Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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Capítulo 6
EL sol lucía y la temperatura era de unos veinticuatro grados cuando Josh se unió a los ciudadanos de Sweet River en el jardín trasero de la Primera Iglesia Congregacionista.
Se había quedado en el baile hasta muy tarde y cuando por fin llegó al rancho, no pudo dormir.
Tenía la impresión de que acababa de conciliar el sueño cuando sonó el despertador. Había sentido la tentación de quedarse en casa y empezar a rascar la pintura exterior, pero le había prometido al pastor Barbee que participaría en la subasta de almuerzos.
El evento anual subvencionaba el programa de Escuela Bíblica de la iglesia, que necesitaba fondos urgentemente. El año anterior había hecho mal tiempo y había escaseado la participación.
Siguiendo la tradición del Salvaje Oeste, las solteras preparaban un almuerzo campestre para dos y los solteros pujaban por las decoradas cestas de comida.
Dos años antes, Josh había acabado almorzando con Caroline Carstens, que había vuelto a pasar allí las vacaciones estivales. Había sido una tortura. Ella se había pasado toda la comida hablando de su exclusivo teléfono móvil y de su ciberdiario personal. No se parecía en nada a él. Esperaba que ese año le fuera mejor. Si Stacie participara…
En cuanto se le ocurrió, descartó la idea. Habían ido al baile en pareja para hacerle un favor a Lauren. No había razón para que pasaran más tiempo juntos.
La subasta ya había empezado cuando Josh se sentó en la loma cubierta de hierba. El pastor, que complementaba sus ingresos parroquiales trabajando como subastador, estaba mostrando una cesta decorada con girasoles. Josh la reconoció de inmediato. Mantuvo la boca cerrada. Tenía sus límites, por más que se tratara de beneficiar a la iglesia.
El hermano menor de un amigo de Josh ganó la cesta. Lanzó un triunfal grito de guerra cuando el pastor señaló a su dueña, Caroline.
Sólo quedaban un puñado de cestas cuando Stacie y sus compañeras llegaron y dejaron las suyas a los pies del ministro.
Se oyó un murmullo entre la audiencia y las pujas se animaron cuando las cestas de Lauren primero y de Anna después salieron a subasta. La siguiente era la de Stacie.
Muchos hombres aún no habían pujado, incluido Wes Danker. Josh se preguntó quién disfrutaría del placer de la compañía de Stacie.
El pastor Barbee empezó su retahíla, pero en vez de pujas se produjo un intenso silencio. El prelado dio un golpecito en el micrófono, para comprobar que seguía encendido.
—Empecemos con veinticinco. ¿Quién da veinticinco?
Nadie dijo una palabra, no se oyó ni una puja. Stacie se puso roja como la grana.
Cuando Wes se dio la vuelta y miró a Josh fijamente, él comprendió lo que ocurría. Para los ciudadanos de Sweet River, Stacie era su chica y no iban a pujar en contra suya.
Pero Stacie no podía saber eso. Pensaría que nadie quería comer con ella. Josh se había jurado mantener las distancias, pero no podía permitir que se sintiera humillada. Se puso en pie.
—Cien dólares.
Por supuesto, era una puja excesiva. Sin oposición, podría haberse llevado la cesta por cinco. Sin embargo, eso habría dado muy mala impresión a Stacie y al pueblo. Habrían pensado que no valoraba su compañía.
—Número quince vendida a Josh Collins por cien dólares —anunció el pastor con expresión de alivio.
Stacie volvió la cabeza, estaba deliciosa con un vestido veraniego rosa y blanco. Alzó la mano y le saludó. Él estaba demasiado lejos para poder interpretar la expresión de su rostro.
Las cestas restantes se vendieron rápidamente. Llegó el momento de que Josh reclamara su cesta y a Stacie. Fue hacia el podio y agarró el asa de mimbre antes de volverse hacia la bonita morena. Josh cambió el peso de un pie a otro, sintiéndose tan inseguro como un potrillo recién nacido.
—Juntos de nuevo —dijo.
—Eso parece.
Él vio que tenía los ojos rojos y recordó su expresión la noche anterior, al conocer la noticia de que su amiga había sido asesinada.
—Mira, no tenemos por qué hacer esto.
—Yo creo que sí —los labios de Stacie se curvaron en una débil sonrisa—. Me has librado de ser la única mujer por cuya cesta no pujó nadie.
—No ha sido por ti —dijo él—. Ni por tu cesta.
—¿Por qué iba a ser si no? —lo miró dubitativa.
Josh vio que la esposa del pastor iba hacia ellos. Lo último que Stacie necesitaba tras la emotiva noche anterior era un interrogatorio, por bienintencionado que fuera.
—Ven conmigo —le colocó la mano bajo el codo y puso rumbo hacia donde había estado sentado. Cuando llegaron allí, Josh no disminuyó el paso—. Te han etiquetado como mi chica y los tipos de por aquí no se meten en territorio ajeno.
—¿En serio? —Stacie se detuvo y lo miró con sorpresa.
—Ya, lo sé —puso la mano en su espalda y la urgió a cruzar la calle, hacia un parque rodeado por una verja de hierro forjado—. Parece una locura, pero…
Josh no supo qué más decir. En muchos sitios se consideraba juego limpio intentar atrapar a una mujer bonita, pero no en Sweet River.
—Me parece admirable —dijo Stacie—. Esa clase de lealtad ya no es habitual.
—Pensé que te enfadarías —musitó Josh, sorprendiéndose a su vez.
—¿Por qué? —Stacie frunció el ceño.
—Para empezar —dijo Josh—, he arruinado tus posibilidades de conocer a alguien nuevo y comer con él.
—No quería comer con nadie más —afirmó Stacie con naturalidad.
—¿No querías…? —el corazón de Josh se saltó un latido—. ¿No quieres?
—¿Qué sentido tendría? La mayoría de los hombres buscan esposa —le dio un apretón en la mano—. Tú y yo ya conocemos nuestra postura.
Eso debería haber alegrado a Josh, sin embargo, él sintió un gran peso en el estómago.
Stacie le quitó la cesta y la situó sobre una mesa de picnic. Abrió la tapa y sacó un mantel.
—Espero que te apetezca experimentar.
Él extendió el mantel azul y blanco mientras ella sacaba una botella de vino y dos copas.
—¿Experimentar?
—No