Abelardo Oquendo: la crítica literaria como creación. Группа авторов

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y, por eso mismo, de darse forma. La intuición es exacta y muestra hasta qué punto la literatura no solo representa realidades y experiencias, sino que las constituye.

      Luis Loayza, el más íntimo y afín de los amigos de Abelardo, escribió lo siguiente a propósito de Las moradas, que Emilio Adolfo Westphalen dirigió en Lima entre 1947 y 1949: «Algunas revistas literarias tienen un carácter definido y son algo más que la suma de sus artículos. Se parecen a una obra de arte hecha de sutiles relaciones y equilibrios, a un libro con unidad propia y no al encuentro ocasional de páginas mejores o peores». Eso se puede decir también de Hueso húmero, la revista que fundaron y codirigieron Abelardo y Mirko Lauer, con quien también emprendió otra obra de gran valor para la cultura peruana: la editorial Mosca Azul. Con setenta números y cuatro décadas de existencia, Hueso húmero es mucho más que un ejemplo de persistencia y dedicación. Para formarse una idea de lo que ocurría y ocurre en el campo cultural —y no solo literario— del Perú, su consulta es imprescindible, como también la aventura editorial de Mosca Azul permite reconstruir buena parte de los debates y cuestiones que ocupaban a la intelectualidad progresista del país en las décadas finales del siglo XX. Construir puentes y crear canales fueron las manifestaciones de una labor sin la cual el campo cultural contemporáneo del Perú sería hoy mucho menos fértil y productivo. Como Sebastián Salazar Bondy, que aparecía con frecuencia en muchas de nuestras conversaciones, Abelardo Oquendo estaba empeñado, de un modo generoso y creativo, en la tarea de abrir espacios para la creación y la reflexión.

      La última vez que conversamos Abelardo y yo fue en la terraza de un café miraflorino. Hablamos varias horas: de poesía, música y amigos ausentes, entre otras cosas. La enfermedad lo había demacrado, pero no había conseguido disminuir su calidez y su agudeza. Tampoco le había quitado la gracia para contar anécdotas que nunca envejecían ni las ganas de saber qué cosas de interés estaban sucediendo. Como siempre, el tiempo pasó demasiado rápido. Dos semanas después, supe que había partido una de las personas a las que más debo y más admiro. A la tristeza por la pérdida la acompañó una sensación viva e intensa, la de haber sido, sin que una condición anulara la otra, su alumno y su amigo.

      Crítica literaria

      (literatura peruana)

      El avaro de Luis Loayza

      Los nueve textos que componen este cuaderno, al que uno de ellos presta su nombre, conforman un mundo de delicados placeres solitarios, trasfigurado y mítico. Extraños habitantes de una ciudad inubicable y misteriosa que —en las últimas páginas abandonada y se destruye— lo pueblan. En su conjunto, estos textos demuestran una aguzada sensibilidad, reprimida por una censura siempre alerta. Una voluntad exigente poda todo lo que atenta contra la impecable belleza que se procura alcanzar. Desechada así la espontaneidad, ajeno, lúcido, Loayza está sobre lo que escribe, dominándolo, proclive en veces a una frialdad que podría ser peligrosa pero a la que atemperan el tono levemente confidencial de los escritos en primera persona (la mayoría), y un clima de múltiples sugerencias poéticas.

      Un refinado escepticismo sustenta las soluciones negativas con que en El avaro parece afrontarse la realidad: se prefiere el deseo a su satisfacción; a la elección, la dilatada voluptuosidad de las posibilidades; al vano mundo externo se le confiere un valor derivado de los estímulos que ofrece a las vivencias interiores o a escogidos regalos sensoriales. Este desdén o temor por lo que habitualmente conforma la vida parece, a lo largo del cuaderno, negar toda acción fuera de la órbita cerrada de uno mismo. Cuando ella puede tener un significado decisivo, se le funda en el engaño y se le destruye, como en «El héroe», deliciosa historia, la única humorística del conjunto y, también, única construida sobre un tema mítico identificable. Y cuando, en las páginas de clara unidad que se disponen al final, el evasivo relator toma la voz de su ciudad y narra sus sucesos, está obligado por un poderoso motivo: la catástrofe, contra la que nada se hace sino consultar los oráculos y elevar himnos al dios inexorable que la ha determinado.

