No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa Mcclone

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No te alejes de mí - Innegable atracción - Melissa Mcclone Omnibus Jazmin

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eso no podía creer Cullen le acabara de prometer que iba a quedarse a su lado. Sabía que al final se iría de nuevo, dejándola sola con los recuerdos y una alianza de oro.

      Y saber que iba a ocurrir le producía un dolor mucho más profundo y desgarrador que cualquier dolor físico que pudiera sentir en su cuerpo.

      Una parte de ella deseaba que Cullen permaneciera a su lado. Había soñado con que su boda hubiera sido algo más que unas palabras que intercambiaron frente a un tipo vestido como Elvis Presley. Una parte de ella deseaba que hubiera habido amor verdadero entre ellos. Pero se había dado cuenta de que era mejor no soñar con imposibles. Nada duraba y nadie se quedaba a su lado, aunque prometieran hacerlo.

      Capítulo 2

      CULLEN había perdido la noción del tiempo sentado al lado de Sarah en el hospital.

      Sus amigos de Hood Hamlet habían estado pendientes de él en todo momento, con llamadas y mensajes. Su familia se había ofrecido a ir, pero él les había dicho que no era necesario. Creía que no necesitaban más dolor en sus vidas.

      Esa pequeña habitación se había convertido en su mundo. Solo salía para bajar a la cafetería y para pasar unas horas cada noche en un hotel cercano. Su mundo giraba en torno a esa mujer.

      Todo era muy raro. Seguía casado con Sarah, pero había dejado de ser su esposa hacía ya casi un año. En Hood Hamlet, no le había hablado de ella a nadie, al menos hasta el accidente.

      Se levantó de la silla. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan inquieto.

      No sabía por qué. Sarah ya no estaba tan grave. Los antibióticos habían logrado curar una infección inesperada y ya no tenía fiebre. Le habían retirado la sonda nasogástrica de la nariz y los cortes que tenía empezaban a cicatrizar, igual que las incisiones de las operaciones. Incluso la lesión que tenía en la cabeza había ido a menos.

      Le daba la impresión de que lo que había pasado era una señal de que debían hablar y aclarar las cosas. Quería poder cerrar ese capítulo en su vida.

      La mujer que yacía en la cama de ese hospital no se parecía en nada a la bella escaladora que había conocido en el Red Rock, un festival anual de escalada que se celebraba cerca de Las Vegas, donde se habían casado dos días después.

      Quería que esa Sarah herida reemplazara en su corazón, o en su cabeza, la imagen que tenía de ella. La de una joven con largo cabello castaño, ojos verdes, una sonrisa deslumbrante y una risa contagiosa. No había podido librarse tampoco del recuerdo de sus besos ardientes y las noches apasionadas que habían compartido. Al principio había sido muy excitante, pero no había tardado en arrepentirse. No tenía siquiera la excusa de haber estado borracho cuando se casaron en Las Vegas. Había estado de algún modo embriagado, pero de ella, no de alcohol.

      Había tratado de olvidarla, pero pensaba continuamente en ella. Creía que todo se solucionaría cuando por fin fuera oficial su divorcio.

      Vio que la mano izquierda de Sarah se había deslizado y volvió a colocársela con cuidado sobre el colchón. Su piel estaba fría. Tiró de la manta y la arropó, para que no se enfriara más.

      Sarah no se movió. Estaba inerte, durmiendo plácidamente. Nunca habría imaginado tener que usar palabras como esas para describirla. Sarah era apasionada, impulsiva y aventurera.

      El silencio en esa habitación fue lo que lo empujó a pasar a la acción. No bastaba con mirarla, no era bueno que durmiera tanto. Tenía que hacer algo.

      –Es hora de despertarse, Chica Volcán –le dijo.

      Se le hizo un nudo al usar su apodo. Le había gustado bromear a costa de su trabajo como vulcanóloga hasta que se dio cuenta de que amaba esas rocas fundidas más que a él.

      –Despierta –intentó de nuevo.

      Pero Sarah no se movió. No era de extrañar, estaba tomando calmantes muy fuertes.

      –He estado pensando mucho en ti –le dijo.

      Era difícil hablarle, no sabía qué decir. Se sentía muy resentido y decidió concentrarse en el principio de su relación, en la parte bonita.

      –¿Recuerdas esa primera noche en Las Vegas? Querías que nos hiciéramos una foto frente a las máquinas tragaperras y lo conseguimos, pero nos echaron del casino. Tus bonitos ojos verdes estaban llenos de picardía. Te gustaban mucho esas travesuras…

      Sarah había conseguido hechizarlo y transportarlo a una época de su vida llena de libertad y diversión, como cuando Blaine y él habían sido dos jóvenes impulsivos y temerarios.

      –Y entonces me besaste.

      Sarah había conseguido cambiar en un instante todos sus planes. A partir de ese momento, no había sido capaz de pensar con claridad. Y no le había importado. Había sido una aventura.

      –Fue la noche siguiente cuando pasamos junto a la capilla Felices Para Siempre. Me retaste riendo a que entráramos e hiciéramos por fin oficial nuestra relación.

      Sarah le había dicho que así él no iba a poder olvidarse de ella cuando regresara a Seattle y que tampoco podría dejarla plantada en el altar después de años de relación y muchos meses planeando su gran boda.

      Cullen le había prometido que nunca podría dejarla de esa manera.

      Y el cariño que había visto en los ojos de Sarah le impidió pensar con claridad. Por primera vez desde que su hermano Blaine se metiera en las drogas, Cullen se había sentido completo de nuevo, como si hubiera encontrado en ella la pieza que le faltaba desde la muerte de su hermano gemelo.

      –No podía dejar que te escaparas –le dijo entonces.

      Cullen había tomado su mano y había ido hacia la capilla. Olvidó por completo que se había prometido no volver a tomar decisiones arriesgadas. No sopesó las probabilidades ni consideró las consecuencias de casarse con una mujer a la que apenas conocía.

      No había querido dejarse llevar por el sentido cuando Sarah había hecho que se sintiera completo, cuando había pensado que nunca iba a volver a sentirse así.

      Media hora más tarde, salieron con alianzas a juego y un certificado de matrimonio.

      No había dejado de lamentarlo desde entonces.

      Durante las últimas navidades, había sido duro ver tan felices a los amigos con sus parejas. Se había sentido más solo que nunca.

      Pero seguía casado con esa mujer, por eso estaba allí. Eran marido y mujer hasta que un juez declarara lo contrario. Estaba deseando volver a ser libre y poner su vida en orden.

      De lo único que estaba seguro era que no iba a volver a casarse.

      Al menos tenía un amigo con el que compartir su situación. Paulson era un solterón empedernido.

      Pero hasta que el divorcio fuera definitivo, seguía atado a una mujer que no se cansaba nunca de hablar ni de hacerle preguntas, siempre empeñada en descubrir lo que sentía.

      «Después del divorcio, todo será mejor», se dijo una vez más.

      Se

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