Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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Читать онлайн книгу Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller страница 13
Las palabras parecían llegar de muy lejos. Stacie sintió calor y luego frío. La imagen de Amber, pelo cobrizo, ojos verdes y perenne sonrisa, destelló en su mente. Se preguntó cómo podía estar muerta su amiga. Había sido la persona más vivaz que había conocido en su vida.
—No es verdad —Stacie movió la cabeza, intentando desterrar la imagen de Amber tendida en un charco de su propia sangre—. Te lo estás inventando. Quieres que vuelva y renuncie a mi sueño. Igual que querías que Amber renunciase al suyo por ti. Pero ella no lo hizo y yo no…
—Shh. Tranquila —Josh se acercó a ella y, esa vez, cuando le puso un brazo sobre los hombros, no lo rechazó.
—El funeral fue el jueves —dijo Paul con voz de cansancio infinito.
Stacie se tragó un sollozo. Parecía más fácil centrarse en su ira que en el dolor que le estaba partiendo el corazón en dos.
—¿Por qué no me avisaste? —su voz sonó aguda, estridente casi—. Habría ido. Era mi amiga. Mi mejor amiga.
—Karen y yo te dejamos mensajes pidiéndote que telefonearas. No podía dejar una noticia como ésa en el buzón de voz —respondió Paul.
Stacie sintió una oleada de remordimiento y vergüenza. Se apoyó en Josh, sacando fuerzas de su apoyo. Había hecho mal acusando a Paul. La culpa era suya por no haber devuelto las llamadas. Había retrasado el momento porque siempre que hablaba con él o con Karen, al colgar se sentía como una fracasada. En consecuencia, los padres de Amber seguramente pensaban que su amiga no le importaba lo suficiente como para ir al funeral.
—No puedo imaginar lo duro que debe de ser esto para su familia.
—Yo sé bien cómo se sienten —dijo Paul—. Por eso estoy aquí. Te quiero, Stacie. Quiero asegurarme de que no te ocurra lo mismo que a Amber.
El sol de media mañana atravesaba los visillos de encaje de la ventana de la cocina y el olor a café recién hecho se respiraba en el aire. Stacie miró su humeante taza de café, aún perturbada por los acontecimientos de la noche anterior.
Alzó la vista y vio que Lauren y Anna la contemplaban, esperando que acabara su historia.
—Convencí a Josh de que mi hermano me traería a casa sana y salva. Paul y yo pasamos un par de horas hablando, llorando y hablando otra vez. Durmió tres o cuatro horas y luego condujo de vuelta a Billings para tomar su vuelo.
Aunque Paul y ella estaban en desacuerdo sobre la mayoría de los temas, ambos habían querido a Amber. Stacie sintió que las lágrimas le quemaban los ojos, pero parpadeó para contenerlas. Nunca le había gustado llorar en público, incluso si, como era el caso, el «público» eran sus amigas.
Anna, pensativa, con la bayeta en la mano, dejó de limpiar la encimera y miró a su amiga.
—Sigo confusa. Tu hermano quería que volvieras a casa porque una amiga de instituto falleció. No lo entiendo.
—Yo sí —Lauren dio un mordisquito a su sándwich de huevo—. Amber buscaba su edén y murió. Stacie está haciendo lo mismo y a Paul le preocupa que pueda ocurrirle algo.
—Eso no tiene sentido —Anna dio una pasada a la encimera—. Stacie está en Montana, no en la gran y malvada ciudad de Los Ángeles.
—Su hermano ha perdido a alguien a quien amaba —Lauren dio unos golpecitos en la mesa con el dedo—. Al ver que Stacie no respondía a sus llamadas, sintió pánico y temió que a ella también le hubiera ocurrido algo.
—Ya ha comprobado que no —Stacie dejó escapar una risita seca. Se trataba de reír o de echarse a llorar—. ¿Cuántas mujeres tienen su perro guardián personal?
Lauren le lanzó una mirada interrogativa.
—Josh vino a buscarme —explicó Stacie—. No estaba seguro de que Paul fuera de confianza.
—Bienvenida al mundo del Viejo Oeste —Anna sonrió—, donde los hombres creen que todas las mujeres necesitan su protección.
—Fue muy tierno de su parte —admitió Stacie—, teniendo en cuenta que apenas nos conocemos.
Lauren se atragantó con su sándwich y Anna soltó un resoplido muy poco femenino.
—¿Qué pasa, chicas? —Stacie las miró con el ceño fruncido.
—Por favor —dijo Lauren—. Anoche vi cómo os mirabais y cuánto os apretabais al bailar. Sólo habría conseguido mejor publicidad para mi investigación si hubierais estado desnudos y haciéndolo en el suelo.
—Oh, Dios mío, Lauren —la carcajada de Anna resonó por la habitación—, eres terrible.
—Bueno, pero ésa fue nuestra última cita —Stacie, ruborosa, tomó un sorbo de café.
—¿Por qué? —preguntó Anna—. Yo vi química.
—Montones de química —añadió Lauren con una sonrisa traviesa en los labios.
—Josh y yo decidimos en la primera cita que no éramos… —Stacie hizo una pausa. Decir que no eran buena pareja sería una crítica a la investigación de Lauren—. Que aunque nos llevamos muy bien, no buscamos lo mismo en la vida. Un caso parecido al de Amber y Paul.
—Podría volver a introducirte en el sistema —ofreció Lauren—. Emparejarte otra vez.
Stacie negó con la cabeza. Hablar con Paul de sus sueños había reforzado su deseo de encontrar su edén personal. Paul había creído que enterarse de lo de Amber la llevaría a volver corriendo a Ann Arbor, pero había tenido el efecto opuesto.
Independientemente de lo que pensara su hermano, Amber había sido feliz en Los Ángeles, en un sentido en el que nunca habría podido serlo en Ann Arbor. Stacie tampoco sería feliz hasta que no encontrara su propósito en la vida.
Lauren no intentó hacerle cambiar de opinión. Pinchó un trozo de tarta de café.
—Recuérdame que te dé el cuestionario post-cita a la vuelta de la iglesia.
—¿Vas a ir a la iglesia? —los ojos azules de Anna chispearon—. ¿Después del comentario que acabas de hacer sobre Stacie y Josh en el suelo?
—Es su penitencia —dijo Stacie, incapaz de controlar el burbujeo que sintió al pensar en Josh y ella sobre el suelo… desnudos.
—Le prometí al pastor Barbee que estaríamos allí y soy una mujer de palabra —dijo Lauren, muy digna—. El servicio religioso empieza a las once.
—No cuentes conmigo —Anna se sentó—. Necesito un descanso de la gente de Sweet River.
—Déjate de rollos —protestó Lauren—. Cada vez que te miraba anoche, sonreías de oreja a oreja.
—Lo pasé bien —admitió Anna—. Pero crecí aquí. Sé cómo es esto y no permitiré que vuelvan a incluirme en el rebaño. El instinto de supervivencia me obliga a mantener las distancias.