Implacable venganza. Kate Walker

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Implacable venganza - Kate Walker Julia

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buscó la palabra adecuada—, difícil para ti.

      —No es precisamente esa la palabra.

      Ella se mordió el labio, arrepintiéndose de lo que le había dicho, porque se daba cuenta de que le había concedido cierta ventaja.

      Y él la aprovechó.

      —Está claro que aquí juegas con desventaja. Ivan no te dijo que me había invitado a la fiesta y supongo que mucha de la gente que ha venido sabe lo que pasó entre nosotros.

      Él sabía muy bien que casi todos los que había invitado Ivan sabían que hacía dos años había estado a punto de casarse con ese hombre, pero que la boda nunca se había celebrado. Podrían no saber todo lo que ocurrió, pero ninguno de ellos dudaba que Constantine había sido el que la había rechazado y no le había dado una segunda oportunidad, después de la escena que habían montado en el vestíbulo de la agencia.

      —Eso ocurrió hace dos años, Constantine —le dijo ella en tono frío—. En estos dos años yo he continuado con mi vida, como supongo que habrás hecho tú también.

      El gesto de asentimiento que hizo con la cabeza fue casi grosero.

      —Yo lo he superado —declaró.

      —Y yo también —ojalá ella pudiera estar tan segura como él—. La gente olvida fácilmente. Hace dos años nuestra relación podría estar en boca de todos, pero ya se habrán olvidado. Ninguno de nosotros se puede marchar. No le podemos hacer ese feo a Ivan. Así que será mejor que nos comportemos como dos personas civilizadas. ¿No crees?

      La mirada que él le dirigió era como el hielo. Entrecerró sus ojos negros durante un momento.

      —No creo que sea difícil —le dijo con un tono de indiferencia—. Me limitaré a hacer lo que he estado haciendo durante estos dos últimos años, que es olvidarme de que te conozco.

      —En ese caso, ¿por qué has venido? Debías saber que…

      —Es evidente que sabía que estabas aquí, pero el deseo de complacer a Ivan en su cumpleaños fue más fuerte que la repugnancia que sentía solo de pensar que te iba a volver a ver.

      Estaba claro que quería hacerle daño, y lo consiguió con la implacable eficacia que Constantine se había ganado en el mundo de los negocios. Grace se agarró con fuerza al abrigo que tenía en sus manos, como si necesitara tapar con él la herida que le había infligido.

      —Pero no tengo que estar más tiempo contigo. Aquí hay mucha gente para distraerse… —hizo un gesto con su mano, señalando al gran número de personas que había en el inmenso salón—. La habitación es lo suficientemente grande como para que no nos tengamos que encontrar de nuevo.

      —Estoy totalmente de acuerdo —tuvo que forzarse a responderle—. Y espero que así sea.

      Era lo mejor que podía pasar aunque le doliera. Constantine asintió y a continuación dirigió la mirada hacia la habitación donde seguro que encontraba más agradable compañía.

      —Seguro que así podremos sacar algo positivo de esta velada tan deprimente —estuvo de acuerdo él.

      —No sé que haces a mi lado todavía.

      Su comentario atrajo su mirada durante unos segundos, esbozando al mismo tiempo una cínica sonrisa.

      —Si quieres que te sea sincero, Gracie, nada de lo que digas o hagas puede afectarme.

      ¿Sería posible?, se preguntó Gracie mientras él se alejaba sin volver la vista atrás. ¿Podría ser que no sintiera nada por ella? ¿Qué había pasado con aquel amor que él le había declarado de forma tan elocuente, la pasión que no había podido esconder?

      No existía, tuvo que repetirse a sí misma. Había desaparecido como si nunca hubiera existido. Lo cual parecía imposible, sobre todo si se ponía a pensar en sus propios sentimientos. Tendría que sacar todas sus dotes de actriz para ocultarle a Constantine lo que sentía todavía por él.

      Capítulo 2

      ERA imposible.

      No podía pretender olvidarse de que Constantine no estuviera allí en la misma habitación que ella. Su presencia era como una sombra oscura constante, siempre a su lado, siguiéndola allá donde iba.

      Si se detenía a hablar con alguien, lo sentía a su lado, sin verlo, pero haciéndola olvidar lo que iba a decirle a su interlocutor. Si intentaba beber vino o comer algo de la carísima comida que Ivan había encargado, se le cerraba la garganta y no había forma de tragarlo.

      Y lo peor de todo era que, por alguna razón que ella desconocía, Constantine no había cumplido su palabra cuando le dijo que para él era como si ella no existiera. Porque cada vez que levantaba la cabeza lo veía mirándola y siguiendo todos sus movimientos.

      Al final tuvo que buscar refugio en la cocina, utilizando como excusa la pila de platos que había que lavar. Estaba llenando de agua una cazuela cuando Ivan entró en la cocina.

      —Me estaba preguntando dónde te habías metido. ¿Es que he cometido algún fallo?

      —¿Invitando a Constantine? —Grace se dio la vuelta y le dirigió una mirada de reprobación—. ¿Tú que crees? ¿Cómo has podido hacer algo así, Ivan?

      —¿Entonces es imposible que volváis a salir juntos otra vez?

      —¿Eso era lo que pretendías invitándole? Porque si es así, estás muy equivocado. Lo que había entre nosotros se terminó hace años, Ivan.

      —¿Estás segura? Desde luego él aceptó con mucho gusto la invitación y pensé que…

      —Pues te has equivocado —le interrumpió Grace, más para acallar las esperanzas que sentía en su débil corazón, que por otra cosa—. No sé qué razones tendría Constantine para venir aquí hoy, pero te aseguro que yo no era una de ellas. ¿Tiene aspecto de ser un hombre que no puede apartar su mirada de mí?

      —Para mí, tiene aspecto de un hombre con algo en mente, si quieres mi opinión —le respondió Ivan dirigiendo su mirada hacia la puerta de la cocina, que estaba abierta.

      Grace dirigió su mirada hacia donde estaba mirando él. Sus ojos se quedaron clavados en la figura de Constantine, que estaba apoyado en la pared. Con un vaso en una mano, estaba mirando fijamente a la mujer que tenía enfrente. Una mujer pequeña y de muchas curvas, con pelo negro y muy largo, que llevaba un uniforme de enfermera con una falda tan corta que no le habrían dejado entrar con ella en ningún hospital.

      —A mí me da igual lo que tenga o no tenga en mente —le respondió ella, incapaz de borrar la amargura de su voz.

      Su hermanastra Paula era una mujer morena y pequeña. Constantine siempre había admitido que le gustaban las mujeres pequeñas, morenas y con muchas curvas, hasta el punto de que Grace se preguntó en más de una ocasión qué era lo que hacía entonces con ella.

      —¿Estás segura?

      —¡Iván, déjalo ya! —suplicó Grace, incapaz de seguir con aquella conversación.

      Nada

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