Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
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Aunque no había insinuado que hubiera herido sus sentimientos, Stacie supo que lo había hecho.
—Pareces muy agradable —dijo con voz suave—. Es que siempre me ha atraído otro tipo de hombre.
—¿Es que hay más de un tipo? —las cejas de él se juntaron y ella captó la sorpresa en sus ojos.
—Ya sabes —tartamudeó ella, intentando explicarse—. Hombres a quienes les gusta ir de compras y al teatro. El tipo metrosexual.
—¿Te gustan los hombres femeninos?
—No femeninos… —se rió al ver el asombro que él intentaba disimular—. Sólo sensibles.
—¿Y los vaqueros no son sensibles?
—No —contestó Stacie sin dudarlo—. ¿Lo son?
—En realidad, no —Josh se encogio de hombros—. Al menos, no los que yo conozco.
—Eso pensaba —Stacie soltó un suspiro, preguntándose por qué la decepcionaba la respuesta a pesar de ser la que había esperado.
—Así que estás diciendo que este emparejamiento no tiene posibilidad de éxito.
Stacie titubeó. En justicia debería darle una oportunidad, aunque sólo supusiera posponer lo inevitable. Además, había algo en ese vaquero…
«Vaquero», la palabra la golpeó como un cubo de agua helada.
—Ninguna —afirmó con convencimiento.
Josh escrutó su rostro y ella se ruborizó.
—Agradezco la sinceridad —dijo él finalmente, sin mostrar emoción alguna—. Durante un segundo he creído que lo negarías. Qué tontería, ¿no?
Durante un segundo ella había sentido la tentación de negarlo, pero había ganado la cordura. Josh podía ser caballeroso y tener los ojos más azules que había visto nunca, pero ellos dos eran demasiado distintos.
—Eso no significa que no podamos ser amigos —dijo Stacie—. Aunque tendrás amistades de sobra.
—Ninguna tan bonita como tú —dijo él. Carraspeó y redujo la velocidad al aproximarse al distrito comercial—. Si tienes hambre, podemos comer algo. O puedo enseñarte las atracciones turísticas y hablarte de la historia de Sweet River.
Stacie consideró las opciones. No estaba de humor para volver a casa ni para cenar. Aunque Anna les había enseñado el pueblo a Lauren y a ella a su llegada, no recordaba su historia.
—O puedo llevarte a tu casa —añadió él.
—No, a casa no —descartó ella. Ya que habían aclarado las cosas, no había razón para no disfrutar de la tarde—. ¿Qué te parece la visita guiada? Después, si nos apetece, podemos cenar.
—Adelante con el tour.
Recorrieron lentamente la zona comercial con las ventanillas bajadas. Stacie se enteró de que el restaurante de la esquina había sido un banco en otro tiempo, y que el supermercado había sido resucitado por una mujer que había regresado a Sweet River tras la muerte de su marido. Josh hizo una narración interesante e informativa, salpicada de humor y anécdotas del pasado.
—…y entonces el pastor Barbee le dijo a Anna que aunque vistiera al cordero como a un bebé, no permitiría que lo llevase a la iglesia.
Stacie dejó escapar una risa burbujeante.
—Es increíble que Anna tuviera un cordero de mascota —su voz dejó traslucir cierta envidia—. Mis padres ni siquiera me dejaron tener un perro.
—¿Te gustan los perros? —la miró sorprendido.
—Los adoro.
—Yo también —se rió él—. Más me vale, tengo siete.
—¿Siete? —Stacie enarcó una ceja.
—Sí.
—Vaya, tenemos mucho en común —abrió los ojos como platos—. Tú tienes siete perros y yo siete avestruces —bromeó.
—Lo dijo en serio.
—Ya, seguro.
—Bueno, un perro y seis cachorros —aclaró—. Bert tuvo perritos hace ocho semanas.
—¿Has dicho que «Bert» tuvo perritos? —insistió ella, aún sin creerlo del todo.
—En realidad, la perra se llama Birdie —dijo él con expresión de desdén—. Se lo puso mi madre.
—Apuesto a que son encantadores. Los perritos.
—¿Quieres verlos?
—¿Podría? —Stacie se enderezó en el asiento.
—Si no te importa viajar por carretera un rato —comentó él—. Mi rancho está a sesenta kilómetros.
Josh, con sutileza, estaba haciéndole saber que si accedía, pasarían el resto del día juntos. Y ofreciéndole la oportunidad de rechazarlo. Stacie no lo dudó, adoraba a los perritos. Y estaba pasándolo bien con él.
—Hace un día precioso —dijo, sin mirar al cielo—. Perfecto para conducir un rato.
—No intentes engañarme —sonrió él—. Te da igual conducir un rato o el tiempo. Sólo te interesan los perritos.
—No, no —Stacie intentó mantener el rostro serio, pero se echó a reír.
Estaba claro que la entendía muy bien. Deseó que su interés se limitara de verdad a los perritos. Porque si no era así, iba a tener problemas.
Capítulo 2
JOSH aparcó ante su envejecida casa y se preguntó cuándo había perdido el sentido común. Tal vez al ver a la belleza morena sentada en el porche y sentir un pinchazo de atracción. O cuando había empezado a hablar del tiempo y ella lo había escuchado con toda atención. O quizá cuando sus ojos se iluminaron como un árbol de Navidad al oírle mencionar a los perritos.
Fuera por lo que fuera, llevarla al rancho había sido un error.
La miró de reojo y vio cómo miraba a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. Cuando su mirada se detuvo en la pintura agrietada y levantada, luchó contra el deseo de explicarle que tenía brochas, rodillos y latas de pintura en el granero para remediar eso en cuanto trasladara al resto del ganado. Pero calló.
Daba igual lo que pensara de su casa; era suya y estaba orgulloso de ella. Situada junto al límite del bosque Gallatin y en la base de las montañas Crazy, la propiedad había pertenecido a su familia durante cinco generaciones. Cuando llevó a Kristin allí, de recién casada, la casa había estado recién reformada y pintada. Aun así, ella le había puesto pegas.