      Pero es en el aspecto formal donde hay que buscar el verdadero valor de las páginas estrictas de El avaro. Bajo este aspecto Loayza puede sumarse ya a los nombres de quienes en la nueva generación poseen una indudable aptitud para escribir y trabajan para lograr su madurez y perfeccionamiento. Los valores más patentes de su lenguaje son: la concisión rigurosa, la adjetivación precisa, el ritmo mantenido y leve, la constante y afortunada discriminación de las palabras, su disposición en una sintaxis personal y segura. El empleo de la puntuación adquiere, en ocasiones, valores semánticos que están más allá de su función habitual. También son notables: una cuidadosa asimilación de las influencias y, sobre todo, el buen gusto implacable y minucioso a que parece someterlo todo este joven autor.

      El avaro señala la aparición de un nuevo prosista en nuestras letras. Con sus breves composiciones, Loayza ha demostrado una depurada sensibilidad, un firme sentido estético y un temprano dominio de la lengua. Estas cualidades que ahora saludamos en él le crean un grave compromiso. Porque si la literatura está en el sabio manejo de las palabras, también está más allá de ellas: en la verdad, el fervor y la vida que dan sentido a su belleza, que la sustentan y humanizan.

      El Comercio, Lima, 8 de enero de 1956,

      Suplemento El Dominical.

      2 Luis Loayza: El avaro, Talleres Gráficos de P.L. Villanueva. Lima, 1955. Edición numerada.

      Belli, una poesía desgarrada

      Carlos Germán Belli acaba de publicar una edición aumentada de su libro ¡Oh Hada Cibernética! Aunque se trata de una reedición, siempre extraña que un conjunto de poemas como este aparezca: más aún, que una visión tan negativa de la vida como la que sus versos encierran insista en contradecirse mostrando esa esperanza, esa fe que todo libro que se entrega al público implica. Como no es nada frecuente encontrar una poesía que, como la de ¡Oh Hada Cibernética!, nazca de una sensación de fracaso más total, de un sentimiento tan verdadero y tan hondo de la injusticia, de la humillación de vivir, privado de todo, incluso del azar, en un mundo regido por fuerzas implacables, uno se pregunta de dónde quien vive una disolución y una negrura semejantes extrae la ilusión necesaria para editar los poemas que sorprendentemente escribe. Y esto, el hecho de tener un libro así en las manos, es lo que nos conduce a una de las más profundas sensaciones poéticas que esta obra transmite: la que proviene de algo similar a ese procedimiento estilístico que se conoce con el nombre de «ruptura del sistema», aunque aquí la ruptura no se presenta en uno o varios versos sino comprende al libro mismo, ya que se da entre su contenido y su existencia.

      La intuición que esa ruptura despierta lleva al corazón de la poesía, a su centro. Inmerso en un mundo que le niega todo o en el que todo se le niega, el autor de ¡Oh Hada Cibernética! hace una afirmación solitaria: la poesía. Si la experiencia de la vida que el libro traduce es atroz, su traducción ha sido hecha con un tenaz y desamparado amor por las reglas del arte. En esa afirmación y este amor el poeta encuentra la fuerza indispensable para durar mientras reniega de su ser. La poesía aparece, así como una especie de salvación, la única para quien ve cerrados todos los caminos y no aspira a otra cosa que a dejar este linaje humano que con dolor aborrece, para quien descree en todo hasta el punto de inventarse una divinidad que, además de un acierto poético excelente, es un terrible sarcasmo: el Hada Cibernética.

      No

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