Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller Omnibus Julia

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en actividades más… íntimas.

      —Tengo una amiga en Denver —los ojos de Stacie se iluminaron—. Ella y su novio hacen juegos de rol. Recuerdo que una vez él simuló ligársela en un bar. Ella hacía el papel de chica de pueblo que visita la ciudad por primera vez. Siempre pensé que podía ser un juego divertido.

      Josh nunca había sido un gran actor, pero no quería apagar el entusiasmo de Stacie. O permitir que volviera a pensar en planificar menús.

      La primera vez que habían hecho el amor, ella había estado insegura, titubeante en sus caricias. Hasta que él le había demostrado con acciones y reacciones que estaba abierto a cualquier cosa que deseara probar. Y por lo visto «cualquier cosa» incluía hacer teatro.

      —¿Qué tienes en mente? —preguntó, intentando inyectar entusiasmo a su voz.

      —Primero nos vestiremos…

      —¿Vestirnos?

      —Déjame hablar —alzó la sábana y se tapó el pecho. Parecía empeñada en que le prestara atención—. Cuando estemos vestidos, yo bajaré y empezaré a preparar el desayuno.

      El juego perdía atractivo por momentos. Pero el entusiasmo de Stacie crecía, así que forzó una expresión de interés y sonrió animoso.

      —Entonces, ¿qué?

      —Tú llamas a la puerta y simulamos que es nuestro primer encuentro —dijo ella—. Pero con una diferencia importante.

      Josh rezó por que la diferencia fuera muy grande, porque hasta ese momento el juego no tenía nada a su favor. Aparte, por supuesto, de que hacía sonreír a Stacie.

      —¿Te ha ocurrido alguna vez conocer a alguien que te impresionara hasta el punto de querer saltarte todas las convenciones sociales y saltar sobre él, es decir, sobre ella?

      Él lo pensó y recordó el momento en que vio a Stacie en el porche de Anna.

      —Sí, me ha ocurrido.

      —A mí también —afirmó ella.

      A Josh se le contrajo el estómago en un ataque de celos, tan inesperado como ridículo.

      —Cuando te vi a ti, me sentí así —musitó ella—. Estabas increíblemente atractivo.

      Era un cumplido agradable, pero Josh no había olvidado su crítica.

      —Te decepcionó que fuera un vaquero.

      —Pero seguiste pareciéndome sexy.

      —A ver si lo entiendo. Llamo a la puerta. Inicio mi ataque y…

      —Yo estoy dispuesta y deseosa —sonrió—. Pero no hay preservativos, así que los pantalones tienen que seguir en su sitio.

      —Me gusta este juego —aceptó él, empezando a ver sus posibilidades, a pesar de las restricciones.

      —¿Nos vemos abajo en veinte minutos? —Stacie enarcó una ceja.

      —Trato hecho —dijo él, sonriente de expectación.

      Capítulo 10

      A STACIE, ante la cocina de Josh, le costaba estarse quieta. Le parecía increíble haber sugerido el juego y haber conseguido que Josh lo aceptara.

      «Pide y te será dado», pensó. La frase bíblica del sermón del domingo anterior no era aplicable a situaciones como ésa, pero sin duda ser directa había funcionado.

      Se estremeció de excitación.

      Todo estaba listo. El café borboteaba en la reluciente cafetera, el beicon perfectamente hecho se escurría en toallas de papel y los huevos revueltos estaban casi a punto cuando se oyó un golpecito en la puerta de la cocina.

      Stacie bajó el fuego y fue hacia la puerta con el corazón acelerado. Le sudaban las palmas de las manos cuando abrió la puerta.

      —Buenos días, señora —Josh se quitó el sombrero—. Soy Josh Collins.

      —Stacie Summers —le ofreció la mano—. Encantada de conocerlo.

      —El placer es mío —sujetó su mano unos momentos y ella sintió un cosquilleo en el brazo.

      Stacie tomó aire y le indicó que entrase. En vez de sentarse a la mesa, como ella esperaba, Josh se acercó a ella.

      —¿Tiene hambre? —tartamudeó. La sangre le bullía en las venas por su proximidad.

      —Mucha —contestó él con una voz grave y sexy, que la hizo pensar en sábanas revueltas y cuerpos empapados de sudor.

      —Yo también —se humedeció los labios con la punta de la lengua—. Estoy muy hambrienta.

      Josh extendió los brazos hacia ella, pero Stacie se escabulló y fue hacia la cocina. No tenía por qué ser una escena sencilla o rápida. La noche anterior había descubierto que la mitad de la diversión residía en la anticipación.

      Acababa de apagar el fuego y servir los huevos en dos platos cuando sintió unos brazos rodear su cintura.

      —Huele bien aquí —susurró él contra su cuello.

      —Es el café —le contestó—. Lo he molido yo misma.

      —No es el café —restregó la nariz contra su cabello—. Hueles a flores de primavera.

      —Me gustan los hombres que saben decir piropos —se volvió hacia él.

      —A mí me gustaría comprobar si sabes tan bien como hueles —la mirada de Josh descendió a sus labios.

      —Yo…

      La boca de Josh se cerró sobre la suya antes de que pudiera responder. Sus labios iniciaron un delicioso asalto a sus sentidos y Stacie se olvidó de respirar. Para cuando él la soltó, le temblaban las rodillas y tuvo que apoyarse en la encimera.

      —Sí. Sabes tan bien como hueles —dijo él mirando su pecho.

      Stacie sintió que sus senos se tensaban contra el fino tejido de algodón, anhelando la caricia de sus labios.

      —Vaya —Stacie se abanicó con la mano—. Empieza a hacer calor aquí. ¿Te importa que me desabroche la blusa?

      —¿Necesitas ayuda? —sus ojos chispearon bajo la luz del fluorescente.

      —No hace falta —sintiéndose muy traviesa, desabrochó cada botón con exagerada lentitud. Finalmente, la blusa se abrió.

      —No llevas sujetador.

      —Tampoco llevo bragas —le contestó con una sonrisa maliciosa—. Pero, por supuesto, no voy a quitarme los pantalones.

      —Claro que no —la sonrisa de él se amplió.

      Dio

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