Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller Omnibus Julia

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en lo que vas a pensar esta noche es en lo bien que estamos juntos.

      Soltó una risita al ver la expresión dubitativa de su rostro.

      —Supongo que tendré que convencerte —se quitó la camisa y la dejó caer al suelo.

      Stacie comprobó que tenía un cuerpo fantástico. Unos hombros anchos que disminuían hasta las caderas estrechas. Un pecho perfectamente esculpido y salpicado de vello oscuro.

      Los planos y músculos de su cuerpo estaban perfectamente equilibrados. No tenía un cuerpo tonificado por rutinas de gimnasio, sino endurecido por el trabajo físico.

      Era una pena que él no fuera a encontrarla igual de perfecta. Sus senos de tamaño medio no eran material de página central de revista y, aunque tenía el vientre plano, los músculos perfilados brillaban por su ausencia. Con dedos temblorosos, empezó a desabrocharse la blusa, esperando no decepcionarlo mucho.

      Antes de que acabara con el segundo botón, él cerró la mano sobre la suya.

      —No hay prisa —dijo con una voz sexy y grave, que hizo que la sangre de ella se le espesara en las venas—. Rápido está bien, pero lento es aún mejor.

      Tenía los dedos ásperos y Stacie se preguntó cómo sería sentir esas manos callosas sobre sus senos.

      Ése fue su último pensamiento coherente. Él se sentó a su lado y la besó. Acarició su piel con la boca, depositando suaves besos en sus labios, su mandíbula y cuello abajo, manteniendo las manos sobre sus hombros.

      Mordisqueó el lóbulo de su oreja y luego volvió a sus labios. Ella los entreabrió y, cuando él no profundizó en el beso, deslizó la lengua en su boca.

      Él cuerpo de él se estremeció y ella tardó un segundo en descubrir la razón. Hasta que comprendió que se estaba riendo.

      —¿Qué te hace tanta gracia? —se apartó bruscamente.

      —Para ser dos personas que quieren ir despacio, parecemos empeñados en movernos rápido.

      —Tú no —el tono quejoso de Stacie reflejó su frustración—. Tú podrías tomarte toda la noche.

      Josh no pareció ofenderse. De hecho, sus labios se curvaron en una sonrisa y sus ojos se llenaron de satisfacción.

      —Parece que estoy haciendo mi labor.

      —¿Qué quieres decir?

      —Dime, con sinceridad, ¿has pensado en recetas mientras nos besábamos?

      —No —le espetó Stacie—. He estado demasiado ocupada intentando que metieras la lengua en mi boca y sentir tus manos en mis pechos.

      —Me gusta una mujer que pide lo que quiere —sus ojos llamearon. La tumbó sobre la cama y empezó a desabrocharle la blusa mientras besaba sus labios de nuevo—. Y me gustas tú.

      Habló despacio, con la misma calma con la que la acariciaba. Aunque el cuerpo de Stacie clamaba por el contacto de piel contra piel, saber que él no se apresuraría ni la dejaría atrás la reconfortó.

      Josh había prometido que le haría disfrutar y, aunque no hacía mucho que lo conocía, estaba segura de que era un hombre de palabra.

      Cuando por fin cerró una mano sobre su pecho y deslizó la lengua en su boca, un desconocido cosquilleo puso fin a todo pensamiento analítico. Y cuando su ropa se unió a la de él en el suelo, el deseo se transformó en necesidad.

      Durante el resto de la noche su mundo fue Josh, y lo único importante él y ella… uniéndose en uno.

      Josh se puso de costado, el sol matutino lo había despertado. La mayoría de los días estaba fuera antes del amanecer, pero ése en concreto las tareas podían esperar. Saciado y satisfecho, se estiró, sin ganas de dejar atrás el sueño que había sido la noche anterior.

      La noche había sido increíble. Habían dejado de lado el pensamiento racional y las inhibiciones y no habían mirado atrás.

      Al percibir que Stacie se movía, Josh abrió los ojos. Lo sorprendió ver a su amante apoyada en un codo, observándolo, con el cabello oscuro enmarcando su rostro y expresión demasiado seria. Considerando lo tarde que se habían dormido, parecía muy despierta.

      —¿Te arrepientes de algo? —preguntó ella, antes de que pudiera darle los buenos días.

      —Hay muchas cosas de las que me arrepiento —Josh se apoyó en los codos—. ¿Tienes algo específico en mente?

      —Esto —contestó ella—. Tú. Yo. Juntos. Desnudos.

      Tras el entusiasmo que había demostrado él la noche anterior, no entendía la pregunta. Pero la seriedad de su rostro indicaba que la respuesta era importante para ella.

      —No —afirmó con sinceridad—. No me arrepiento absolutamente de nada.

      —Interesante —se incorporó con brusquedad, sin preocuparse de la sábana que cayó hasta su cintura—. Yo siento lo mismo.

      Josh se dijo que estaban hablando y debería estar mirando su rostro. Por desgracia sus ojos parecían tener otra opinión y recorrían sus deliciosas curvas. Había explorado cada centímetro de su cuerpo, pero verla a la luz del día lo sobrecogió.

      Como si pudiera leerle el pensamiento, ella sonrió levemente, se inclinó hacia delante y rozó su boca con los labios.

      —Eres el vaquero más sexy que he conocido. Aparte de ser un amante fantástico.

      Josh se había empeñado en conseguir que disfrutara tanto como él. Por lo visto, lo había conseguido. Henchido de orgullo, le guiñó un ojo.

      —Te prometí hacerte olvidar esas recetas.

      Stacie se rió y sus mejillas se tiñeron de rubor.

      —Lo conseguiste.

      —Fue fácil —deslizó un dedo por su sedosa mejilla—. Tú hiciste que fuera fácil.

      Apretó los labios antes de decirle que había sido fácil por cómo le hacía sentirse. Pero sus sentimientos eran problema suyo, no de ella.

       Ella se movió de nuevo, enredó los dedos de una mano en su cabello y le besó las comisuras de los labios. Él inhaló su embriagador olor a jazmín.

      —¿Estás seguro de que no tienes más?

      —¿Más?

      —Preservativos.

      El cuerpo de Josh, que estaba más que listo para ponerse en marcha, se desinfló al recordar que la noche anterior habían utilizado el puñado que había encontrado en un cajón.

      —No quedan.

      —Ojalá hubiera seguido tomando la píldora —Stacie suspiró—. Pero no era necesaria y…

      —Hay otras maneras de divertirse —dijo Josh—, que no conllevan riesgo de embarazo.

      —¿Como

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