Implacable venganza. Kate Walker

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Implacable venganza - Kate Walker Julia

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Ivan te ha invitado?

      —Ivan me ha invitado —le respondió mientras entraba en el vestíbulo y cerraba la puerta con el pie. El sonido que hizo al cerrarse la sobresaltó—. ¿Es que acaso no lo sabías?

      Grace movió en sentido negativo la cabeza.

      —No, no lo sabía.

      ¿Cómo podía haber hecho Ivan una cosa así sin decírselo? Tenía que saber lo mucho que a ella le afectaría la presencia de Constantine, el dolor que iba a sentir. Precisamente él era el que mejor podía saber lo difícil que eran de cicatrizar las heridas del pasado. Su forma de actuar era inexplicable.

      —Pero he de decirte que si hubiera sabido que tú estabas aquí no habría venido. Me habría ido a cualquier otro sitio antes que venir aquí. Después de cómo te comportaste conmigo, ya no quería verte nunca más…

      La boca de Constantine adquirió un tono de desprecio intensificado aún más por la ira que reflejaban sus ojos negros como el azabache.

      —Te advierto que el sentimiento es mutuo. La cuestión es qué hacemos ahora.

      —Lo mejor que podrías hacer es marcharte —Grace se lo dijo con poca esperanza de que aceptara la sugerencia. Sus temores se confirmaron al ver el movimiento negativo que hacía con la cabeza. Constantine Kiriazis debía saber que ella estaba allí y debía haberse trazado una estrategia de antemano. Era un hombre que no se acobardaba ante nadie ni ante nada. Y no creía que lo fuera a hacer en aquel momento.

      —Pues…

      —¿Gracie? —era la voz de Ivan, justo detrás de ella—. ¿Estás…? ¡Constantine! ¡Has venido! ¿Cómo está mi millonario griego favorito?

      —Muy bien.

      Grace se quedó mirando la cara de resignación que puso Constantine cuando Ivan le dio un abrazo. Lo miró un tanto extrañado al ver que se había vestido con un uniforme del colegio.

      —Ivan, amigo mío, ¿estabas hace diez años en el colegio? Yo pensaba que a los veinte se estaba en la universidad…

      —La realidad es esa —respondió Ivan riéndose—. Pero era mucho más feliz en el colegio, así que elegí este uniforme. Aunque no cumpla las reglas, ¿qué más da? Al fin y al cabo esta fiesta la he organizado yo.

      —Es lo justo —el regocijo de Constantine se hizo evidente en el tono de su voz. Un matiz de calidez que había faltado cuando se había dirigido a ella, pensó Grace.

      Ese era uno de los aspectos que más le había sorprendido de él en el pasado. Nunca hubiera pensado que una persona tan masculina como Constantine toleraría la amistad de otro que mostraba su amaneramiento a las claras. Pero Constantine no solo lo aceptaba sino que incluso lo quería.

      En ese aspecto, Constantine no se había comportado como ella pensaba. Pero en los demás, recordó Grace con amargura, se había comportado de forma arrogante. Y cuando había utilizado su orgullo contra ella, la había destrozado.

      —No sabía si ibas a poder venir —estaba comentando Ivan—. Pensé que estarías en la otra punta del mundo.

      Como si eso le impidiera a Constantine ir donde le apeteciera. Era un hombre que utilizaba su avión privado para viajar de un país a otro, como el resto de los mortales utilizan el coche o el autobús. Y estuviera donde estuviera siempre tenía a un conductor a su disposición. Con toda probabilidad le había costado menos esfuerzo ir allí esa noche que a ella.

      Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no había oído lo que Constantine estaba diciendo. Tan solo pudo escuchar el final de una frase.

      —… problemas en la oficina de Londres. Espero que lo puedan solucionar en tres o cuatro meses.

      ¡No! No podía ser posible. La única forma en que había podido superar sus emociones en los dos últimos años era sabiendo que Constantine estaba a miles de kilómetros, en las oficinas de su empresa en Atenas, o en su casa en Skyros. No quería ni pensar que durante los próximos meses iba a estar cerca de ella.

      —Entonces nos veremos más a menudo —le dijo Ivan, sin hacer caso de la mirada que Grace le estaba dirigiendo—. Anda, déjame que te quite ese abrigo tan bonito que te has puesto.

      En el momento en que se lo estaba quitando, Ivan volvió la cabeza al oír el timbre de la cocina.

      —¡La comida! Lo siento, queridos, he de irme corriendo. Grace, encárgate tú de esto.

      Le dio el abrigo de Constantine y ella no tuvo más remedio que tomarlo mientras lo veía salir corriendo hacia la cocina.

      —Veo que Ivan no ha cambiado —comentó Constantine en tono seco.

      —Así es Ivan…

      Grace tuvo que esforzarse para que no se le notara lo que sentía solo con tener aquel abrigo en sus brazos. Casi lo sentía como si fuera una parte íntima de él.

      Algo suave y sensual. Conservaba todavía el calor de su cuerpo y el aroma a colonia que siempre se echaba. Muy sensual. Era imposible que no le recordara el pasado, cuando había estado cerca de él, oliendo la fragancia de aquel perfume mezclada con el olor de su propio cuerpo. Si cerraba los ojos todavía podía sentir su calor en las yemas de sus dedos.

      —¿Grace?

      La voz grave de Constantine la sacó del torrente de recuerdos sensuales que acosaban su mente, haciéndola volver a la realidad. Abrió los ojos y lo miró como si estuviera asustada.

      —¿Dónde estabas?

      —En ningún sitio.

      Respondió demasiado deprisa, lo cual levantó las sospechas de él, que enarcó una ceja.

      —Es que estoy un poco cansada —se disculpó ella—. Esta semana he tenido mucho trabajo. Tenemos una nueva campaña…

      —¿Sigues trabajando en Henderson and Cartwright?

      —Sí —le respondió más tranquila—. Hace poco que me han ascendido. Ahora soy responsable de… No sé por qué te estoy contando esto.

      No quería que lo supiera. No quería que supiera nada de lo que hacía ni de su vida. Había renunciado a ese derecho cuando la había dejado y ella no tenía la menor intención de abrirle su corazón de nuevo.

      Constantine se encogió de hombros como indicando que su comentario lo consideraba irrelevante.

      —Pensé que estábamos siendo solo corteses —comentó él con indiferencia—. Es típico de los ingleses. Todo muy civilizado, incluso en las situaciones más incómodas.

      —¡Yo no estoy incómoda! —se defendió Grace, despidiendo llamas por sus ojos de color gris.

      —A lo mejor yo sí.

      —¡Eso puede ser! —respondió ella—. Nunca te he visto desconcertarte por nada. No habrías llegado donde has llegado si hubieras dejado que algo te afectara. Además de que te ha entrenado un experto en la materia. Tu padre.

      Estaba

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