No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa Mcclone
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–¿Qué iba a pensar la gente? Me fui a vivir solo a Hood Hamlet y no llevo alianza. Nadie me preguntó si estaba casado y no encontré ninguna razón para decírselo.
–¿Y si hubieran preguntado? ¿Se lo habrías dicho?
–Sí, supongo que les habría dicho la verdad.
–No me extraña que la gente esté hablando de nosotros.
–Algunos de mis amigos estuvieron conmigo mientras estuviste en la UCI y me hicieron algunas preguntas, claro.
–¿Qué saben tus amigos de nuestra situación?
–No mucho.
–Cullen…
Notó que parecía más enfadada que herida, pero no sabía si eso era mejor o peor.
–Saben que llevamos casi un año separados, pero que ahora estamos juntos.
Ella lo miró alarmada.
–¿Juntos?
–Sí, hasta que te recuperes –le aclaró.
–Bueno, espero que no tarde mucho en hacerlo para que puedas seguir con tu nueva vida en Hood Hamlet y yo pueda volver al monte Baker.
Cullen suspiró al ver que al menos estaban de acuerdo en algo.
–Yo también espero que te recuperes pronto, pero no conviene adelantar acontecimientos, tienes que ir poco a poco, día a día hasta verte con fuerzas.
Y sabía que entonces los dos podrían seguir adelante con sus vidas y por separado.
Estaba deseando que llegara ese día.
Sarah estaba deseando llegar a Hood Hamlet. El viaje en coche había sido incómodo y doloroso para sus heridas y también para su corazón. No podía cambiar lo que había sucedido con Cullen. Solo podía aprender de sus errores y seguir adelante con su vida. Sabía que eso era lo que tenía que hacer. De hecho, ya debería haberlo hecho.
Se fijó en el paisaje. La carretera subía sinuosa hacia el monte Hood, era una vista preciosa. El verde oscuro de los pinos contrastaba con el cielo azul. Era impresionante, pero no podía quitarse la imagen de Cullen de la cabeza.
Se había afeitado antes de salir, pero seguía siendo muy atractivo sin esa incipiente y sexy barba de tres días. Lo miró de reojo. Se conocía ese perfil de memoria. Unas espesas y oscuras pestañas rodeaban sus cálidos ojos azules y tenía unos maravillosos y gruesos labios. Recordaba perfectamente sus besos, pero todo eso formaba parte del pasado.
Sonaba una balada en la radio. La letra hablaba de la angustia y de la soledad, dos cosas de las que sabía mucho, pero estaba convencida de que Cullen y ella estaban mejor separados. Él había encontrado un lugar en el que era feliz y lo envidiaba. Creía que ella nunca iba a encontrar su verdadero hogar, se había pasado toda su vida buscando ese refugio.
Después de pasar la infancia yendo de la casa de su madre a la de su padre, como si fuera un perro apestoso que nadie quería, no necesitaba demasiado. Nada grande ni lujoso, solo un lugar que pudiera ser su hogar, un sitio donde se sintiera amada.
Había creído encontrarlo con Cullen, pero se había equivocado. Después de unos meses de matrimonio se había dado cuenta de que las cosas no iban bien y había decidido tomar las riendas y salir de esa situación antes de que volvieran a abandonarla.
Cullen le tocó el antebrazo.
–Sarah, estamos entrando en Hood Hamlet –le dijo Cullen.
Se sobresaltó al oír de repente su voz. Miró por la ventana. Estaban en una calle bastante ancha. Había muchos árboles en la parte izquierda de la carretera y vio unos cuantos tejados un poco más lejos. No creía en la magia, pero estaba deseando ver cómo era ese pueblo.
Tomaron una curva y se quedó con la boca abierta cuando vio por fin Hood Hamlet. Era una maravilla, parecía una postal de Navidad. Casi podía imaginar que estaba en los Alpes suizos.
–Bienvenida a Hood Hamlet –le dijo Cullen.
No le extrañó que quisiera vivir allí. Vio una posada alpina que parecía sacada de un cuento. Había macetas con flores colgadas de todas las ventanas.
–Es muy pintoresco. Precioso…
Se fueron acercando a la parte más concurrida de la calle y disminuyó la velocidad.
–Esta es la calle principal.
Vio una hilera de tiendas y restaurantes y mucha gente entrando y saliendo. Una mujer con tres niños saludó a Cullen y él le devolvió el gesto con una sonrisa.
–Es Hannah Willingham con sus hijos, Kendall, Austin y Tyler. Su esposo, Garrett, es contable y el tesorero del equipo de rescate local.
–Tenías razón. Hood Hamlet es un pueblo con encanto –reconoció ella.
–Si te gusta ahora, deberías ver este sitio en Navidad.
No le costó imaginarlo, parecía el entorno perfecto con sus montañas nevadas y los pinos. Le encantaría poder verlo en persona, pero sabía que no iba a ocurrir.
–Debe de ser maravilloso.
–Sí –le dijo Cullen con un nuevo brillo en sus ojos–. Lo iluminan todo el día de Acción de Gracias, empezando por el árbol de la plaza y viene a verlo todo el mundo. Ponen coronas y guirnaldas en la calle principal y decoran las farolas como si fueran bastones de caramelo.
Le pareció que sonaba muy especial. Sus navidades nunca habían sido así.
–¿También hacen algo especial en Pascua?
–Sí, los niños salen con sus cestas para buscar huevos de chocolate escondidos por todas partes. Es incluso mejor que las fiestas que organizan mi madre y mis hermanas.
Le pareció increíble. La casa de sus padres parecía salida de una revista de decoración. Era agotador ver todo lo que hacían para preparar las casas de acuerdo a cada fiesta del año. Con los Gray se había dado cuenta de lo distinta que habían su infancia y su vida.
Sus padres no hacían nada especial en Navidad ni en Pascua. Las comidas se hacían delante del televisor o en el coche. No estaba acostumbrada a otro tipo de vida y no se veía capaz de ser tan buena anfitriona como la madre de Cullen. No creía que hubiera sido capaz de cumplir las expectativas de Cullen ni las de su familia.
–Tienen muchas tradiciones –continuó Cullen–. En Navidad, todo el mundo viene a la plaza principal para que los niños y los animales domésticos se hagan una foto con Santa Claus.
–¿Tienes tú alguna mascota?
–No, pero si no tuviera que pasar tanto tiempo fuera, me gustaría tener una.
–Pensé que no te gustaban