Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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—Vamos, dímelo —la animó Josh, como si percibiera su debate interno—. Sé guardar un secreto.
Tal vez el calor y el baile le habían recalentado el cerebro. O quizá fuera que Josh entendía que el dinero no lo era todo. O las cervezas que había bebido le habían soltado la lengua. Pero el caso era que decidió compartir su sueño con él.
—Tendría una empresa de catering y crearía platos divertidos. Nada me gusta más que las fiestas, cocinar y ser creativa. Poder hacer eso a diario sería… increíble.
Sintió un anhelo tan intenso que se quedó sin aire. Creía haber enterrado su sueño, pero hacía falta muy poco para avivar el rescoldo.
—A juzgar por la cena que hiciste la otra noche, creo que tendrías mucho éxito —afirmó él. El tono sincero de su voz la reconfortó—. Aunque me imagino que tendrías que vivir en una gran ciudad para tener suficientes clientes para sobrevivir.
—Hice un plan de negocio hace varios años —Stacie se sonrojó, avergonzada sin saber por qué. Aunque sólo había estudiado Empresariales para complacer a su padre, tenía que admitir que parte de lo aprendido resultaba útil a veces—. Las conclusiones me sorprendieron.
—¿Qué descubriste? —Josh enarcó una ceja.
—Que no tendría que ser una ciudad como Nueva York o Los Ángeles. Ni siquiera una del tamaño de Denver —contestó Stacie—. Una ciudad de doscientos mil habitantes sería suficiente.
Una mirada que Stacie no pudo interpretar cruzó los ojos de Josh. Desapareció rápidamente.
—En esta parte del mundo tendrías que sumar las poblaciones de Billings, Missoula y Great Falls para pasar de doscientos mil habitantes.
—Vaya. No suponía que esas ciudades fueran tan pequeñas —dijo ella—. Es…
—Stacie, tienes que venir conmigo —Lauren se acercó a la mesa, perfecta para el ambiente con sus Wranglers ajustados y el sombrero vaquero.
La misión de Lauren esa noche era alternar y pasar el mayor tiempo posible en la pista de baile. Había animado a Anna y a Stacie a hacer lo mismo, alegando que sería buena publicidad.
Pero si Lauren pretendía arrastrarla de nuevo a la pista, no lo conseguiría. A Stacie le dolían los pies y estaba disfrutando demasiado de su conversación con Josh.
—Ahora estoy ocupada.
—Esto no puede esperar. Más bien, tu hermano se niega a esperar —miró a Stacie, a Josh y de nuevo a Stacie—. Insiste en hablar contigo ahora.
Stacie clavó los dedos en la manga de Josh. Paul la llamaba con regularidad, normalmente para hablarle de alguna oferta de empleo que creía adecuada para ella. Pero dedicaba los sábados por la noche a su familia. No interrumpiría una velada con su esposa e hijos para llamarla. Y tampoco tenía sentido que hubiera llamado a Lauren. A no ser que fueran malas noticias y supiera que iba a necesitar el apoyo de su amiga.
Le estremeció pensar que pudiera haberle ocurrido algo a uno de sus progenitores. Su relación con ellos era tensa, pero los quería muchísimo. Se levantó de un salto.
—¿Te ha dicho qué ha ocurrido?
Percibió más que ver a Josh situarse a su lado y rodear su cintura con un brazo, dándole apoyo.
—Paul no está al teléfono —explicó Lauren—. Está aquí, en Sweet River. Voló a Billings y condujo directo aquí. Te espera en la entrada.
—¿Por qué iba a venir hasta aquí para darme malas noticias? —las piezas del rompecabezas no encajaban en la mente de Stacie.
—No sé por qué, pero no es para eso —le aclaró Lauren, captando su preocupación—. Le pregunté por la familia y dijo que todos estaban bien.
Stacie soltó el aire que había estado conteniendo y cerró los ojos. Dio gracias a Dios.
—¿Por qué crees que ha venido? —preguntó Josh.
—No tengo ni idea —Stacie cuadró los hombros y miró a Lauren—. Llévame a su lado.
—Te acompañaré —se ofreció Josh.
—No —sonó más duro de lo que ella había pretendido. Suavizó la respuesta con una sonrisa—. Gracias, pero no.
Lo último que deseaba era someter a Josh a los modales imperiosos de Paul, o que su hermano se hiciera una idea equivocada de su relación con él.
—¿Estás segura? —frunció el ceño y la miró dubitativo.
—Segurísima —Stacie se quitó el sombrero y se lo devolvió—. Gracias por prestármelo.
Josh aceptó el sombrero, pero no se lo puso.
—No entiendo por qué ha venido aquí.
—Yo tampoco —dijo Stacie, intrigada—. Pero voy a averiguarlo.
Capítulo 5
JOSH observó a Stacie y a Lauren hasta que desaparecieron de la vista. La adrenalina surcaba sus venas.
Aunque no había mencionado a Paul en concreto, si no estaba unida a su familia, tampoco estaría unida a él. Y aunque no se trataba de una cita en el sentido tradicional, Stacie había ido allí con él. Eso lo hacía responsable de su seguridad.
Josh se decidió y se internó entre la gente, saludando a amigos sin aflojar el paso. Llegó a la puerta delantera esperando ver a Stacie y a su hermano, sin embargo encontró al pastor Barbee y a su esposa en la puerta.
La pareja había estado en la pista de baile desde que empezó el baile de cuadrilla, así que Josh no había tenido oportunidad de saludarlos ni de presentarles a Stacie. Deseó que supieran quién era.
—¿Habéis visto a Stacie Summers? —preguntó en tono indiferente y casual—. Es la amiga de Anna. La chica con la que estuve bailando antes.
—La bonita morena de las botas rosas —la señora Barbee asintió con aprobación.
—Ésa es —Josh miró a su alrededor, pero no vio a nadie—. ¿La habéis visto?
—Ha salido fuera —el pastor señaló la puerta.
—Estaba con un hombre —añadió la señora Barbee con expresión compasiva—. Atractivo, pero no tan guapo como tú.
Josh no supo qué responder a eso, así que lo dejó pasar.
—Gracias por la información —Josh abrió la puerta y salió al aire fresco de la noche. Se detuvo en la acera y echó un vistazo a la calle. La vio al otro extremo de la manzana.
Estaba con su hermano junto a un Lincoln último modelo. Aunque tenía los brazos cruzados y la espalda tiesa como la de un soldado, no parecía inquieta. Una vez comprobado que estaba bien, los buenos modales le exigían que volviera dentro y