Reclamada por el jeque. Pippa Roscoe
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–Antonio, yo…
–Tienes que irte. Lo entiendo. Tienes que gobernar un país. No te preocupes, John y Veranchetti ya están de camino.
–De camino ¿adónde? –preguntó Danyl con recelo.
–A Ter’harn.
–¿Qué?
–A petición de tu madre. Como estaba previsto que fueran para la reunión de Año Nuevo, ha pedido que llegaran un poco antes para que pudieran participar en las celebraciones.
–Esa gala está yéndose de las manos.
–No tanto como los planes de mi futura suegra para la boda. Quiere soltar cincuenta palomas mientras salimos de la iglesia. ¡Nunca había sido tan atractiva Las Vegas!
–¿Las Vegas…? –preguntó Danyl intentando seguir el hilo de lo que estaba diciendo su amigo.
–¿No estás escuchándome? –replicó Antonio con impaciencia.
–Sí, Las Vegas. Si quieres celebrar ahí la boda, cuenta conmigo –contestó Danyl con una energía que no sentía.
–Te lo agradezco. Mira, te llamo porque… tengo que saber quién será tu acompañante en la boda. ¿Quién es tu próxima candidata para ser la futura y perfecta reina? Tengo que reconocer que según lo que me contó Dimitri sobre Birgetta…
–Te lo diré cuando lo sepa –le interrumpió Danyl.
–Es que, debido a la atención de la prensa por la victoria de McAulty, vamos a organizar un servicio de seguridad más estricto.
–Lo entiendo. Te comunicaré lo de la acompañante y os veré a, Emma y a ti, dentro de una semana en la gala.
Danyl cortó la llamada sin oír la réplica de su amigo, pero sabía que Antonio lo perdonaría.
Tenía que gobernar un país…
Se guardó el teléfono en el bolsillo en vez de tirarlo contra la pared, que era lo que quería hacer. ¿Podía saberse qué estaba pensando su madre para llevar a la gala a John, el entrenador de El Círculo de los Ganadores, y a Veranchetti, su caballo purasangre? No solo eso, también había hablado con Antonio y Dimitri a sus espaldas. Evidentemente, estaba tramando algo y tenía que pararlo inmediatamente. Cuanto más cosas fuese añadiendo al festejo, más posibilidades había de que algo saliera mal, de que no fuese perfecto… y la gala tenía que ser perfecta.
Apartó la silla de la mesa de madera maciza llena de papeles y de notas manuscritas tan distinta a la del despacho con tecnología de última generación y diseño de cristal y acero que tenía en Aram, la capital de Ter’harn. Echaba de menos la eficacia y la tranquilidad de su entorno profesional y maldecía suavemente a su madre por el melodrama que le había obligado a volver, a regañadientes, al palacio real.
Salió al pasillo y dos empleados se alejaron apresuradamente mientras su guardaespaldas lo seguía de cerca. Estaba seguro de que sus padres estarían en el comedor a esa hora. Recorrió los pasillos con firmeza y sin fijarse en los adornos centenarios de las paredes o en el suelo con baldosas blancas, azules y verdes, aunque seguía notando el peso del palacio sobre los hombros.
Ter’harn era un país rico por el petróleo, muy bien situado, con un clima tanto desértico como casi Mediterráneo en la costa montañosa que daba al mar Arábigo. Tenía una mezcla de culturas embriagadora que iban desde vestigios de la cultura otomana, el África moderno y los países árabes. De los tres palacios que había en Ter’harn, ese era el más espléndido con mucha diferencia. Había sobrevivido a cinco siglos, tres invasiones y un intento de golpe de Estado. Cada pasillo, rincón o jardín mostraba con orgullo la huella de todo los que habían pasado antes por allí. Si bien otros países habían cambiado de monarcas, gobernantes o aliados, Ter’harn era de los pocos reinos que seguían como siempre y su familia era una de las últimas que no había sido destronada. Todo caía sobre sus hombros y tenía que encontrar una reina que le diera un heredero para que se mantuviera el linaje, una idea que le espantaba.
Al ir a esa velocidad, los empleados no tuvieron tiempo de anunciar su llegada al comedor, un error, porque su padre y su madre estaban abrazados junto a la ventana y con las manos agarradas.
Danyl se dio media vuelta, se aclaró la garganta, oyó cierta agitación, contó hasta diez, y otros cinco para estar seguro, y se dio la vuelta. Se los encontró mirándolo sin un pelo fuera de lugar y sin el más mínimo indicio de bochorno.
–¿De verdad tenías que traerte a Veranchetti desde la otra punta del mundo para una fiesta? ¿No te parece un poco ostentoso mostrar un caballo de El Círculo de los Ganadores a todos tus invitados?
–Estamos muy bien, cariño, gracias por preguntarlo. Me alegro de verte –se burló su madre, quien siempre le reprochaba que solo pensara en la eficiencia inflexible–. Somos la familia real, Danyl, y a la gente le parecerá ostentoso todo lo que hagamos… y podemos divertirnos un poco poniéndolo en evidencia, ¿no? A ti te encantaba ponerlo en evidencia.
Su madre no pudo disimular el tono de reproche que solía acompañar a esa declaración, un recordatorio tácito de que antes se divertía, antes.
–Además –añadió su madre–, solo he hablado con los chicos.
–No son unos chicos, madre.
–Los conozco desde que fuisteis juntos a la universidad. Erais unos chicos entonces y siempre seréis unos chicos para mí.
–Lo hiciste a mis espaldas.
–Danyl, no te pongas melodramático –su desesperación quedó suavizada por un suspiro casi de decepción–. Sabes que Veranchetti tenía que venir a Ter’harn. Yo solo les pregunté si era posible adelantar la fecha de la llegada, para la carrera de Año Nuevo, y que coincidiera con la gala, que, en cierta medida, es para celebrar tus logros.
–Yo no lo llamaría mi logro, madre –replicó Danyl.
–Ya. La encantadora Mason McAulty todavía tiene que contestar a nuestra invitación.
–¿Has invitado a Mason?
Si su madre captó el tono gélido de la pregunta, no lo pareció.
–Sí. Ganar las tres carreras de la Hanley Cup es una hazaña fantástica para una mujer.
Las palabras de Elizabeth Arain se convirtieron en un zumbido en los oídos de Danyl. El nombre de Mason McAulty bastaba para cortocircuitarle la cabeza perfectamente ordenada. La imagen de la melena castaña y ondulada que le caía sobre un hombro bronceado por el sol, el sonido de una risa de hacía diez años, el ligero olor a cuero y heno en una piel sedosa y femenina… Su cabeza rebuscó la furia y la rabia del pasado para sofocar ese momento de debilidad que le había provocado su nombre.
Mason McAulty.
No quería verla ni en Ter’harn ni en el palacio. Ni siquiera había