Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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Читать онлайн книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller страница 20
Stacie escrutó sus ojos. Aunque no se hubiera ido con el gigantón esa noche, eso no significaba que no fuera a hacerlo otro día.
Pero en la profundidad líquida de los ojos azules sólo encontró preocupación… por ella.
Una sensación de calidez ascendió por su espalda. Josh era un buen hombre. Cariñoso, listo y encima guapo. Imaginárselo en brazos de otra mujer le puso los nervios de punta.
—Stacie —la voz de Josh interrumpió sus pensamientos—. ¿Estás bien?
Ella parpadeó. Él se colocó a su lado, se agachó y puso una mano en su pierna. Frunció la frente con gesto de preocupación.
—Tienes una expresión rara. ¿Te duele más el pie?
Stacie miró el rostro que alguna mujer afortunada amaría algún día. El de un hombre al que a ella misma le resultaría fácil amar.
Una mujer inteligente dejaría que Josh se liara con Misty, la chica del rancho de vacaciones. Una mujer inteligente se daría cuenta de que eso podría implicar que se rompiera algún corazón cuando acabase el verano, pero al menos no sería el suyo. Una mujer inteligente nunca expresaría la escandalosa propuesta que rondaba sus labios.
Sin embargo, cuando Stacie abrió la boca, supo que se adentraba por un camino mucho más peligroso que el que había recorrido esa tarde.
—He oído lo que te sugería Wes.
Él la miró con sorpresa.
—Espero que sepas que…
—Yo tengo mi propia propuesta —habló rápidamente, antes de perder el coraje.
Él ladeó la cabeza.
—Si te apetece una aventura —le dijo—, tenla conmigo.
Capítulo 9
EN un rodeo, un toro lo había desmontado y Josh se había quedado sin aire en los pulmones. Se sentía igual que en ese momento. Se preguntó si Stacie había dicho realmente que estaba dispuesta a tener una aventura sin compromisos. Con él.
—¿Disculpa?
Las comisuras de los labios de Stacie se curvaron en una sonrisita sexy.
—Podríamos empezar ahora mismo.
Él bajó la mirada de sus labios a las suaves curvas visibles bajo la blusa rosa, mientras procesaba la petición. Se le secó la boca al imaginar cómo sería sentir sus senos bajo las palmas encallecidas por el trabajo, el sabor que tendrían bajo su lengua. Tuvo una erección instantánea.
Aunque su cuerpo había respondido con toda claridad, él nunca había pensado con esa parte de su anatomía y no pensaba empezar a hacerlo en ese momento.
Su mente lo urgió a decir que no. Abrió la boca, pero no pudo emitir el monosílabo.
—¿Josh? —un rastro de incertidumbre, que no cuadraba con la directa oferta que acababa de hacer, ensombreció el bello rostro de Stacie.
Él sabía que dudar era una locura. Pero para él, la intimidad nunca se había limitado a librarse de una comezón. Cuando le hacía el amor a una mujer, era porque ella le importaba.
Recorrió a Stacie con la mirada y comprendió que sí le importaba. Y si no aceptaba su oferta, muchos hombres se ofrecerían voluntarios para ocupar su lugar, incluido su amigo Wes Danker.
Josh lo vio todo rojo durante un segundo. Amigo o no, ningún otro hombre de Sweet River iba a tocar a Stacie. De repente tuvo claro cuál sería su respuesta, cuál tenía que ser.
Agarró su mano y miró sus preciosos ojos castaños.
—Vale —incluso mientras rezaba por no arrepentirse de su decisión, se le aceleró el pulso—. Tengamos una aventura.
Mientras Josh bajaba el estor de su dormitorio, un estremecimiento de excitación recorrió la espalda de Stacie y una mariposa revoloteó en su garganta. Con una sencilla frase su vida había pasado de ser lenta, y algo aburrida, a adquirir el frenesí de un tren a toda máquina.
Había hecho una sugerencia y él había aceptado. Y su mirada ardiente le garantizaba que ambos estarían desnudos en menos de quince minutos.
«Sólo es sexo», se dijo, «nada que no puedas manejar».
—¿Qué tal el tobillo? —preguntó Josh, mirándola con ojos oscuros y penetrantes.
—Bien —contestó ella. Era cierto siempre que no pasara mucho tiempo de pie o lo moviera. Por suerte, no tenía intención de seguir en posición vertical mucho más tiempo.
Él sonrió y se acercó más, con los ojos cargados de excitación. Ella se preguntó cuánto tardarían en llenarse de desilusión.
—Antes de que empecemos, tengo que hacerte una confesión —le dijo.
—Eso suena… interesante.
Stacie hizo girar un mechón de cabello entre los dedos. Al hacer su impulsiva oferta había olvidado un detalle muy importante.
—No soy buena amante.
A pesar de la expresión atónita de Josh, siguió.
—Soy aburrida en la cama. No tengo mucha experiencia. Y, bueno, me distraigo con facilidad.
—¿Con…?
Se acercó hasta estar ante ella. Stacie captó el aroma especiado de su colonia. Nunca se había dado cuenta de que el azul de sus ojos estaba salpicado de motitas doradas. Ni de que tenía las pestañas tan largas que…
—¿Con qué te distraes? —insistió él.
En ese momento la estaba distrayendo su proximidad, pero ésa no era la respuesta correcta. Stacie notó que el rubor le teñía el rostro. Sólo había pretendido alertarlo para que no esperase demasiado, no iniciar una larga explicación sobre sus carencias en el terreno sexual.
—Normalmente con comida —contestó, al ver que seguía mirándola expectante.
—¿Te gusta comer mientras haces el amor? —sonó más interesado que molesto.
—No, tonto. Planifico menús.
—¿Después?
—Durante —Stacie se ruborizó aún más.
—¿Quiénes eran esos tipos? —la miró boquiabierto.
A ella le sorprendió que quisiera oír nombres.
—Es obvio que no estaban haciendo su labor si podías planificar menús mientras te hacían el amor —continuó él.
Stacie pensó que «hacer el amor» era una expresión algo fuerte tratándose de una