Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller страница 16
—Claro —dijo él. Sonrió—. Créeme, cuando lleguemos vas a decir: «Josh Collins, eres muy listo. Esto es justo lo que necesitaba».
—Supongo que también esperarás que te dé un beso.
Ella no supo quién se había sorprendido más por las palabras, pero la lenta sonrisa que se extendió por el rostro de Josh no le dejó duda de que le gustaba la idea.
Él bajó la vista a sus labios y Stacie sintió un cosquilleo inmediato.
—Que me beses o no —murmuró él—, lo dejo a tu libre albedrío.
Capítulo 7
TRAS dejar la cesta de la comida en casa de Anna y ponerse unos vaqueros, por insistencia de Josh, Stacie volvió a subir al todoterreno.
Una cierta excitación paliaba su melancolía. Pero no sonrió hasta que bajó la ventanilla y el aire fresco y limpio le acarició el rostro. Fue una gran ayuda que Josh mantuviera la conversación viva e intrascendente. El tiempo pasó rápido hasta que llegaron al cartel que anunciaba su llegada al rancho Doble C.
Entraron en el largo camino que llevaba a la casa y Bert salió de entre los árboles como una exhalación. Corrió junto al vehículo, ladrando y agitando el rabo, hasta que llegaron.
En cuanto el coche se detuvo, Stacie bajó y dio un gran abrazo a Bert, que lamió su mejilla. Josh le explicó que pretendía que fueran al misterioso lugar a caballo y estuvo a punto de negarse. Pero brillaba el sol, hacía un día perfecto y, además, Josh le ofreció una yegua tan mansa que un niño de tres años podría haberla montado. Aceptó.
Brownie tenía una sola velocidad: lenta y pausada. A Stacie le gustaba más a cada paso que daba.
El caballo de Josh, un semental negro llamado Ace, era muy brioso, pero Josh lo controlaba bien. Cuando se pusieron en marcha, Bert y varios perritos corrieron tras ellos.
Estaban a más de diez minutos de la casa cuando dos de los perritos se marcharon en otra dirección. Stacie se preocupó al ver que desaparecían de la vista.
—¿Deberíamos ir tras ellos? —preguntó.
—No hace falta —dijo Josh—. Los pastores australianos son inteligentes, y los cachorros ya tienen edad para empezar a explorar. Encontrarán el camino de vuelta a casa.
—Si estás seguro… —Stacie lo miró dubitativa.
—Segurísimo —la tranquilizó él—. ¿Cómo te va con Brownie?
—Empiezo a sentirme como una auténtica vaquera —dijo Stacie. Pensó que no era mala cosa, siempre que fuera algo temporal. Le dio una palmadita en el cuello a Brownie—. Tienes razón. Es muy tranquila.
—Nunca te pondría en peligro —dijo él.
—Te lo agradezco —Stacie sintió una oleada de calor que no se debía en absoluto al sol.
—Parece que te encuentras algo mejor.
—Así es.
Tal vez fuera por el sol o el aire fresco o la compañía de Josh… Fuera por lo que fuera, el nubarrón negro que había sentido sobre su cabeza se había disipado.
—Pero me siento culpable por disfrutar del día.
—¿Por qué ibas a sentirte culpable?
—Amber no lleva muerta ni dos semanas. Pero en la última hora apenas he pensado en ella.
Josh asintió y ella captó su mirada compasiva. Cabalgaron en silencio durante unos minutos, hasta que él giró en la silla de montar para mirarla.
—Cuando tenía doce años, mi abuelo falleció. Pensé que mi vida se había acabado —su voz rezumaba tristeza—. A mi abuelo le encantaba el rancho. Él me enseñó a lanzar el lazo, a cabalgar y, sobre todo, a respetar la tierra.
—Debes de echarlo mucho de menos —dijo ella, comprendiendo que Josh no había perdido sólo a su abuelo, sino también a su mentor.
—Al principio, muchísimo —corroboró él—. Entonces, un día me di cuenta de que no había pensado en él durante una semana. Como tú, me sentí culpable. Hasta que mi padre me dijo algo.
—¿Qué fue?
—Que era imposible que olvidara a mi abuelo —esbozó una sonrisa—. Que era tan parte de mí como esta tierra. Cuando echo el lazo a una vaca o arreglo un trozo de cerca, pienso en él. Estará conmigo para siempre. Igual que tu amiga Amber. Lo que compartisteis siempre será parte de ti.
Stacie sintió una oleada de gratitud. De alguna manera, Josh había conseguido articular sus miedos y preocupaciones y reconfortarla sin hacer que se sintiera estúpida. Buscó las palabras adecuadas para expresar su gratitud sin ser empalagosa.
Josh malinterpretó su silencio y soltó una risita avergonzada.
—No suelo hablar tanto —se disculpó. Sin darle tiempo a disentir, dio un golpe con los talones y Ace subió la colina que había ante él.
Stacie esperó a que su yegua lo siguiera. Al ver que Brownie no se movía, Stacie golpeó suavemente sus costados con los talones. La yegua siguió quieta.
De repente, una serie de silbidos rasgaron el aire. Por el rabillo del ojo, Stacie vio a Bert salir disparada de entre los arbustos e ir directa a las patas traseras de Brownie. Segundos después, la gentil yegua marrón se ponía en marcha y subía la colina. Cada vez que bajaba el ritmo, Bert la animaba con unos ladridos.
Cuando Brownie estuvo junto a Ace, Bert volvió a desaparecer. Josh, aparentemente hechizado con la panorámica, ni siquiera la miró.
Stacie soltó las riendas y se estiró, disfrutando de la caricia del sol en el rostro. Había pasado los últimos diez años en Denver, rodeada de edificios altos y de gente. Y había adorado cada minuto.
Sin embargo, al respirar el aire puro y limpio y ver la hierba verde y dorada que se extendía como una colcha de parches hasta las distantes montañas, entendió que a Josh le gustase eso. Sintió una inmensa paz.
—Arrebatador —dijo.
—Sí que lo es —Josh miró el valle un momento más antes de volverse hacia Stacie—. Pero éste no es nuestro destino final. Para llegar allí seguiremos a pie.
Se bajó del caballo y luego ayudó a Stacie a bajar de Brownie.
—¿Y los caballos? No podemos dejarlos aquí.
—Bert los vigilará —el agudo silbido de Josh volvió a rasgar el aire. La perra llegó corriendo—. No está demasiado lejos —la tomó del brazo y la guió hacia un sendero—. Ten cuidado con las ortigas y con… —carraspeó—. Simplemente no salgas del camino y todo irá bien.
Stacie no recordaba el aspecto de las ortigas y no sabía qué más debía evitar. Pero siguió andando y decidió que no necesitaba saberlo mientras