Implacable venganza. Kate Walker

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Implacable venganza - Kate Walker Julia

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pretendería aquel hombre de ella? Porque seguro que tramaba algo. Una hora antes había declarado su intención de olvidarse de ella y ahora buscaba su compañía.

      —Un vino blanco…

      Mucho más rápido de lo que ella había pensado, y sin darle tiempo siquiera a prepararse mentalmente, Constantine volvió con dos vasos en la mano.

      —Blanco seco, por supuesto —añadió esbozando una sonrisa en sus labios—. Aunque la verdad no tendría que haberlo sabido y te lo tendría que haber preguntado. Esto no va a ser tan sencillo como yo pensaba.

      —No si tenemos que cumplir de forma estricta las reglas.

      ¿Reglas? ¿Qué reglas? ¿Qué normas podrían regular una situación de ese tipo?

      —Creo que nos podremos permitir ciertas licencias —estaba diciéndole Constantine mientras ella pensaba en otra cosa—. De todas maneras ya te he preguntado a qué te dedicas, así que podemos omitir esa parte. Lo qué sí quisiera saber es…

      —¿Qué quieres saber? —le preguntó Grace mientras daba un trago de su vaso. Sintió el efecto del alcohol en su cuerpo.

      Debía estar mucho más nerviosa de lo que ella se imaginaba. O a lo mejor su cuerpo respondió a la sonrisa de Constantine y no al vino. En tal caso, tendría que tener mucho más cuidado. Porque lo que menos le apetecía era terminar ebria y perdiendo el control de la situación.

      Tendría que tratar de tener la cabeza fría si quería mantener ciertas distancias con Constantine.

      —¿Te vestías de verdad así cuando tenías catorce años? Casi no me puedo creer que la elegante Grace Vernon pudiera aparecer en público con…

      —¿Este aspecto? —terminó Grace la frase por él—. Creo que esa era la idea. En aquel tiempo yo era una chica muy rebelde. Hacía todo lo contrario de lo que decía mi madre. Quería que yo me vistiera igual que ella. No le gustaba que me pusiera pantalones. Y yo me los ponía todo el tiempo.

      —¿Estaba tu madre todavía con tu padre hace diez años?

      —Sí, pero estaban a punto de separarse. Ella había tenido ya más de una aventura y mi padre ya estaba saliendo con Diana.

      —Y tú te fuiste a vivir con tu padre. ¿No es más normal que los niños se queden con su madre?

      —Yo ya no era una niña, Constantine.

      Era curioso, pero nunca habían hablado de aquello cuando se conocían. Si lo hubieran hecho, a lo mejor las cosas habrían sido distintas. Quizá así él habría entendido lo de Paula. Pero era mejor no pensar en eso, porque le producía demasiado dolor.

      —Yo ya era mayor como para opinar. Y elegí irme a vivir con mi padre. No creo que a mi madre le importara demasiado. Ella quería vivir en América, sin una adolescente que le impidiera hacer lo que quería. Yo iba al colegio aquí en Londres y no quería apartarme de mis amigos.

      —¿A pesar de que se casara con Diana?

      —A pesar de que se casara con Diana.

      Grace avanzó unos pasos y dejó el vaso en la mesa de la cocina. Estaban recorriendo un terreno peligroso. Hablar de Diana le recordaba de inmediato a Paula, la hija de su madrastra.

      —Yo me alegré de que se casara otra vez. Pensaba que…

      No pudo terminar la frase, porque en esos momentos entró en la cocina un grupo de invitados riéndose y contando chistes.

      —¡Vamos, no estéis ahí tan serios! ¡No podéis quedaros ahí toda la fiesta! Ivan va a cortar la tarta y dice que en vez de que él tenga que pedir el deseo, lo mejor es que cada uno pidamos uno.

      Grace acompañó a Constantine hasta el salón, con la mirada clavada en él. Solo tenía ojos para él. Podía oír lo que los demás decían y notar su presencia, pero se sentía como si no existieran.

      Un deseo. Si un hada madrina se lo hubiera propuesto tan solo dos horas antes, le habría dicho que lo que más deseaba era hacer las paces con Constantine. Llegar a un acuerdo con él era lo que más le apetecía. Solo con eso se conformaba.

      —Feliz cumpleaños, querido Ivan…

      Todos los invitados empezaron a entonar la tradicional canción de cumpleaños. Grace abrió y cerró la boca como si estuviera acompañándolos, pero no le salió ningún sonido de su boca, porque sentía como si las cuerdas vocales se le hubieran atrofiado.

      Era increíble, pero en aquel momento se sentía como si aquellos dos años no hubieran pasado. Seguía sintiendo lo mismo que había sentido por aquel hombre dos años antes.

      —¿Grace?

      —¿Qué?

      Intentó salir como pudo del pozo en el que estaba, obligándose a dirigir su mirada al hombre que tenía a su lado.

      Constantine. Cerró los ojos para que él no viera sus sentimientos. Había terminado la ceremonia de cortar la tarta y la música había empezado a sonar otra vez.

      —¿Quieres bailar conmigo?

      Quiso decirle que no. Todos sus instintos le advertían que eso era lo mejor. Lo mejor que podía hacer era salir corriendo. No dejarse llevar por su atractivo. Porque sabía lo vulnerable que era. Porque sabía cómo reaccionaba su cuerpo ante su sola presencia. No podía arriesgarse…

      —Sí.

      ¿Cómo podía haberle dado esa respuesta? ¿En qué estaba pensando? Grace no pudo encontrar una respuesta. Estaba actuando respondiendo a sus instintos, incapaz de racionalizar sus pensamientos.

      Dejó que Constantine tomara su mano y la llevara a la parte del salón que habían dejado libre para el baile. Y cuando la música cambió a un ritmo más suave, dejó que él la estrechara entre sus brazos.

      Entre sus brazos se sentía como si fuera el sitio donde había nacido. Como si fuera su hogar. El resto de la habitación, la gente que había a su alrededor, todo lo demás, parecía no existir para ella. No había nadie en el mundo más que aquel hombre, cuya fuerza la envolvía, y ella.

      —Grace… —murmuró suavemente su nombre con la boca pegada a su cabello.

      —No hables… —le susurró ella—. Abrázame.

      Grace no sabía si solo era una canción que duraba una eternidad, o si habían encadenado varias. Lo único que sabía era que estaba perdida en un mundo de ensueño. Cuando la música dejó de sonar, y fue capaz de volver a la realidad, se dio cuenta de que habían abandonado el salón y estaban en el vestíbulo.

      —¿Dónde…? —empezó a preguntarle confusa.

      Cuando sus ojos pudieron enfocar de nuevo, se dio cuenta de que estaban sobre los peldaños de la escalera por la que se subía al piso de arriba, ocultos de la mirada del resto de los invitados.

      El mundo de ensueño en el que se había metido se desvaneció de pronto, evaporándose como la niebla ante la presencia del sol. La realidad llegó con una fuerza y una velocidad que la dejó tambaleándose,

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