Implacable venganza. Kate Walker

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Implacable venganza - Kate Walker Julia

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Constantine levantó el vaso que tenía en la mano como si estuviera brindando y ella tuvo que morderse el labio para soportar el dolor que aquel gesto le provocó.

      Se dio la vuelta para no verlo, ni a él ni a su acompañante, y echó el detergente con tanta fuerza en la cacerola que empezó a hacer burbujas inmediatamente.

      —No creo que Constantine esté pensando en una reconciliación —le respondió apretando los dientes. Tuvo que cerrar los ojos para que no le salieran las lágrimas—. Que se te meta eso en la cabeza.

      Ivan se dio la vuelta y la dejó sola.

      Se preguntó cómo había sido tan ingenua como para imaginarse que Constantine hubiera podido cambiar sus sentimientos. Cuando la dejó, la dejó para siempre. Recordó las palabras que le dijo Constantine en aquella ocasión.

      —Lo nuestro no tiene futuro…

      Aquellas palabras fueron como una daga en su corazón. A pesar de lo ciega que había estado por él, no tuvo más remedio que asumir que lo que le había dicho era algo definitivo. ¿Por qué se ponía a cuestionarlo dos años más tarde?

      —Si sigues lavando ese plato, le vas a borrar el dibujo.

      La voz perfectamente reconocible de Constantine la hizo salir de sus pensamientos de forma tan violenta que se le cayó el plato a la pila llena de agua.

      —¡No me gusta que la gente me observe!

      —Yo no te estaba observando. No debes tener una conciencia muy limpia cuando te sobresaltas de esa manera. O a lo mejor estabas soñando. ¿Es que quizá estabas pensando en alguien del que estás enamorada, agape mou?

      —¡Yo no estaba pensando en nadie! —objetó Grace, aterrorizada por la posibilidad de que él se pudiera imaginar la naturaleza de sus pensamientos—. ¡Y deja de llamarme así! ¡Yo he dejado de ser tu amor hace mucho tiempo!

      —Veo que todavía recuerdas algo del griego que te enseñé.

      Por supuesto que se acordaba de esa frase en concreto. ¿Cómo podría olvidarla? Se obligó a no pensar en aquellos dolorosos recuerdos. Recuerdos que la llevaban a una tarde cálida de primavera en Skyros, en la que ella tenía apoyada su cabeza en su pecho escuchando el susurró de su voz.

      —Me acuerdo de esa frase y de otras cosas que me enseñaste —le respondió Grace con amargura—. Y te juro que no quiero olvidarlas. ¿Qué haces?

      Grace retrocedió unos pasos al ver que Constantine estiraba una mano en dirección a su rostro.

      —Tienes espuma en la nariz… —con uno de sus largos dedos le quitó la espuma—. Y en tu ceja. Se te podría haber metido en el ojo.

      —Gracias.

      Se lo dijo mientras luchaba contra la oleada de sensaciones que solo aquel contacto había producido en ella.

      —De nada — le respondió Constantine—. ¿Quieres que te ayude en algo más?

      Era lo que menos le apetecía. Porque si se quedaba a su lado seguro que notaría el golpear de los latidos de su corazón. Justo cuando ella quería aparentar que su presencia no la inmutaba, su cuerpo la traicionaba y respondía con toda su fuerza ante su presencia.

      —¿No decías que teníamos que comportarnos como si el otro no existiera? —le preguntó, escondiendo sus sentimientos en aquella agresión—. Aunque da igual, porque ya he terminado.

      Para demostrárselo colocó el último plato en el escurridor.

      —¿Quieres que te traiga una copa?

      Con los nervios de punta, Grace se dio la vuelta y miró a los ojos de Constantine.

      —¿A qué estás jugando ahora, Constantine? ¿Qué has venido a hacer aquí?

      —No estoy jugando a nada, te lo prometo. A lo mejor un compromiso…

      —¡Compromiso! —se burló Grace—. Pensaba que esa palabra no existía en tu vocabulario. Tú no reconocerías lo que es un compromiso aunque lo tuvieras delante de tus narices.

      —Estoy intentando razonar contigo —le respondió Constantine, en un tono en el que se notaba que estaba reprimiendo su ira—. No me siento cómodo en una fiesta en la que la mujer que es la mejor amiga del anfitrión está todo el tiempo escondiéndose en la cocina, en especial cuando sospecho que…

      —¿Qué sospechas? —le interrumpió Grace—. ¿Que me estoy escondiendo de ti? Veo que sigues considerándote el centro del universo, pero…

      —Grace, se supone que en esta fiesta tenemos que vestirnos y comportarnos como hace diez años. ¿No podríamos hacer un esfuerzo y llevarnos bien?

      —¿Y hasta qué momento en el tiempo se supone que tenemos que volver?

      Le asustó pensar que precisamente era eso lo que ella deseaba. Incluso su corazón se aceleraba al imaginárselo.

      Ojalá pudieran. Ojalá pudieran volver otra vez al momento en el que él había sido la cosa más importante en su vida y ella la de él. El momento en el tiempo en el que parecía que los dos eran solo una persona. El momento en el tiempo antes de que las mentiras que había contado Paula y sus propios miedos los habían separado, abriéndose un abismo entre sus vidas que difícilmente podrían cerrar.

      —La intención de esta fiesta era que todo el mundo viniera como era hace diez años. Y la verdad es que no te imagino con catorce años.

      La sombra de la sonrisa que Constantine esbozó en sus labios fue devastadora, llegándole a Grace hasta su ya vulnerable corazón y clavándose en él como una flecha dorada. Muy a su pesar, no pudo reprimir un suspiro, arrepintiéndose en el mismo instante que vio su mirada.

      —¿Qué te parece entonces si nos comportamos como hace cinco años? Hace cinco años ni siquiera nos conocíamos —dijo él.

      La llama de la esperanza que se encendió en el corazón de Grace se extinguió a los pocos segundos. Estaba claro que sus pensamientos iban por caminos diferentes. Ella había querido retroceder en el tiempo y detenerse en el momento en que iniciaron su relación, en el momento en que se enamoraron. Pero para Constantine, al parecer, tenían que retroceder hasta el momento en que todavía no se conocían.

      —Está bien —logró decir intentando tragarse la desilusión que recorrió su garganta como si de ácido se tratara—. Por mí no hay el menor problema.

      Con gesto grave y serio, ella le tendió la mano, asegurándose antes de que no le temblara.

      —Me llamo Grace Vernon. Encantada de conocerte.

      —Constantine Kiriazis —le respondió él, inclinándose un poco al saludarla—. ¿Quieres que te traiga algo de beber?

      —Un vino blanco, por favor.

      Aunque lo que menos le apetecía era beber algo de alcohol. Sus emociones eran demasiado intensas como para incrementarlas con otro estimulante.

      Lo que más necesitaba en aquellos momentos era un respiro. Unos segundos para respirar y tratar de calmar su enloquecido corazón. Constantine

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