Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller Omnibus Julia

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por qué, decidió acudir en su rescate.

      —Lo siento, Anna, Josh accedió a una cita con una mujer, no con tres.

      —Antes de que mi compañera de casa te secuestre, deja que me presente —Lauren se levantó—. Soy Lauren Van Meveren, la autora del cuestionario que rellenaste. Quiero darte las gracias por participar.

      —Encantado de conocerte, Lauren —Josh estrechó su mano—. Eran preguntas de lo más interesantes.

      Stacie y Anna se miraron. Obviamente, Josh no sabía que corría el peligro de abrir la compuerta. Si había algo que apasionara a Lauren, era su investigación.

      —Trabajo en mi tesis doctoral —el rostro de Lauren se iluminó, como siempre que alguien expresaba interés por su trabajo—. El cuestionario es una herramienta para reunir datos que confirmarán o negarán mi hipótesis.

      —Seth mencionó lo del doctorado, pero no supo decirme qué pretendías demostrar —dijo Josh.

      Stacie contuvo un gemido. La compuerta había quedado abierta oficialmente.

      —¿Conoces el proceso? —preguntó Lauren.

      —Algo —admitió él—. Mi madre está trabajando en su doctorado en enfermería. Recuerdo por lo que tuvo que pasar para que aprobaran su tema.

      —Entonces lo entiendes —Lauren señaló la silla de mimbre que había a su lado—. Siéntate, te explicaré mi hipótesis.

      —Sugiero que nos sentemos todos —dijo Anna con una sonrisa—. Puede que esto se alargue un rato —añadió en voz baja, de modo que sólo Stacie lo oyera.

      Stacie volvió a sentarse. Josh ocupó el asiento que había a su lado, centrando su atención en Lauren. Incluso si Stacie quisiera salvarlo, ya era demasiado tarde.

      —Casi bailé de alegría cuando aprobaron mi tema —Lauren esbozó una sonrisa satisfecha.

      —¿Y qué es lo que estudias? —la animó Josh.

      «Que me disparen», pensó Stacie. «Que alguien apoye una pistola en mi sien y dispare».

      —Tener información relevante y personalizada sobre los valores y características determinantes en las relaciones interpersonales incrementa la posibilidad de establecer y mantener ese tipo de relaciones con éxito —dijo Lauren de un tirón—. Es un concepto que ya utilizan muchas agencias de relaciones por Internet. Pero mi estudio se centra más en lo necesario para entablar una amistad, no sólo en la pareja amorosa.

      —Muy interesante —dijo Josh. Sonó sorprendentemente sincero—. ¿Qué te llevó a decidir hacer la investigación aquí?

      —Anna sugirió que lo considerase…

      —Le hablé del elevado número de solteros —Anna sirvió un vaso de limonada y se lo ofreció a Josh—. Y dije que tenía una casa en la que podía quedarse sin pagar alquiler. Yo vine con ella porque no tenía nada que hacer en Denver.

      —Seth mencionó que habías perdido tu trabajo —Josh volvió su atención a Anna.

      —Se suponía que mi jefa iba a venderme su boutique —Anna ocupó la última silla libre—. Pero se la vendió a otra persona.

      —Eso es terrible —Josh movió la cabeza y la miró compasivo.

      —Dímelo a mí —suspiró Anna.

      El guapo vaquero parecía llevarse tan bien con sus dos compañeras de casa, que Stacie se preguntó si alguien lo notaría si ella se ponía en pie y se iba. Cuando volvió a mirar la mesa, se encontró con los ojos de Josh.

      —Me ha encantado charlar —dijo él, apurando su vaso de limonada—. Pero Stacie y yo deberíamos irnos ya.

      Se levantó y Stacie, automáticamente, lo imitó. Adoraba a sus amigas, pero salir con su cita le parecía mejor opción que seguir allí hablando de investigación con Lauren o reviviendo la decepción laboral de Anna.

      Josh la siguió a la escalera. Aunque ya le había echado un vistazo al llegar, ella notó que la miraba subrepticiamente.

      A juzgar por sus ojos, aprobaba sus pantalones caqui y su blusa de algodón de color rosa. Stacie notó que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. Anna había dicho que era un tipo agradable y el modo en que había interactuado con sus compañeras lo demostraba.

      No tenía ninguna razón para sentirse estresada. Sin embargo, cuando empezó a parlotear sobre el tiempo, Stacie comprendió que tenía los nervios a flor de piel.

      Josh no dio muestras de que el tema lo aburriera. De hecho, parecía más que dispuesto a hablar de la escasez de lluvia que experimentaba la zona. Le comentaba un incendio forestal que había tenido lugar un par de años antes cuando llegaron a su todoterreno negro.

      Él fue a abrirle la puerta y le ofreció la mano para ayudarla a subir al vehículo.

      —Gracias, Josh.

      —De nada —dijo él con una sonrisa.

      A Stacie le dio un vuelco el corazón. No sabía por qué se sentía tan encantada. Tal vez porque Don Abogado Sweet River había suspendido la asignatura de galantería: no le había abierto una sola puerta y la había llevado a ver una película de acción que había elegido él sin consultarla.

      Josh, en cambio, no sólo le había abierto la puerta, sino que esperó hasta que estuvo sentada para cerrarla e ir hacia el lado del conductor.

      Lo observó por el parabrisas, admirando su paso firme. El vaquero exhibía una confianza en sí mismo que muchas mujeres encontrarían atractiva. Pero cuando ocupó su asiento, ella vio el rifle que colgaba de la ventanilla, tras su cabeza. Sus reservas resurgieron, pero no sabía cómo decirle a un hombre tan agradable que no era su tipo.

      —No consigo acostumbrarme a lo planas que son las calles —dijo—. Cuando Anna hablaba de su pueblo natal, siempre imaginé un pueblo de montaña, no uno situado en el valle.

      —Puede resultar decepcionante que las cosas no sean lo que uno espera —comentó él.

      —No siempre —Stacie lo miró a los ojos—. A veces lo inesperado es una sorpresa agradable.

      Condujeron en silencio unos minutos.

      —¿Sabías que soy vidente?

      —¿En serio? —ella se giró para mirarlo.

      —Mis poderes me están enviando un mensaje.

      —¿Qué mensaje es? —Stacie no sabía mucho de asuntos paranormales, pero sentía curiosidad—. ¿Qué te dicen tus poderes?

      —¿De veras quieres saberlo? —los ojos azules de Josh parecían casi negros en las sombras del vehículo.

      —Desde luego —afirmó Stacie.

      —Me dicen que no te apetece esta cita.

      Stacie se quedó inmóvil, sin respirar. Se ajustó el cinturón de

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