Abelardo Oquendo: la crítica literaria como creación. Группа авторов

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del amor

      Aunque es el eje, el mito de la Arcadia Colonial es solo un punto de partida en torno al cual se tejen interpretaciones de diversos aspectos de Lima. Hubiera sido conveniente un capítulo donde todo lo referente a la Arcadia apareciese más explícito y nítido, pero no puede olvidarse que se trata de una obra por su propio carácter hecha para ser corregida y aumentada tal vez si muchas veces, de una obra de amor que, como el verdadero, está llamada a profundizarse y perfeccionarse con el tiempo. Porque es el amor, sin duda, y no solo la inteligencia, lo que ha dado lugar a los muchos aciertos de este libro, a que muchos aspectos de Lima se nos presenten en él desde nuevas y luminosas perspectivas. Un ejemplo, la interpretación de Eguren, bastaría para justificar todo este ensayo, extraordinariamente exacto, por lo demás, en la definición de las notas distintivas de Lima a lo largo de las páginas escritas con una prosa de rigor sostenido hasta ser casi siempre excelente.

      Habrá quienes se extrañen de que pueda hablarse de amor en un libro como este, tan lleno de negaciones, no ajeno a la amargura ni a veces a la rabia. Concluye con un voto en contra, inclusive, pero la negación, la rabia, la amargura se dirigen o brotan de la fealdad moral (Lima es horrible para SSB en ese sentido) que ha prevalecido disfrazada e indirectamente alabada en esta ciudad «que tantas veces rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz de presidir con justicia».

      Más allá de las palabras

      En principio está mal destruir, pero no solo está bien, sino que es indispensable hacerlo cuando se trata de levantar una fábrica noble en el emplazamiento de un palacio de cartón. Y es eso lo que Lima la horrible pretende: mirar cara a cara la realidad, separar lo útil y lo fecundo de lo que no es sino lastre, y asentar en un predio más puro nuestro ser colectivo.

      Hasta ayer tambaleante entre dos culturas, la aprendida y la autóctona, Lima (el Perú, América) empieza a descubrir su originalidad, es decir, a asumir su condición real, y a entrever y forjar su destino. En nuestros pueblos, que han mestizado la sangre y la cultura europeas, surge un nuevo humanismo del fragor de la lucha por triunfar sobre un pasado y crearse un provenir. América, la nuestra, sabe hoy que tanto sus fuentes como sus modelos extranjeros no son otra cosa que expresiones de lo humano, patrimonio universal del hombre, y empieza a realizar sus síntesis con lucidez y con verdad. Para ello son necesarios exámenes de conciencia como Lima la horrible, se requiere autenticidad, audacia y valor en la búsqueda de las raíces más sanas y seguras. Son esa autenticidad, esa audacia, ese valor los que terminan imponiéndose en este libro de SSB sobre cualquier imprecisión, sobre cualquier defecto. Es así como más allá de sus palabras y sus tesis, su cualidad más sólida y permanente reside en su actitud.

      Los viejos mitos, los antiguos temores pierden vigencia. Hay un espíritu distinto que se revela ya formado y dando frutos maduros en las generaciones jóvenes, en sus denuncias. Lima empieza, por esto, a ser menos horrible.

      Expreso, Lima, 29 de marzo, 1964.

      3 Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible. México: Ediciones Era S.A., 1964.

      La Lima de Luis Loayza:

      algo parecido a la nada

      Casi fuera de la novela hasta hace poco, Lima ha comenzado a servir de ambiente a buena parte de la narración actual del Perú, a preocupar a las nuevas promociones de escritores que han nacido o viven aquí. Desde la pluma madura de Sebastián Salazar hasta las más recientes, un afán de verdad se abre paso entre la farragosa vana o falsa o miope literatura que ha venido tratando de inventar o disfrazar a la capital, y ofrece de ella una imagen cruda, casi siempre parcial y dolorosa pero, en todo caso, más auténtica y aproximada a la realidad que esa otra con que por tanto tiempo se nos quiso entretener, adormecer o halagar.

      Sin cielo y sin infierno

      Es así como, a través de los cuentos en los que Salazar Bondy pinta ciertos sectores de la clase media; a través de los personajes introvertidos, de las historias de frustración y de miseria de Julio Ramón Ribeyro; de las criaturas vigorosas y atroces que Enrique Congrains ubica en los barrios marginales y en las capas más bajas de nuestra sociedad; de los juegos prohibidos de «los inocentes» muchachos de Oswaldo Reynoso; de la juventud violenta que organiza su vida al margen de las normas vacías que los adultos le señalan, de los jóvenes héroes que Mario Vargas Llosa retrata enfrentando a la impostura con la impostura, es así como, a través de todas estas versiones últimas, la engañosa y añorada Lima de antaño se borra y da paso a otra ciudad: la nuestra; la descompuesta y ardua que nos ha tocado vivir. De una u otra manera, si no el propósito redentor, la denuncia o la crítica alientan en el espíritu de los narradores limeños de hoy en vez de la «lisura» o el «criollismo» de ayer.

      El más limeño

      Porque la novela de Loayza y sus personajes circulan alrededor de la nada; carecen de drama y de emoción, existen, pero no parecen vivir. Apenas si Juan, el más honesto y abúlico de todos, adopta en un momento una actitud que da idea de integridad decidida, eso ocurre como el fulgor postrero de la piel que ya lo abandona: el incidente del periódico, la reunión final en casa de Arriaga, no harán de él un rebelde; cuando más, un disconforme pasivo y solitario.

      Quizás puede decirse que Loayza resulta el más limeño de todos los narradores actuales de Lima en cuanto Lima ha sido vista siempre como una ciudad sin drama y sin novela. La novela, el drama, son descubiertos ahora por quienes miran con ojos de ver la realidad existente más allá de las altas clases y de los sectores intermedios hasta los cuales se expande el círculo tibio de la holgura. Loayza tiene también ojos de ver pero se niega las vetas ricas en miseria, cargadas de densa humanidad que sus colegas explotan; los vuelve hacia lo vacuo y lo falso, a lo banal. La visión de Lima empieza a completarse con su intencionada pintura de una clase social intacta para nuestra narrativa.

      Muchachos de Miraflores

      Miraflores es el centro de acción de esta breve novela. Sus protagonistas pertenecen a esas familias «decentes», de moral más devota de las formas que interesada en los contenidos, afanadas en conservar su nivel, en tratar de asemejarse todo lo posible a los astros de una «sociedad» que les presta algunos reflejos de su brillo y su prestigio en trueque de una gentil servidumbre. Es esta realidad y sus consecuencias lo que interesa exponer a Loayza.

      Sin esplendor, girando en torno de él; sin poder propio, pero con buenas relaciones; sin dejar de ser víctima, usufructuario de un sistema social que, en el fondo, no deja de humillarlo, ese grupo tiene una condición ambigua, una existencia anfibia que impide a los protagonistas de Una piel de serpiente asumir una real rebeldía o ser cabalmente reaccionarios. A lo sumo pueden ser —es lo frecuente— conformistas, si se quiere, indiferentes, que es igual, aunque con más egoísmo. De este grupo, Loayza elige a los jóvenes, a los que todavía no tienen su piel definitiva. Salvo el señor Arriaga —espejo del presumible futuro o la ambición de todos ellos— sus personajes están en la edad en que deben forjarse una actitud, definirse. Ninguno de ellos lo hace, ninguno piensa con seriedad hacerlo. Para subrayar esta situación, Loayza los sitúa en un periodo

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