La niñez mapuche. Andrea Szulc

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La niñez mapuche - Andrea Szulc страница 5

Автор:
Серия:
Издательство:
La niñez mapuche - Andrea Szulc

Скачать книгу

niño en nuestro sentido común

      La niñez es, según el Diccionario de la Real Academia Española (1982: 925), el “período de la vida humana, que se extiende desde el nacimiento hasta la adolescencia”. Sin embargo, y más allá de que el umbral de la adolescencia sea tan problemático como el del fin de la niñez, en la vida cotidiana los sentidos ligados a la niñez no son meramente temporales, sino que se enmarcan en un sistema clasificatorio del ciclo vital que atribuye características particulares a cada etapa. En tanto las concepciones sobre la niñez están tan fuertemente naturalizadas en nuestro sentido común, resulta crucial analizarlas, más aún en la actualidad cuando, como hemos anticipado, el concepto de infancia, entendido como categoría ahistórica y homogénea, está claramente en crisis (Carli, 1991).

      El sentido común acerca de la niñez se ha ido construyendo históricamente, como sugirió Philippe Ariès (1962). Hoy en día podemos afirmar que, a pesar de ciertas modificaciones, continúan teniendo carácter hegemónico representaciones de origen europeo occidental, según las cuales los niños constituyen un conjunto aún no integrado a la vida social, definidos generalmente por la negativa –desde el punto de vista de los adultos– como quienes carecen de determinados atributos como madurez sexual, autonomía, responsabilidad por sus actos, ciertas facultades cognitivas y capacidad de acción social. Al mismo tiempo nuestra concepción de la infancia concede a los niños inconmensurable valor en el plano afectivo (Jenks, 1996). Esta visión enfatiza su fragilidad y los relega a un rol completamente pasivo, más de objeto que de sujetos: objeto de educación, cuidado, protección, disciplinamiento o de abandono, abuso y explotación. El signo de la acción ejercida sobre ellos puede ser positivo o negativo, pero en ambos casos el lugar asignado a los niños es el de meros receptores de las acciones de otros, por supuesto, adultos (Szulc, 2004a). Así, es por considerar a los niños pequeños, como no del todo competentes, que tendemos a ver como una amenaza todo objeto que no haya sido construido para ellos expresamente. Esta lógica dicotómica ha marcado el abordaje de otras problemáticas por parte de las ciencias sociales, como género y etnicidad, y explica en parte la tardía consolidación de una línea de investigación sistemática al respecto.

      El niño como primitivo

      Desde sus inicios, el saber antropológico fue formulado como conocimiento acerca del “otro”, encarnado clásicamente por los pueblos no occidentales. Así, al igual que en otras disciplinas, en antropología el interés por el universo infantil surgió como medio para dilucidar otras cuestiones (Nunes, 1999). Por ejemplo, al intentar analizar el pensamiento del “otro”, la antropología recurrió frecuentemente a analogías entre éste y el pensamiento de los niños o los locos. En ese sentido, los pensadores del evolucionismo unilineal (Tylor, 1870; Spencer, 1882) –con el cual quedó inaugurada la antropología como disciplina académica independiente a partir de las últimas décadas del siglo XIX– abordaron el comportamiento infantil para definir acabadamente los estadios de evolución por los cuales se suponía transitaban necesariamente todas las culturas, y como vía de acceso a la mentalidad de los llamados “pueblos primitivos”, considerados representantes contemporáneos de la infancia de la humanidad, estableciendo una analogía que perdura hasta el presente en el sentido común.

      Tanto niños como “primitivos” han sido concebidos como seres fuera de la historia y de la sociedad, una totalidad homogénea, cercana al estado de naturaleza y a la esencia de lo humano, sea considerada dicha esencia como benigna o maligna (Szulc, 2004a).

      Tanto la conceptualización de la psicología evolutiva de Jean Piaget como la teoría clásica de la socialización de Talcott Parsons han dado por sentada la niñez como inevitable, necesaria y universal, como proceso de devenir otra cosa en el cual todo está presupuesto, manteniéndola entonces subteorizada mediante una reducción naturalista (Jenks, 1996).

