Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller Omnibus Julia

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Josh corrió a su lado.

      —Quítele las manos de encima —gruñó. Hermano o no, ningún hombre iba a amenazar a Stacie. No si Josh podía impedirlo.

      El hombre se dio la vuelta, soltándola, y apretó los labios con disgusto.

      Incluso si Josh no hubiera sabido que era hermano de Stacie, lo habría adivinado. Paul le sacaba una cabeza a su hermana y tenía el cabello un tono más claro, pero los ojos almendrados y la nariz griega clamaban a gritos su parentesco.

      —No sé cómo serán las cosas en su tierra —dijo Josh—, pero aquí no maltratamos a las mujeres.

      Paul achicó los ojos y Stacie se alejó un paso de él, acercándose a Josh. A él le pareció natural ponerle un brazo sobre los hombros, pero ella se zafó, dejando claro que esa batalla era suya.

      —Dime que no estás rechazando la oportunidad de tu vida por un vaquero de medio pelo —Paul esbozó una sonrisa burlona, mirando a Stacie.

      —Él no es la razón de que haya dicho que no —argumentó Stacie con voz serena—. Josh es un conocido, no un novio.

      Josh se erizó al oír la definición. Era «un conocido» de la bibliotecaria, pero nunca la había abrazado ni sentido sus labios en los suyos.

      —Entonces tu tozuda negativa no tiene sentido —Paul taladró a Stacie con la mirada—. ¿Por qué ibas a rechazar una oferta tan sensacional?

      —Es lo que he estado intentando explicarte —dijo Stacie—. Pero no dejas de interrumpirme.

      Josh disimuló una sonrisa. Hacía poco que conocía a Stacie, pero incluso él sabía que no se amilanaba fácilmente.

      —Pues ahora te escucharé —Paul se cruzó de brazos.

      Su lenguaje corporal no expresaba la más mínima intención de tener en cuenta una postura distinta a la suya, pero al menos su voz sonó conciliadora. Eso bastó para que los hombros de Stacie se relajaran y un destello de esperanza asomara a sus ojos.

      —Nunca he querido trabajar en la América empresarial —dijo en tono suave—. No va conmigo.

      —Estás licenciada en Empresariales —Paul centró toda su atención en ella—. Ese puesto te permitirá utilizar tus estudios y, además, estar cerca de nosotros.

      Stacie abrió la boca, pero Paul siguió hablando.

      —Ni siquiera tendrás que hacer una entrevista. El director ejecutivo es amigo mío y está dispuesto a contratarte basándose en mi recomendación.

      —Paul… —Stacie alzó una mano, pero su hermano parecía dispuesto a llegar hasta el final.

      —Mejor aún, como estás en paro, podrías empezar la semana que viene —se dio una palmadita en el bolsillo de la chaqueta—. Tengo dos billetes de vuelta. Puedes estar en casa mañana.

      Josh sintió que se le helaba el corazón al pensar en la marcha de Stacie.

      —No volveré a Ann Arbor —Stacie alzó la barbilla con determinación—. Ni mañana, ni en una semana, un mes o un año.

      Para sorpresa de Josh, Paul no contestó de inmediato. Escrutó el rostro de Stacie largo rato.

      —No te entiendo —dijo con la voz teñida de desilusión—. Allí tienes amigos que te echan de menos. Familia que te echa de menos. Y ahora te sirven un trabajo en bandeja de plata. ¿Por qué no consideras al menos la idea de volver?

      A pesar de su brusquedad, el hombre parecía sincero y sus argumentos eran buenos. Josh miró a Stacie y vio que ella no había cedido en absoluto.

      —¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No quiero estar detrás de un escritorio —sus ojos llamearon y Josh habría jurado que le salía humo por la nariz. Parecía un toro a punto de embestir—. Sólo estudié Empresariales porque papá insistió.

      —Papá quiere que tengas una buena vida. Un futuro seguro —su tono de voz indicaba que él era de la misma opinión—. Te quiere, Stacie. Todos te queremos. Y nos preocupamos por ti.

      Stacie enarcó una ceja.

      —Bueno, soy yo quien se preocupa —a Paul se le quebró la voz. Tardó un momento en recomponerse. Miró a Josh de reojo—. Envía al vaquero de vuelta al rancho. Esto es un asunto de familia.

      Aunque a Josh no le hacía ninguna gracia escuchar esa conversación íntima, plantó los pies en el suelo. Se iría si se lo pedía Stacie.

      —Él se queda —afirmó ella.

      Paul cerró los ojos y resopló.

      —Mamá y papá siempre han querido lo mejor para ti —repitió Paul, sonando totalmente sincero—. Todos lo queremos.

      Stacie dio un paso hacia él y puso una mano en su brazo.

      —El problema es que lo que creéis mejor para mí no es lo que yo deseo.

      —¿Qué quieres hacer, hermanita? —los ojos de Paul destellaron con ira—. ¿Pasarte la vida paseando a los perros de otros? ¿Haciendo cafés en una cafetería? ¿O acaso quieres casarte con un vaquero y vivir en mitad de la nada?

      Stacie apartó la mano y enrojeció como si la hubiera abofeteado. Si Paul había creído que la dureza y la manipulación iban a conseguir algo, sólo tuvo que mirar sus ojos para comprender que había perdido todo el terreno ganado.

      —Me da igual lo que pienses de mis elecciones, Paul —su voz sonó fría como el hielo—. El que tenga objetivos diferentes, que quiera otras cosas de la vida no…

      —Tú y Amber Turlington, siempre buscando el maldito edén —Paul apretó los labios, como si se esforzara por mantener el control.

      La frase sonó como una maldición, pero Stacie no pudo evitar sonreír al oír ese nombre. Amber y ella habían sido amigas íntimas durante toda su etapa escolar.

      —Amber y yo solíamos decir que éramos gemelas que habían sido separadas al nacer.

      —Ella tampoco era feliz en Ann Arbor —dijo Paul con amargura—. Siempre quiso algo más. Y ya ves adónde la llevó eso.

      —¿Adónde la llevó? —Stacie alzó la voz. No soportaba la arrogancia de su hermano—. Puede que la escuela de Los Ángeles en la que da clases no tenga renombre nacional y que no esté ganando una fortuna, pero cada día influye positivamente en la vida de sus alumnos.

      —No lo has oído —afirmó él. La mirada vacía de Paul provocó a Stacie un escalofrío.

      —¿Oído qué? —sabía que Amber y Paul seguían en contacto. Muchos años antes, Paul había deseado con desesperación casarse con su amiga. Aunque había seguido adelante con su vida y se había casado con otra mujer, Stacie sabía que Amber seguía ocupando un lugar especial en su corazón.

      —Pensé que Karen y tú ya habríais hablado —un músculo se tensó en la mandíbula de Paul.

      Karen era una de las hermanas de Stacie. Le

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