. Con el club de lectura, o sin él, le apetecía leer algo más ligero.
Pero aquella pequeña burbuja de relajación fue interrumpida por el tintineo que anunció la llegada de un mensaje de texto.
Hola, cariño. ¿Vas a ir la fiesta de despedida de Rashid esta noche?
¿Cariño? Solo su exmarido podía tener tanto descaro. La