      La niñez como fenómeno diverso

      La puesta en foco de la niñez en antropología fue inaugurada por el particularismo histórico norteamericano de comienzos del siglo XX. Su fuerte crítica al evolucionismo desde una propuesta no determinista de la historia y la cultura, y metodológicamente empirista, se tradujo en prolongados e intensivos períodos de trabajo de campo etnográfico entre distintos pueblos no occidentales.

      Los estudios sobre sistemas clasificatorios del ciclo vital y pautas de crianza de diversos pueblos (vg. Mead, 1961 [1930]) –orientados a esclarecer la relación entre individuo y cultura– suponen una contribución fundamental a la deconstrucción y relativización de nociones occidentales universalizadas sobre la niñez, pues aportaron importante material comparativo, sobre cuya base se instaló la posibilidad de pensar en una pluralidad de “infancias”, en lugar de en un estatus singular y universalmente unívoco. Esta desnaturalización ha posibilitado comprender que tanto la adolescencia como la niñez son construcciones sociales, dinámicas e históricamente situadas, aunque en ambos casos el sentido común occidental –profundamente marcado por la creencia en una ciencia objetiva– remite esas categorías al ámbito de la naturaleza, tomando los cambios fisiológicos como determinantes de transiciones sociales. No obstante, debemos señalar que en tales estudios los niños fueron posicionados básicamente como receptores de las enseñanzas de los adultos, de acuerdo con los presupuestos de la corriente norteamericana de cultura y personalidad sobre el poder configurativo de la cultura sobre los sujetos.

      La niñez segmentada

      La complejidad de nuestra sociedad requiere que, además de considerar la diversidad de la niñez en términos de particularidades culturales asociadas a grupos específicos, consideremos en forma articulada la dimensión de la desigualdad pues, como ha planteado Adelaida Colangelo (2005), en los modos de vida de las distintas poblaciones no todo deriva de sus tradiciones, sino que juega un papel crucial su posición en la estructura social.

      Así, la niñez es incluso diversa y desigual al interior de las llamadas sociedades occidentales, que históricamente han reservado la noción de “niño” para determinado sector de la población infantil. Mientras “la infancia” se definía como objeto de socialización y protección en manos de la familia y la institución escolar, los “menores” –excluidos de aquel estatus y considerados potencialmente peligrosos– serían objeto de control sociopenal estatal a través de instancias diferenciadas (García Méndez, 1993), segmentación de la niñez que continúa vigente en el sentido común.

      La desigualdad, entonces, ha segmentado la infancia desde larga data. Hoy en día, como contrapartida a la naturalización de la niñez, se renuevan continuamente los intentos de biologizar la “minoridad”, desde la caracterización lombrosiana del criminal nato del siglo XIX, a las insistentes apelaciones de nuestros días a un supuesto gen criminal. Es claro entonces que el modelo hegemónico de niñez, aunque se presente como universalmente válido, se basa y regula las experiencias de niños de sectores de clase media urbana, como un “deber ser” que no necesariamente se concreta en la vida cotidiana.

      La historicidad de la niñez

      La desnaturalización de categorías profundamente arraigadas como la de niñez requiere su historización; “para evitar ser el objeto de los problemas que se toman por objeto, hay que elaborar la historia social del surgimiento de dichos problemas […] En todos los casos se descubrirá que el problema aceptado como evidente por el positivismo ordinario […] ha sido socialmente producido dentro de y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social […] para que lo que era […] un problema privado, particular y singular, se convirtiera en un problema social, un problema público … o incluso en un problema oficial, objeto de tomas de posición oficiales, hasta de leyes y decretos” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 179, subrayado en el original).

      En ese sentido, me permito insistir en que, si bien en todo tiempo y lugar siempre han existido niños, la niñez concebida como etapa discreta –caracterizada por la presencia del juego y vinculada a lo no cultivado y a lo original–

Скачать книгу