Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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Paseó la vista por el enorme jardín delantero. Todo era verde y frondoso. Y las flores… Junio acababa de empezar y los jacintos silvestres, la hierba de oso y la castilleja ya habían florecido.
La puerta mosquitera se cerró de golpe. Lauren cruzó el porche para sentarse frente a Stacie.
—¿Qué ocurre?
—Tu ordenador ha tenido un fallo. Es la única explicación —Stacie alzó la fotografía—. ¿Acaso se parece a mi tipo?
—Si hablas de Josh Collins, es muy agradable —dijo Anna, saliendo al porche—. Lo conozco desde el colegio. Él y mi hermano, Seth, son buenos amigos.
Stacie contempló inquieta la bandeja de bebidas que Anna intentaba mantener en equilibrio. Lauren, que estaba más cerca, se levantó de un salto y le quitó a la rubia la bandeja con la jarra de limonada y tres vasos de cristal.
—Vas a romperte el cuello con esos zapatos.
—Me da igual —Anna se miró los zapatos verde lima de tacón de aguja—. Son totalmente yo.
—Son bonitos —concedió Lauren. Ladeó la cabeza—. Me pregunto si me valdrían. Tú y yo usamos el mismo número…
—Hola —Stacie alzó una mano y la agitó en el aire—. ¿Te acuerdas de mí? ¿De la que pronto tendrá que enfrentarse a una cita con Don Incorrecto?
—Cálmate —Lauren sirvió un vaso de limonada, se lo dio y se sentó con una gracia que Stacie envidiaba—. No cometo errores. Recuerda que te di un resumen de los resultados. A no ser que mintieras en tu cuestionario o él mintiera en el suyo, Josh Collins y tú sois muy compatibles.
Ella deseaba creer a su amiga. Al fin y al cabo, su cita con el abogado de Sweet River, Alexander Darst, había sido agradable. Por desgracia no había habido chispa.
Stacie alzó la foto del curtido ranchero y la estudió de nuevo. Incluso si no hubiera estado montado a caballo y no lo hubiera visto hablando con Seth tras la reunión de la Asociación de Ganaderos, su sombrero y sus botas confirmaban su teoría sobre un error informático.
Emparejar a una chica de ciudad con un ranchero no tenía sentido. Todo el mundo sabía que ciudad y campo eran como aceite y agua. No se mezclaban.
En el fondo se sentía decepcionada. Había tenido la esperanza de encontrar a un compañero de verano, un hombre estilo renacentista que compartiera su amor por la cocina y las artes.
—Es un vaquero, Lauren —Stacie alzó la voz—. ¡Un vaquero!
—¿Tienes algo en contra de los vaqueros?
La voz grave y sexy que llegó de la escalera delantera atravesó a Stacie como un rayo. Dejó la foto en la mesa, se dio la vuelta y se encontró con una mirada azul y sostenida.
Era él.
Tenía que admitir que de cerca era aún más atractivo. Llevaba una camisa de batista que hacía que sus ojos parecieran imposiblemente azules y unos vaqueros que se pegaban a sus largas piernas. No lucía sombrero, sólo montones de pelo oscuro y espeso que le llegaba al cuello de la camisa.
Él siguió estudiándola. El brillo de sus ojos indicaba que sabía que ella había metido la pata y buscaba desesperadamente cómo sacarla.
No podía contar con Lauren, que parecía estar luchando contra la risa. Anna, bueno, Anna se limitaba a mirarla expectante sin ofrecer ayuda.
—Claro que no —dijo Stacie, sintiéndose obligada a poner fin al silencio—. Los vaqueros hacen que el mundo gire sobre su eje.
La sonrisa de él se amplió hasta convertirse en una mueca y Lauren soltó una carcajada. Stacie la miró con censura. Su respuesta no había sido la mejor, pero podría haber sido peor. La había pillado por sorpresa, distrayéndola. Con sus ojos… y su inoportunidad.
Deseó haber mantenido la boca cerrada.
—Bueno, no puedo decir que recuerde haber oído eso antes —dijo él—, pero es verdad.
Era generoso, una cualidad que escaseaba en la mayoría de los hombres con los que había salido y que Stacie admiraba mucho. Era una lástima que, además de ser un vaquero, fuese enorme. Debía de medir al menos un metro ochenta y siete, tenía la espalda ancha y era musculoso. Curtido. Viril. El sueño de muchas, pero no su tipo.
Aun así, cuando los risueños ojos azules la buscaron de nuevo, se estremeció. Había inteligencia en su mirada y exudaba una confianza en sí mismo de lo más atractiva. Ese vaquero no era ningún tonto.
Stacie abrió la boca para preguntarle si quería una cerveza, pero Anna se le adelantó.
—Me alegro de verte —Anna cruzó el porche taconeando y abrazó a Josh—. Gracias por rellenar el cuestionario.
—Cualquier cosa por ti, Anna Banana —Josh sonrió y le tiró suavemente del pelo.
Stacie y Lauren se miraron.
—¿Anna Banana? —a Lauren le temblaron los labios—. No nos habías dicho que tenías mote.
—Seth me lo puso cuando era pequeña —explicó ella antes de volver a centrarse en Josh. Agitó un dedo—. Se suponía que ibas a olvidarlo.
—Tengo buena memoria.
Stacie captó el brillo de sus ojos.
—Yo también —lo pinchó Anna—. Recuerdo que Seth me dijo que tú y él preferíais la forma tradicional de conseguir citas. Sin embargo, ambos rellenasteis el cuestionario de Lauren. ¿Por qué?
Stacie se preguntó si Josh y Anna habían salido juntos, parecían llevarse muy bien. Sintió un pinchazo de algo muy parecido a los celos; una locura. No estaba interesada en Josh Collins, vaquero, por extraordinario que fuera.
—Seth probablemente lo hizo porque sabía que si no, lo matarías —explicó Josh—. Yo lo hice porque Seth me lo pidió y le debía un favor —metió las manos en los bolsillos y se meció sobre los talones—. No esperaba que me emparejaran.
«Está tan poco motivado como yo», pensó Stacie. Apartó la silla y se levantó, reconfortada.
—Intentaré que la velada sea lo menos dolorosa posible —Stacie cubrió la distancia que los separaba y le ofreció la mano—. Soy Stacie Summers, tu cita.
—Lo había imaginado —sacó una mano del bolsillo y le dio un cálido apretón—. Josh Collins.
Para su sorpresa, Stacie sintió subir un cosquilleo por su brazo. Liberó su mano, desconcertada por su reacción. La mano del guapo abogado había rozado la suya varias veces durante la cita, y no había sentido nada de nada.
—¿Te gustaría acompañarnos?