Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller Omnibus Julia

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cuando estuvieron de vuelta en el rancho, el tobillo de Stacie había empezado a hincharse. Tras dejar los caballos al cuidado de uno de sus vaqueros, Josh insistió en llevarla a la casa.

      Stacie no discutió. Él la dejó en un sillón con reposapiés y se fue. Volvió segundos después con un vaso de agua y cuatro cápsulas.

      —¿Qué es eso? —preguntó Stacie.

      —Ibuprofeno, ochocientos miligramos —contestó él—. Te quitará el dolor —al ver que ella lo miraba interrogante, sonrió—. Te recuerdo que mi madre es enfermera.

      —¿Y ahora qué? —preguntó Stacie, tras meterse las cápsulas en la boca y tomar un trago de agua.

      —Relájate. Te lavaré el tobillo con jabón antiséptico y luego te pondré hielo.

      Stacie se miró el pie. Si se hubiera puesto las botas vaqueras rosas, como Josh había sugerido, el cuero habría protegido su piel. Pero ella había optado por zapatillas deportivas sin calcetines.

      —¿Por qué no voy al baño y me lavo yo? —dijo—. Mientras lo hago puedes preparar el hielo.

      —¿Y si te mareas? —preguntó él, poco convencido.

      —No me marearé —afirmó ella—. Me sentí rara al principio, pero fue por el susto. Ahora estoy mejor.

      —¿Estás segura?

      —Sí.

      Josh desapareció en la cocina y Stacie cojeó pasillo abajo, intentando apoyar la mayor parte del peso en el pie izquierdo. Llegó al cuarto de baño jadeante y temblorosa. Se apoyó en la encimera e inspiró profundamente para calmarse.

      —¿Cómo vas? —preguntó una voz al otro lado de la puerta.

      —¿Puedo sacar una toallita limpia del armario?

      —Utiliza cuanto necesites.

      Varios minutos después, Stacie regresó a la sala sintiéndose más controlada. La quemazón y el dolor no habían empeorado, pero tampoco habían mejorado mucho.

      Agotada y dispuesta a que la mimaran, se sentó en el sillón y dejó que Josh se ocupara de ella. Le puso desinfectante en las heridas y luego una bolsa de hielo, envuelta en un almohadón, sobre el tobillo hinchado.

      —Tendrás que tener el hielo unos veinte minutos —miró su reloj—. ¿Quieres comer o beber algo?

      Stacie apoyó la cabeza en el suave cuero del respaldo. Aún tenía el estómago lleno y, además, no le atraía la idea de comer.

      —Prefiero que te quedes aquí y me hagas compañía.

      —Pasar un rato con una chica bonita —Josh esbozó una sonrisa—. Creo que puedo hacerlo.

      Antes de que pudiera sentarse, llamaron a la puerta de la calle. Miró a Stacie.

      —Me pregunto quién podrá ser.

      Ella se encogió de hombros y cruzó los dedos para que quienquiera que fuese no se quedara mucho tiempo. En ese momento no le apetecía nada charlar con desconocidos.

      El timbre volvió a sonar y Josh miró a Stacie.

      —Volveré enseguida. Quédate quieta.

      —Sí, señor —Stacie se llevó la mano a la sien simulando un saludo militar—. Pero si en la puerta hay una serpiente, no la dejes entrar.

      Josh se rió y fue a abrir. Lo sorprendió encontrar a Wes Danker en el umbral.

      Como era habitual en él, entró sin esperar invitación y se quitó el sombrero.

      —No te lo vas a creer. Un golpe de fortuna.

      Josh tuvo que sonreír. La última vez que había visto a Wes tan excitado había sido cuando Sharon empezó a vender bollos de chocolate en el supermercado.

      —¿Qué ocurre?

      —Han llegado los buenos tiempos, eso ocurre —Wes fue hacia la puerta y luego volvió hacia Josh—. Y no sólo para mí, también para ti.

      En el último «golpe de fortuna» de Wes, Josh había acabado perdiendo varios cientos de dólares en las tragaperras de Lucky Lil, en Big Timber.

      —Venga ya, Wes. Probé una vez, pero no me gusta el juego, por muy trucadas que estén las tragaperras.

      —Esto no es ningún juego, amigo —dijo Wes con su estruendosa voz—. Es un negocio seguro.

      Stacie se enderezó en el sillón. Sabía que estaba mal cotillear, pero no tenía otra opción. Wes tenía una de esas voces que se proyectaban. De hecho, incluso entendía algunas de las palabras que decía Josh.

      Por lo que había oído, Wes quería convencerlo de algo y Josh se negaba a picar.

      —Misty te vio en el baile anoche —dijo Wes—. A la mujercita le gustó lo que vio. Ya sé que tú y Stacie… eh, no intentes decirme que no te fijaste en ella.

      Josh dijo algo que Stacie no captó.

      —Eso es —la voz de Wes resonó en la sala—. La rubia guapa con tetas enormes.

      Josh contestó en voz baja y ambos rieron. Stacie apretó los puños.

      —A su amiga Sasha le gusto —dijo Wes con voz satisfecha—. Misty y ella están trabajando en Millstead este verano.

      «Millstead». Stacie había oído ese nombre. Tardó un segundo en recordar que era un rancho de vacaciones situado al sur de Sweet River. La mayoría de sus empleados eran de la zona, pero según Anna también contrataban a forasteros.

      —Lo mejor es que las chicas sólo estarán aquí durante el verano —siguió Wes—. Podemos enrollarnos, pasarlo bien y, si nos cansamos, decirles adiós en septiembre.

      Stacie sintió un pinchazo de irritación. No podía creer que Wes pasara por allí un domingo por la tarde para ofrecerle un lío a Josh. Por lo visto, el gigantón había olvidado que su amigo ya estaba emparejado. Ignoró la vocecita de su cabeza que le recordó que Josh estaba libre. Sólo la había llevado al baile porque Seth lo había presionado. Y había pujado por su cesta porque nadie más iba a hacerlo…

      Dejó de pensar y aguzó el oído. No consiguió entender la respuesta. Maldijo el hielo que tenía en el tobillo, con acercarse unos pasos habría oído absolutamente todo.

      —Voy hacia allí ahora —dijo Wes—. ¿Quieres acompañarme?

      Stacie volvió a escuchar un murmullo incomprensible. Pero cuando la puerta se cerró y Josh volvió a la sala sin Wes, exhaló con alivio.

      —¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas más hielo? —inquirió él. Ella negó con la cabeza.

      —¿Quién era?

      —Wes —Josh agitó la mano con descuido—.

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